Cero y van dos convenciones arregladas: tragicomedias protagonizadas por los histriones de la política nacional que día a día nos divierten con sus ocurrencias mientras sus sórdidas garras escarban en nuestros bolsillos.

En esta ocasión le tocó el turno al Partido Liberal, que de tal sólo tiene el nombre. Con el reencauche de Horacio Serpa y la emergencia de Simón el Bobito Gaviria (delfín que tiene en poca estima del hábito de la lectura), es fácil augurar al PL un nuevo fiasco en las urnas.

Atrás quedaron las épocas del trapo rojo y del trapo azul, cuando se mataban liberales y conservadores en nombre de un maldito color. Hoy hay más colores, pero la esencia del juego permanece.