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PixelSHERLOCK Finished La fiesta no se acaba en Venezuela (en respuesta a The Economist) Calificación: de 5,00

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Por Alfredo Serrano Mancilla (@alfreserramanci)


Se intenta pero no. Es imposible escribir sobre economía venezolana en un clima de calma. Esta vez -pensé ingenuamente- que podía ser el momento de un análisis hacia delante, en calidad de propuestas de acciones económicas a futuro. Es la hora de dar un nuevo paso en la discusión en torno al nuevo orden económico interno que se avecina en Venezuela y disputar el sentido del mismo para que la próxima década en disputa sea también una década ganada. La sostenibilidad de los logros económicos y sociales depende de la próxima etapa de la revolución económica que asiente la base material productiva para seguir transitando hacia el socialismo bolivariano.

En este sentido, la Ley Habilitante detonó un oportuno debate acerca de las nuevas políticas requeridas en esta nueva época económica en Venezuela. La guerra económica complejiza el escenario para llevar a cabo las transformaciones necesarias –con sosiego- en materia económica. Muchas veces, en la política, las circunstancias no se eligen, son las que son, y a partir de ellas, se debe actuar. Como sucedió tantas veces en el pasado, el chavismo en su pensamiento económico deberá reinventarse nuevamente en medio de ataques sobrevenidos.

Las acertadas políticas sociales y económicas de Chávez han logrado eficazmente una amplia democratización de la satisfacción de necesidades y servicios básicos. Siempre se priorizó, con éxito, la búsqueda de las fórmulas para resolver las urgencias del corto plazo. Sin esas acciones, el largo plazo jamás hubiera existido para la mayoría del pueblo venezolano. El Estado de las Misiones, como propuesta venezolana en vez del copy-paste del Estado de Bienestar a lo europeo, fue una apuesta revolucionaria por la premura en organizar a un paraestado en aras de erradicar -en buena medida- la deuda social neoliberal. La política económica de Chávez logró reducir desigualdades y pobreza; reducir desnutrición; reducir desempleo; mejorar el sistema educativo y salud; mejorar salario mínimo real e ingreso promedio real. Además, no fue una política de mínimos sino que incluyó a las mayorías en niveles de consumo que históricamente había sido exclusivo para un porcentaje reducido de la ciudadanía. La mejor distribución del ingreso real, descontada la inflación, ocasionó una democratización del consumo jamás visto en un país petrolero de riqueza altamente concentrada.

Justamente es esta combinación económica, democratización de necesidades básicas satisfechas y democratización del consumo, lo que The Economist le llama “la fiesta en Venezuela”. No hay guerra nacional sin apoyo internacional, o al revés, no hay guerra internacional sin apoyo nacional. Sea en el orden que fuere, lo que sí es innegable es que la revista The Economist opta por seguir el camino de las agencias descalificadoras, Fitch y Moody’s, contraatacando de nuevo para que los medios de adentro se hagan eco de sus eruditos análisis de afuera. Ya lo hizo en su “El mundo en 2014” anunciando que Venezuela tiene un riesgo muy alto de sufrir una rebelión en este año. The Economist, tan prestigiosa (que no logró anticipar nada acerca de la crisis de las subprime en el año 2008 ) y tan independiente (que parte de su capital pertenece a la familia Agnelli, dueña de Fiat, y a la familia Rothschild, banqueros de toda la vida) vuelve a la carga.

¿Qué expresa su último artículo-ataque? En resumen, afirma literalmente que “se acabó la fiesta en Venezuela”. Asevera que Venezuela necesita ajustes que eviten este “vivir por encima de sus posibilidades” que diría Merkel en su explicación inculpatoria a las familias de la periferia europea en vez de responsabilizar a las entidades más poderosas del sistema capitalista. The Economist, inmerso en una campaña orquestada internacionalmente de guerra fría contra los emergentes –por el interés de Estados Unidos de volver a atraer el capital financiero que había buscado otro refugio-, ubica a Venezuela como un caso similar al de Grecia y/o Argentina. No se enteran, o no se quieren enterar. Venezuela tiene el petróleo que no tiene Grecia, no tiene una moneda común que amputa su soberanía monetaria/cambiaria, no acordó el Pacto de (des)Estabilidad impuesto desde la Unión Europea, ni se somete al chantaje de la deuda, ni le imponen un presidente transitorio ex directivo de Goldman Sachs. Venezuela tampoco es Argentina por mil razones: una, porque en Venezuela las exportaciones están en manos del sector público (y no depende del sector privado agroexportador), y además, el sistema cambiario es absolutamente diferente. En lo único que se parecen es que ambas economías están siendo sometida a una importante agresión desde el capital interno y externo. The Economist busca, a partir de comparaciones insostenibles, presentar una situación con una única salida: el ajuste de las políticas sociales, o mejor dicho, el desajuste social.

The Economist no presta atención alguna al rentismo importador cómo fenómeno económico novedoso en algunos países emergentes. En vez de hablar de rentismo petrolero en Venezuela, que también, deberíamos de estar más atentos a ese nuevo rentismo importador privado que aprovecha la veloz mejora del consumo mayoritario en Venezuela, una vez cubierta muchas necesidades básicas. El socialismo no se construye en un día, ni en quince años, por ello mientras tanto, éste sigue conviviendo con un capitalismo que lo aprovecha todo. He aquí donde nace esta burguesía importadora que no sólo práctica ese rentismo –pide dólares en casa, compra afuera para vender luego en casa- sino que además especula ilegalmente. ¿Cómo? No contento con la alta tasa de ganancia de la “compra afuera-venta en casa”, ha constituido un circulo del dólar, virtuoso para ellos, y vicioso para el resto. El recorrido es tan fácil como ilícito. Piden dólares para importar bienes que compra el pueblo venezolano con tasa de cambio fijo (6,3); por ejemplo, un empresario obtiene 1000 dólares del Estado para importar 10 celulares, porque cada uno cuesta 100 dólares. La empresa importadora sólo compra 5 celulares, se gasta 500 dólares pero sobrefactura 700, dejando esos 200 adicionales en cuenta extranjera (fuga ilegal de capitales). Trae los 5 celulares más 300 dólares que le sobró que son destinados a crear un mercado ilegal de divisas que es alentado por toda su superestructura mediática. De los 5 celulares, pone 3 en el anaquel, insuficiente para la demanda de los 10 potenciales compradores venezolanos. Vende los 3 con su tasa de ganancia de importador. Los restantes (2) se los guarda a la espera que comience a desarrollarse una inflación generada por ellos mismos. ¿Cómo? Recuerden que este empresario había puesto 300 dólares en el mercado ilegal y logra fijar precio del dólar porque tiene el control de ese mercado. Sube, por tanto, a cotización de ese dólar ilegal hasta 50-100, y ahí, venden esos dólares (300) obteniendo una tasa de ganancia ilegal (recuérdese que les fueron otorgados dólares del pueblo venezolano a 6,3 y ahora venden a más de 50). Pero gracias a esa maniobra ilegal, ahora este empresario indexa forzosamente el precio de los celulares cómo si el coste fuese calcular a partir del dólar ilegal. Así venden los otros 2 celulares a precio desorbitado teniendo tasas de ganancias de por encima del 1000%. Operación de bicicleta de dólares tan perfecta como ilegal. Así el dólar obtenido por el empresario tiene varios destinos: 1) cuenta en banco extranjero, 2) vende celulares a tasa de ganancia usurera, gracias a: 3) mercado ilegal de dólares.
De todo esto no dice nada The Economist porque prefiere centrarse en el recurrente argumento de lo fácil que es hacer política con los dólares del petróleo, a lo que también resulta obligatorio responder con dos aspectos claves:

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Última edición por PEDROELGRANDE; 07-02-2014 a las 16:29:35
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