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Predeterminado Terry Butcher, un héroe bañado en sangre Calificación: de 5,00

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Existen héroes en el mundo del fútbol que lo han sido por su talento, su genio indiscutido, su flagrante capacidad goleadora o por su corazón a prueba de balas. Otros lo fueron por su personalidad, acaso también por sus aspectos intangibles, su carisma y otras cosas más que están unos metros distantes de la cualidad futbolística en sí. También otros se han hecho acreedores a dicha calificación por su tezón, esfuerzo, dedicación, lealtad y compromiso. Algunos, uno de los casos más comunes últimamente, son fabricados a gusto y placer por la prensa y la moda. Sin embargo pocos, muy pocos, pueden decir que han dejado -literalmente- su propia sangre en el camino del héroe, en ese vía crucis épico, cuyo trayecto puede ser más o menos largo, cuyo punto final es la idolatría del respetable propio. Terry Butcher, ese defensor inglés cuyo apellido significa sin más "carnicero", sí puede estar orgulloso de encontrarse dentro de ese grupo reducido.

Nacido en Singapur, destino exótico para un tío tan tradicionalmente inglés como él, Terence Ian Butcher se ha convertido con el paso del tiempo en un representante arquetípico de lo que era el british football en la época pre-metrosexual. Cabello sin peinados exóticos, rostro adusto, rocoso y desencajado, 193 intimidantes centímetros de estatura y la eterna cara de pocos amigos. Algo así como un Vinnie Jones, un Dean Windass o lo que será seguramente Wayne Rooney cuando aumente en cifras su edad. Jugador clave de la selección británica de los finales de los 80s, su rústico juego defensivo lo puso como un insustituible dentro de la alineación de los "Pross" que buscaban su lugar en Italia '90.

El tradicional jugador del Ipswich y del Rangers terminaría siendo decisivo en la clasificación final de aquella selección que llegaría hasta las semifinales en el país trasalpino, en la que fue la última gran participación mundialista brit. Y lo más curioso es el cómo terminó siendo un héroe, un auténtico Ulises bañado en sangre. Eliminatorias mundialistas, año 1989. Partido más que decisivo frente a Suecia en condición de visitante. Los puntos que separaban a una selección de la otra eran tan sólo dos. O sea: ocasión inmejorable para los nórdicos de remontar dicha ventaja y dar alcance a los ingleses. Pero un muro se interpondría en el camino de la actuación de los del norte. Un jugador que, curiosamente, terminó con su camiseta de otro color totalmente distinto a la de sus compañeros.

Corrían los primeros minutos de encuentro y se produjo un choque fortuito entre las cabezas de Terry Butcher y el sueco Ekstrom. La consecuencia fue inmediata: la dura cabeza del "Carnicero" tenía un corte más que importante y esto podía hacer que tenga que salir del terreno de juego. Pero no. Decidió que le pongan una venda, el médico le haga unas costuras y seguir jugando como pudiera. Aún sabiendo que era uno de los defensas centrales del equipo, que tenía una altura considerable y que, inevitablemente, iba a tener que emplear su testa para rechazar cuanto balón llegara a su área. Y no le importó. Y su vendaje volvió a romperse y su herida volvió a abrirse. Así es como ese día Inglaterra tuvo tres colores de camiseta distintos: la de Peter Shilton, la del resto de los jugadores y la de Terry Butcher, la eterna imagen de la elástica color carmesí.

Eran otros tiempos, sin dudas eran otros tiempos. Más allá de la estricta -y lógica- prohibición que existe sobre jugar en dichas condiciones, no me imagino a muchos futbolistas de la actualidad, tan timoratos y cuidadosos, yendo más allá de los límites de lo imaginado. ¿O se imaginan a esa tunda de metrosexuales que pueblan el fútbol en la actualidad jugando con la cabeza abierta y la sangre brotando a borbotones? De ninguna manera. Pero esto le trajo sus frutos a Terry Butcher. A pesar de la lesión de Neil Webb y de las muchas dificultades que se presentaron a lo largo del partido, Inglaterra pudo terminar el encuentro en cero y clasificarse al mundial de Italia. Y si lo consiguió, en buena medida, fue porque una persona que estaba vistiendo la camiseta británica no claudicó y dejó para el resto de los mortales una lección de amor propio sin precedentes. Con su elástica bañada en su propia sangre, con su cabeza herida y su orgullo a flor de piel, Butcher no sólo que completó el partido, sino que terminó siendo clave en varias situaciones. Y la patria que inventó el fútbol, ese sitio en donde la modernidad y la historia se dan cita en cada partido, cada instante, tuvo otro nuevo capítulo que agregar a su rica y extravagante historia: la de la crimson shirt de Terry Butcher, ese demente de 193 centímetros de largo que se negó a salir del campo de juego, el que demostró que un partido de fútbol también deja heridas de guerra, el que fue capaz de jugar ahí, parado en el límite de las consecuencias, pero dejando todo por defender los colores que portaba.

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