En estos días estaba leyendo un libro de Cortázar sobre la revolución sandinista. Emociona ver cómo se levantó un pueblo entero, mal armado, mal organizado, pero con el deseo de libertad en sus corazones. Lucharon como pocos, muchos eran apenas unos niños. Héroes que dieron su vida en Masaya, en Estelí, en Granada, en León, y luego, la experiencia maravillosa, después del triunfo contra el dictador Somoza, de construir un poder verdaderamente popular, con brigadas regadas por el país, derrotando el analfabetismo, enseñándole a los olvidados sus derechos, construyendo una verdadera democracia.

Duele ver a una revolución que admiró el mundo, postrada en manos de unos dirigentes que en su momento encabezaron la revolución sandinista, convertidos en dictadores, corruptos e ineptos. Duele Nicaragua, cada vez más pobre y oprimida que cambió, con mucho sufrimiento, un déspota por otro.