¿Cuántos incendios apagó en el pasado la magia de Messi? Muchos, sin duda, y cuando terminaban los partidos, propios y extraños se congratulaban de tener al argentino en las filas culés, pues era el valor agregado que le permitía a los catalanes ser considerados el mejor equipo del mundo.

Pero en su momento también se preguntaban ¿y si Messi no estuviera? Sus detractores les señalaban el infierno y sus hinchas, aunque preocupados, miraban al resto del equipo y confiaban en que el estilo que Cruyft llevó a España, el monopolio del balón y la certera puntada final, sacarían avante los partidos.

Pero hoy el Barcelona no tiene a Messi, o por lo menos, no como antes. Viene de una lesión física, pero también anímica. Lo encumbraron tanto que haber sido sobrepasado por Cristiano Ronaldo, que no ser el pichichi, porque hay un Diego Costa que desafía todos los pronósticos, le degradó su estima.

Juega sin la magia de antaño. Tiene sus chispazos, el talento que lo hace un fuera de serie, pero no son sino eso, chispazos, que no le alcanzan a su equipo, que se destiñe al compás de su líder, cometen errores groseros como el de Busquets, se vuelven gelatinosos como Dani Alves, se achican ante un pequeño del Valencia de 1:63 que le marca un gol de cabeza a Víctor Valdés.

Cinco puntos había puesto el Barcelona de por medio sobre el Madrid, en otras temporadas, un abismo, en ésta, insuficientes, porque los tropiezos han sido muchos, y hoy la diferencia se borró y los merengues vuelven a sonreír, lo mismo que los esforzados atléticos.

La liga española vuelve a barajar. Los culés están heridos y sus rivales huelen la sangre. Hoy el Valencia, medroso en el primer tiempo, lanzó sus dentelladas en el segundo, callando al Camp Nou. Mañana puede haber un nuevo líder. El Barcelona agacha la cabeza.