El día de Reyes de 1972 un Caravelle chocó contra Ses Roques Altes, el punto más alto de Ibiza, provocando la muerte a sus 104 pasajeros. Todavía hoy se pueden contemplar los restos de la aeronave desperdigados por la zona, pero lo más asombroso es que son numerosas las personas que han protagonizado terroríficas experiencias paranormales en el lugar del accidente… En el presente reportaje, extracto del libro En busca de lo imposible (Oberón, 2012), el autor ofrece los testimonios más importantes.

Restos del accidente que aún se encuentran en el lugar.


De algunos árboles cercanos a la zona
del impacto, colgaban restos humanos y
algunos enseres personales de los fallecidos.

Aquella calurosa tarde de agosto de 2011 un cielo en llamas se desangraba sobre Ses Roques Altes (Ibiza). Dentro de unos meses se cumplirían 40 años del que fue uno de los accidentes aéreos más graves de la historia de España. El 7 de enero de 1972 un Caravelle chocó contra el punto exacto en el que me encontraba, lanzando por los aires los restos de aquel vuelo de Iberia y provocando la muerte instantánea de sus 104 pasajeros.

Una escena dantesca

La apacible mirada de Nito Verdera se transformó por completo cuando empezó a describirme lo que había visto con sus propios ojos aquella luctuosa tarde de 1972. Periodista de raza, firmó impactantes crónicas para el Diario de Ibiza. Él fue quien se desplazó al lugar de los hechos solo unas horas después del accidente. Al principio, se creía que el avión había caído al mar, pero un vecino de la zona, el profesor Juan Mari Tus, escuchó un ensordecedor bramido que “partió” el cielo en dos, así que decidió acudir al sitio de donde había surgido aquella especie de bombazo. Guiado por un fuego lejano y por un olor a carne quemada que describirían después todos los allí presentes, fue el primero en hallar los restos del avión.


El periodista Nito Verdera del Diario Ibiza
fué uno de los primeros informadores en llegar
a la zona de los hechos, encontrándose con una
escena que nunca podrá olvidar.

Después llegó un grupo de 200 soldados que, según algunas fuentes, tuvieron que emborracharse para soportar aquella escena. Según me comentaba la reputada criminóloga y periodista de sucesos de la isla, Cristina Amanda Tur, aquellos militares tenían tan solo 18 ó 19 años. Sin duda, la dantesca escena debió ser uno de los peores recuerdos de sus vidas. A la par, también acudió un reducido grupo de periodistas, entre los que se encontraba Nito Verdera.



Lugar del accidente horas después.

NOCHE DE TERROR EN SA TALAIA

Como ocurre con otros lugares donde lo funesto parece haber fijado su atención, el escenario del accidente quedó marcado para siempre. María Luisa Álvarez es una respetada taxista de Ibiza. Desde hace años, recorre la isla de punta a punta, pero se niega a subir a Sa Talaia a raiz de una experiencia que vivió allí el verano del 1991. El calor estival propició que decidiera pasar una noche de acampada junto a tres amigos de aquella zona ibicenca.


María Luisa Álvarez

Alejados del barullo, Rafa, Coco, Ana y Marisa prepararon una velada diferente y original. Acostumbrados al senderismo y al contacto con la naturaleza, el grupo dejó el coche en un pequeño aparcamiento y ascendió a pie por un sendero de tierra, hasta alcanzar la explanada donde se erige el memorial a las víctimas. Un solemne silencio envolvió a los chicos en aquellos primeros instantes. Conocían de refilón lo que allí había ocurrido, pero nunca antes habían estado en el lugar.


Memorial
Eran ya las once de la noche cuando el frío propio de la montaña obligó a los jóvenes a resguardarse en el interior de la tienda. Conectaron un quinqué a la batería del coche y, después de cenar, decidieron jugar a las cartas. Pasados unos minutos, unos gritos desgarradores surgieron de la nada:”Denotaban dolor”, contaba Marisa mientras me mostraba cómo el vellos de su brazo se había erizado al recordar la historia.”Eran unos alaridos que iban a más. Los escuchamos todos a la vez”, aseguró.”¿Y procedían de algún lugar en concreto?”, pregunté asombrado. “No, parecían salir de todas partes. Pero es que eran gritos de muchísima gente, y todos a la vez”.
Entonces, la luz del quinqué, que hasta entonces había iluminado aquel espacio de forma sutil pero eficaz, empezó a atenuarse lentamente y acabó apagándose por completo, dejando sumidos a los cuatro amigos en la más absoluta oscuridad. En el exterior, aquellos alaridos parecían acercarse cada vez más, hasta llegar a escucharse entre las ramas que rodeaban a la tienda, helando la sangre de todos allí presentes.

Fin.

Transcrito de la revista año cero del mes de abril de 2013