En principio es un problema de logística. Los 2.000 hombres de la estructura criminal no están concentrados en un solo sitio, ni conforman un ejército regular con mando sobre una parte del territorio nacional. Están esparcidos en las ciudades, en sus barrios, mezclados con los demás habitantes.

Y en cualquier nación civilizada, que responde a la Carta de las Naciones Unidas, existen garantías fundamentales para todos los ciudadanos, incluidos los delincuentes, garantías que llevan aplicándose desde hace dos siglos en casi todo el mundo, cuando se dejó atrás el absolutismo déspota de los monarcas que, según ellos, sólo respondían ante la divinidad.

Es lo que nos diferencia de los criminales. Hay leyes que acatar. No somos matones y nos respaldamos en instituciones democráticas donde son los jueces los que fijan las responsabilidades y las penas.