Juan Carlos Botero - Periódico Debate
Llegó la hora de hacerle un juicio histórico a la izquierda en Bogotá. Llevamos tres alcaldes seguidos al mando de la capital, y hemos pasado de malos a corruptos a incompetentes.
Después de diez años de pésimo gobierno de la izquierda, dos de estos alcaldes han sido destituidos de sus cargos, y la ciudad que los tres han dejado atrás, naufragando en la estela de sus lastimosas gestiones, parece una monstruosa y caótica pesadilla urbana, saqueada por corruptos y marcada por el empobrecimiento en la calidad de vida de los ciudadanos.
Lástima. Porque así como el triunfo electoral de Petro brindó una prueba contundente para deslegitimar la lucha armada (la demostración inequívoca de que mediante la reinserción, la renuncia a la violencia, la participación pacífica en la contienda electoral, la aceptación de la democracia y del Estado de Derecho, se llegaba mucho más lejos que a través de las armas), el triunfo de la gestión de Petro como alcalde habría brindado una segunda prueba contundente, especialmente en contra de los sectores más reaccionarios de la derecha: la demostración de que la izquierda no sólo merece espacio y aceptación, sino además respeto por su capacidad administrativa. Lástima, insisto, porque se trataba de una oportunidad histórica para demostrar que la izquierda no tiene que ser apenas un catálogo de buenas intenciones, ni tiene que oscilar entre las payasadas de Chávez y Maduro o la tiranía de los Castro. Podía ser en Colombia, como lo fue en el Brasil de Lula, una fuerza política eficaz y ejecutora, motivada por la compasión y el deseo de ayudar a los más necesitados, pero ante todo capaz de producir frutos tangibles y resultados justos y materiales.
Eso, a fin de cuentas, es lo que cuenta. A la gente le importa mucho la ideología a la hora de votar, pero a la hora del gobierno la ideología importa mucho menos que la eficacia. Lo que la ciudadanía desea es que sus líderes resuelvan los problemas y mejoren sus condiciones de vida. Lo demás es secundario. ¿Acaso importa que el alcalde sea un exguerrillero o un exsindicalista si, a la hora de ejecutar, éste no logra solucionar la crisis de las basuras, o desenredar el caos del tránsito, o mejorar la salud pública o reducir el desempleo, o si prevalece la sensación de inseguridad ciudadana?
Sin duda, la alcaldía de Petro (igual que la de Garzón y la de Moreno) fue un fracaso. Eso no quiere decir que la sanción del fanático procurador no haya sido exagerada (lo fue), o que su suspensión de 15 años no haya sido injusta (también lo fue). De igual manera, los excesos de Ordóñez y su odio a la comunidad LGBTI, su pasado de quemador de libros y su manejo arbitrario de la justicia, no disculpan a Petro. Éste fue un pésimo alcalde, y ahora, con su discurso incendiario y absurdo, comparándose con Allende (casi nada) y acusando al imperialismo de planear su caída (cuando hasta el embajador gringo criticó su sanción), peló el cobre.
Pasar de la guerrilla a la desmovilización y luego al triunfo político en la democracia fue una proeza. Pero a la izquierda se le olvidó que llegar al poder no es lo más importante, sino qué se hace con el poder una vez elegido su candidato. En ese momento lo único que importa son los resultados y la excelencia de su gestión. Lo demás es basura.