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Lord Mago
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Predeterminado Respuesta: Para leer, reflexionar y sacar conclusiones: PENA MÁXIMA, UN JUICIO AL FUTBOL COLOMBIANO.

Continuación Capítulo II



La confianza llevó a que no hubiera secretos. A los entrenamientos de Colombia iba el que quisiera. En uno de ellos se empezó a poner en evidencia que las sonrisas y los halagos eran de dientes hacia afuera. Que no era cierta aquella frase cliché de que la Selección era una familia. Tampoco esa que Francisco Maturana había repetido hasta la saciedad y que hablaba de la madurez del grupo. Todo eso se reveló en las primeras actitudes de Freddy Rincón. En una ocasión, antes del debut, simuló una lesión y, cuando vio la preocupación de Maturana, soltó una carcajada. En otra, también antes del juego frente a los rumanos, descargó todas las maldiciones imaginables contra el técnico porque éste le había sancionado un fuera de lugar.

Faustino Asprilla y Adolfo Valencia, cada uno a su modo y por su lado, siguieron el ejemplo de Rincón. Aprovechaban cualquier oportunidad para inventar una burla, un desplante, una grosería. El técnico reaccionó, por lo menos durante aquellas primeras jornadas. Por esos días, y ante un grupo de sus íntimos, dijo que si fuera por él, ya hace rato habría excluido de la nómina a Rincón, Asprilla y Valencia. Aún no habían llegado los instantes amargos de la derrota, pero ya Maturana tenía claro que estos tres individuos sólo le traerían problemas. Aquí se entienden un poco sus declaraciones a César Augusto Londoño, periodista de Caracol, cuando culpó a Valderrama de haber perdido su liderazgo dentro del grupo.

Pero se entiende también su falta de temple. Como él no era lo suficientemente fuerte para controlar a Rincón, a Asprilla y a Valencia, esperaba que otro lo hiciera. Y el más indicado por su rol de líder y capitán era Carlos Valderrama. Lo acusó porque El Pibe no hizo lo que él tenía que hacer. Pero, claro, no fue en el Mundial donde Maturana perdió su autoridad. La había perdido mucho antes: cuando le permitió a Asprilla violar las reglas cuantas veces le vino en gana, cuando lo perdonó, cuando accedió a que los jugadores no fueran al compromiso ante la Cremonese en Neiva, cuando permitió que los dirigentes y los patrocinadores manejaran los partidos de preparación…

La autoridad no se perdió en un día ni por un hecho aislado. Una nota publicada por El Tiempo el domingo 7 de agosto de 1994 decía que los brotes de indisciplina habían rebasado cualquier cálculo: Valencia ni siquiera bajaba a desayunar, almorzar o comer con sus compañeros, pues prefería hartarse de hamburguesas en su habitación; Freddy Rincón estuvo enloquecido durante el campeonato porque en Colombia, antes de partir, un brujo le había dicho que le iba a ir muy mal en el Mundial, que Colombia perdería y que él se fracturaría una pierna; Asprilla no había respetado horarios ni códigos y se había embriagado varias veces; Valenciano se había pasado de copas; a Valderrama se le habían subido los humos… El artículo dijo muchas verdades, pero todas esas verdades no fueron las que llevaron al fracaso. O por lo menos, no sólo esas. Hubo otras. Mentales, futbolísticas, sociales. Ellos, los jugadores, siempre dijeron que no estaban agrandados, que el favoritismo venía de afuera, que no se sentía por dentro. Era obvio que dijeran cosas de ese estilo pues no podían gritar a los cuatro vientos que sí se consideraban los mejores, que sí estaban agrandados, que sí estaban convencidos de obtener la Copa del Mundo. El viernes 17 de junio, por ejemplo, Adolfo Valencia se escapó de la concentración para ir de compras. Quería unos zapatos elegantes. Nada malo si no fuera porque debía cumplir un reglamento. Nada malo si no fuera porque hacía parte de una delegación que representaba a un país.

Se fue con un periodista, uno de tantos que “colaboraron” con los futbolistas para que hicieran lo que se les antojara. Y habló con él de fútbol, claro. “Yo no le veo problemas a este Mundial, de verdad. Fíjate lo que mostró el partido inicial entre Alemania y Bolivia. Nada de nada. ¿Y el grupo que nos tocó? Nada del otro mundo. Sólo es cuestión de divertirnos corno lo sabemos hacer y de empezar a celebrar. ¿Con qué nos puede sorprender Rumania?”. Esa relación que sostuvieron los jugadores con algunos periodistas fue nefasta. Charlaban todos los días y a todas horas. De un posible traspaso, de las indicaciones de Maturana, de lo que más convenía hacer en el partido, de las familias, de los amigos, de las mujeres. De todo y de nada. Era imposible llegar a un cierto grado de concentración, la concentración que se requiere en un Campeonato del Mundo, con tanta opinión suelta.

En el Mundial de México 86, lo primero que hizo Carlos Salvador Bilardo con la Selección de Argentina fue aclarar las reglas del juego. Restringió los horarios de entrevistas y sometió a su equipo (a la postre Campeón del Mundo) a un aislamiento casi sagrado, a una verdadera concentración. En Estados Unidos, Brasil se refugió en las afueras de Palo Alto en un sitio denominado Los Gatos. Allí sólo podía ingresar el que tuviera autorización del técnico Carlos Alberto Parreira. Y Brasil fue el campeón en USA 94. Lo mismo ocurrió con Alemania, Argentina, Italia, España, Holanda. Esos países con historia. Esos países que han aprendido de sus errores y han repetido sus aciertos.

En el Mundial de Italia las cosas habían sido distintas. Por aquel entonces ya era un triunfo estar en el Campeonato. Eran otros tiempos y la vanidad aún no se había colado en el equipo nacional. Meses antes del torneo, Francisco Maturana se fue a Bolonia a conseguir una sede. Averiguó, probó, consultó y se decidió por la Villa Palaveccini, un lugar que reunía todo lo que un equipo de fútbol pudiera necesitar. Canchas de fútbol, soledad, buenas habitaciones, buena comida, paisaje, tranquilidad. Allí estuvo la Selección interna durante toda la primera rueda. Cuando le tocó enfrentar a Alemania, en Milán, también mantuvo esa base de concentración. El equipo sólo durmió una noche por fuera de la Villa.

¿Será que en Estados Unidos, por los alrededores de Los Ángeles, no hay un lugar tranquilo, con todas las comodidades que un equipo necesita? Parece que Colombia no lo encontró. ¿O será que no lo buscó por la certeza de que no se necesitaba, por la certeza de que con el equipo que tenía iba a llegar lejos de cualquier manera? Es paradójico. Maturana dijo que el error más grave fue haber escogido el Hotel Marriot de Fullerton porque permitía la afluencia de periodistas y público en general. Pero nadie le recordó que en Italia había hecho lo contrario y le había ido bien. Nadie le recordó tampoco lo de Barranquilla y Buenos Aires.


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God let me die with my sword in my hand...

Haber caído tanto y no haber aprendido nada – ese es tu fracaso.


Es bueno conocer la historia para que no se repita... Aquí, los primeros tres capítulos del libro "La Pena Máxima, un Juicio al Fútbol Colombiano".
Lord Mago no está en línea   Responder Citando
 
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