Denunciante Avanzado
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Los espías griegos se comunicaban a través de sus tatuajes, que establecían quiénes eran espías, y qué rango tenían.
Los romanos, en cambio, usaban los tatuajes para marcar a los criminales y a los esclavos.
Los japoneses también marcaban a sus convictos. Una sola línea en la frente representaba a alguien que había cometido un delito por primera vez. Dos líneas remarcaban a los reincidentes, y tres líneas formaban la palabra “perro”.
Las tribus Ainu, de Asia, usaban los tatuajes para diferenciar clases sociales y sus correspondientes status, sobre todo en el caso de las mujeres casadas.
En Burma, los tatuajes se usaron para reafirmar creencias religiosas y espirituales.
En Nueva Zelanda, la tribu Maori promovió un elaborado tatuaje facial llamado Moko, que servía para graficar el valor y el rango de los guerreros.
Mexicanos y peruanos tomaban el arte del tatuaje como un ritual, y hay evidencia que fundamenta esta creencia en los hallazgos de elementos de las culturas Maya, Inca y Azteca.
En las Islas británicas, el tatuaje era parte de una ceremonia. Alemanes, sajones y daneses solían tatuarse también los símbolos familiares. Los tatuajes desaparecieron casi por completo, durante 400 años, entre 1200 y 1600, después de la invasión de Inglaterra por parte de conquistadores nórdicos en 1066.
En el momento en que los expedicionarios británicos comenzaron a volver de sus viajes con indígenas completamente tatuados, a finales del 1600 y del 1700, los tatuajes de la Polinesia generaron una sensación en Londres.
Al mismo tiempo, en Japón, donde los tatuajes habían tenido un fundamento religioso, en 1700 comenzó a utilizarse el “body-suit”, es decir los tatuajes que semejaban ropas cubriendo cada centímetro del cuerpo, desde el cuello hasta las muñecas y tobillos.
En 1891, Samuel O'Reilly patentó la primera máquina tatuadora eléctrica. Constaba de una barra sosteniendo varias agujas, un tubo en que se sostenía esa barra y una especie de pequeño tamborcito giratorio.
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