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Lord Mago
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Predeterminado Respuesta: Para leer, reflexionar y sacar conclusiones: PENA MÁXIMA, UN JUICIO AL FUTBOL COLOMBIANO.

Continuación Capítulo 1.



El factor Asprilla

Fue él, Faustino Asprilla, el hombre que marcó desde el principio, y a su manera, la pauta del equipo. El hombre que transgredió las reglas para abrir una grieta en la intimidad del grupo y en la autoridad de Maturana y Gómez. Por aquel entonces era el único colombiano que actuaba en el fútbol italiano y sus éxitos llenaban páginas y páginas. Un lunes, lunes 20 de septiembre de 1993, EL Tiempo llegó a decir que era el mejor jugador del mundo. Una muestra más de la superficialidad de la prensa colombiana. Uno que otro comentarista radial también afirmó lo mismo. Y Maturana, después de hablar con Arrigo Sacchi y César Luis Menotti, declaró que con Asprilla podría resolver todos los problemas que se le presentaran.



“Pacho, el fútbol colombiano ha adquirido un altísimo nivel técnico y táctico. Es reconocido ya en el mundo entero. ¿Por qué te preocupan las Eliminatorias si, además, para cualquier inconveniente que se te presente, lo tienes al negro Asprilla para que te lo solucione?”, le dijo Sachi antes de la Copa América que se jugó en Ecuador del 20 de junio al 4 de julio de 1993. Uno tras otro y día tras día, llovían los elogios para Asprilla. Pero no fue tan grave que existieran esos elogios, lo grave fue que él se los creyó. Se convenció de que era insustituible en la Selección Colombia. Comenzó a exigir y el cuerpo técnico a ceder. Fue convocado para la Copa América de Ecuador, pero él prefirió irse de vacaciones. Sus compañeros no dijeron nada, todavía no era el momento. Sobre el final, cuando ya nadie sabía si llegaba o no, apareció en Ecuador.

“Sus vacaciones” las había pasado en San Andrés. Allá llegó con una amiga después de exigir en el aeropuerto Eldorado que lo tenían que subir al primer vuelo que partiera hacia la isla. No había cupos y la gente hacía fila para conseguir uno, aunque fuera en lista de espera. Pero Asprilla no esperó. Tampoco respetó el orden. A los trancazos se metió hasta el mostrador. Y amenazó. Y manoteó. Y gritó. Al final consiguió los dos asientos. Mientras sus compañeros se concentraban, él paseaba.

Llegó a Ecuador para enfrentar a Argentina en semifinales. Habló con quien quiso, se movió por donde se le antojó. Y jugó. iCómo no iba a hacer lo que quisiera si para los colombianos era el mejor del mundo! iCómo no iba a exigir si Bavaria, su patrocinador, lo había trasladado en un jet privado! El niño consentido de la Selección enfrentó el jueves 1 ° de julio a los argentinos. Cara a cara con Batistuta, con Redondo, con Simeone… Con tipos que, como él, venían de las ligas europeas. Pero a aquéllos ni siquiera se les ocurrió pensar en vacaciones. Tomaron vuelos directos a Ecuador para estar con su equipo. “La Selección Argentina por encima de los intereses personales”, dijeron. Ya en la cancha del Monumental de Guayaquil, Asprilla fue un desastre. “Hay que darle ritmo”, dijo Maturana. Y se empecinó. Prefirió a un jugador que cambiaba la camiseta de Colombia por unas playas. Y dejó en la banca un sabor a injusticia, a amargura.

Nadie puede sentirse feliz de quedar por fuera de un partido si se mata en los entrenamientos, si cambia comodidades por sacrificios, si se somete a un régimen de disciplina. Pero esa es la ley del fútbol: sólo juegan once. Lo que no puede aceptar jamás un futbolista, por servil que sea, es perder el puesto con un individuo que ni siquiera asiste a las prácticas. Adolfo Valencia, Víctor Aristizábal, Anthony de Ávila e Iván René Valenciano no hablaron. Pero el resentimiento comenzó a crecer.

Días antes de la Copa América, por los primeros días de mayo y en un partido de preparación ante los Estados Unidos, Valencia había insinuado su resentimiento en Miami. “Hoy juego, claro. Pero seguro, cuando llegue Asprilla lo colocan porque sí, aunque yo me haya matado por el puesto”. También había presentido lo que ocurriría. Por la tarde de aquel 5 de mayo El Tren selló su traspaso al fútbol europeo. El Bayern de Munich lo esperaba. Y la polémica.

Porque la relación entre Adolfo Valencia y Francisco Maturana estuvo marcada desde el principio por la polémica. El técnico no lo quería, pero algunos sectores de la prensa presionaban. En aquella Copa América de Ecuador la situación se hizo insostenible. Hernán Peláez y Edgar Perea, periodistas de Caracol, le gritaban al mundo que El Tren tenía que estar. Maturana apenas lo colocaba por momentos. Se inclinaba, dentro de su lógica, por Asprilla y Tréllez.

Con ellos dos salió para el primer juego de las Eliminatorias al Mundial, el 1 ° de agosto de 1993. Asprilla no alcanzaba su mejor nivel, Tréllez luchaba contra la oposición de medio país. El 0-0 final de aquel debut ante los paraguayos en el Metropolitano de Barranquilla fue casi una bofetada para los colombianos. Faustino Asprilla pasó de héroe a villano. Y los diarios lo señalaron como el gran responsable del punto perdido, no sólo por el penal que desperdició, sino por su excesivo individualismo.

Sin embargo, Maturana y Gómez le apostaron de nuevo. El 8 de agosto, ante Perú, en Lima, estuvo otra vez entre los once que iniciaron. Y otra vez fue fracaso lo suyo. La presión aumentó, pese a la victoria 1-0. Ya para el tercer compromiso de la Eliminatoria se hacía casi imposible la presencia de Asprilla. El rival era Argentina, líder del grupo, invicto en 33 partidos y campeón de la reciente Copa América. Cualquier resultado que no fuera victoria sería el acta de defunción para Colombia.

Entonces, tal vez por convicción, tal vez por presión, Maturana cambió. Dejó en la suplencia a Asprilla. Y a Tréllez, Gómez y Álvarez. La Colombia de esa tarde del 15 de agosto fue otra en Barranquilla. Sobre los dos minutos del juego, Iván René Valenciano tocó su primera pelota en la Eliminatoria y dejó estático a Sergio Goicochea. Fue gol. Asprilla empezó a sufrir. Su gesto y su silencio así lo decían. Al final de los 90 minutos se le vio serio. Colombia celebraba el 2-1 sobre Argentina y el primer lugar del grupo. (El segundo tanto colombiano fue de Valencia; el de Argentina, de Medina Bello). Entre pitos, banderas, gritos y aguardiente se fue la tarde. Y con la noche llegó la fiesta al Hotel Dann. Hubo orquestas, hubo baile, hubo risas. De Faustino Asprilla no se supo nada. Pero en la madrugada del lunes 16 el rumor se coló por entre los huéspedes del Dann.

“Asprilla se voló”, dijo un periodista barranquillero.

Y se encendió el escándalo. Hacia el mediodía de aquel lunes, ya toda la prensa del país estaba enterada del asunto. Faustino Asprilla se había escapado de la concentración, molesto por haber estado de suplente en el partido con los argentinos. Una rabieta más del niño terrible, un desplante más del jugador indisciplinado.

Ese día, las primeras palabras las pronunció Juan José Bellini, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol: “Un jugador que actúa así no debe volver a vestir la camiseta de Colombia”. Pero sólo unas horas más tarde se retractó, como volvería a ocurrir en julio de 1994 con otras declaraciones igualmente fuertes. El final de este episodio fue lamentable, aunque se lo tiñó de positivo.

En una rueda de prensa, citada por el cuerpo técnico de la Selección, Asprilla fue perdonado. Se dijo allí que los mismos jugadores habían pedido su reintegro. Y nadie buscó nada más. El futbolista volvió y prometió que no habría más desórdenes por su culpa. Francisco Maturana lo disculpó de nuevo diciendo: “Es un niño, sólo un niño bueno, no sería capaz de hacerle daño a nadie”. Por su parte, Javier Gaitán, periodista de CM&, alcanzó a advertir: “Como precedente es nefasto”.

***

El 5-0 sobre Argentina tapó los desmanes de Asprilla. Para muchos, esa fue “su gran noche”. Hoy sería todo un gesto de cordura, como dice Joan Manuel Serrat, desenterrar la verdad futbolística de Faustino Hernán Asprilla. Cuenta su historia que por allá por 1991 comenzó a asomar como un tipo genial en la cancha. Jugaba para el Nacional, y con el Nacional ganó el título colombiano de ese año. Impredecible, veloz, hábil, intuitivo y creativo, con esa camiseta mostró lo mejor de su repertorio.

En febrero de 1992 fue convocado por Hernán Darío Gómez. Tenía el puesto asegurado en la Selección Colombia Sub-23 que disputaría un cupo para los Juegos Olímpicos de Barcelona. Allá, en Paraguay, también brilló Asprilla. Y ese equipo, que de su mano se cansó de arrumar elogios, terminó en el segundo puesto (perdió 1-0 ante los locales el encuentro decisivo). Asprilla Colombia presagiaban grandes cosas para la Olimpiada.

Pero la histeria de siempre se repitió. Es distinto llegar a un campeonato como uno más a llegar como opcionado al título. Y es distinto en todos los sentidos. Al fútbol de Colombia, y decir Colombia es decir directivos, periodistas, entrenadores, jugadores y aficionados, esas diferencias parecen no interesarle. En los Olímpicos, como pasaría con el Mundial de Estados Unidos, se pagó muy caro ese descuido.

Y se pagaron caras, como en Estados Unidos, las ilusiones transformadas en obligaciones. Al equipo de Hernán Darío Gómez se le exigió una medalla desde el día en que terminó el Preolímpico de Paraguay. Pero jamás llegó esa distinción. Al contrario, lo de Barcelona fue un fracaso rotundo, en lo deportivo y en lo organizativo. (Colombia perdió ante España 4-0 y con Egipto 2-1 y empató con Qatar 4-4). Y dentro de ese fracaso Asprilla desempeñó un papel decisivo. Porque fue negligente en la cancha. Porque fue individualista. Porque intentó hacer él solo lo que su equipo no podía. Y le negó a ese equipo la posibilidad de asociarse. En aquella Olimpiada Faustino Asprilla jugó, literalmente, para Faustino Asprilla. Se pasó de revoluciones para demostrarle al mundo que él era la gran figura. Y se equivocó, claro. Pero un año después mu y pocos recordaron aquella equivocación. No la recordaron por ese “estigma tropicalista de ignorar los matices, por esa manía colombiana de estar siempre en los extremos”, según frase de Carlos Antonio Vélez.

En 1993 Asprilla, que jugaba en el Parma, era una de las sensaciones de la liga italiana. Un gol suyo acabó con el invicto histórico de 58 partidos que ostentaba el Milán; otros dos frente al Atlético de Madrid le otorgaron a su equipo el tiquete para jugar la final de la Recopa, y tres más le dieron una victoria mágica a su cuadro frente al Torino. Esos tantos fueron suficientes para que en Colombia lo llamaran “el mejor del mundo”. (El Tiempo, septiembre 20 de 1993, pp. 1 A y 1 D).

Como un ídolo, casi como un dios, llegó Asprilla a jugar las Eliminatorias de USA 94. Ya está dicho: su única buena presentación fue en Buen os Aires el 5 de septiembre. Con ese partido, en el que los argentinos, desesperados por tener que obtener un resultado l e regalaron espacios para su velocidad, toda Colombia se dejó engañar. Con un partido se borraron sus fallas, y por un partido se le rindió pleitesía… una vez más.

Ese error no lo perdonaría el fútbol. O el destino, como se quiera. El fenómeno Asprilla fue decisivo para los acontecimientos de junio y ju lio de 1994. Es que el fútbol no es sólo poseer una gran técnica o una velocidad insuperable. En el fútbol no se gana por nombre o por los goles que ya están archivados. El fútbol es otra cosa… mucho más compleja, mucho más profunda. Y no se deja engañar por luces artificiales.

O por momentos de inspiración. Porque sí, la inspiración se produce en el fútbol, eso dicen. Pero no puede ser una constante en la vida de un jugador, aunque a alguno le parezca un contrasentido. Es que cuando esa inspiración se transforma en regularidad ya no lo es más. Pasa a llamarse de otra manera, y, también, de otra manera se produce. Lo de Asprilla es inspiración, lo de Carlos Valderrama es calidad. ¿Y la diferencia dónde está? ¿En qué consiste?

De repente, a un futbolista le queda una pelota servida al borde del área rival. Uno hará lo que el instinto le ordene: si la jugada sale bien, dirá después que es inspiración. Otro terminará la maniobra de acuerdo con su experiencia e inteligencia. Seguro, el primero, por esa “inspiración”, finalizará bien una jugada de diez posibles. Con el segundo, el final de la película será totalmente al revés, de diez posibilidades se equivocará en una, o máximo, en dos. Lo de este último ya no se puede llamar inspiración. Será calidad, talento, inteligencia, experiencia… Pero no inspiración. (¿Por qué llamar inspiración al final de una obra pensada por su autor mucho tiempo? (Acaso alguien podría decir que el Guernica de Picasso es inspiración, cuando el artista trabajó su estilo, sus ideas, sus formas y colores durante años y años?

Vivir permanentemente inspirado, eso es calidad. Actuar por ráfagas, eso es inspiración. Con la Selección Colombia, Asprilla sólo mostró ráfagas de su talento natural. Y ahí estuvo uno de los errores más graves de toda esta historia. El país, todo, se convenció de que esas ráfagas eran calidad. Y que por lo tanto había que hacerle caso al jugador hasta en el mínimo capricho. Para mantenerlo contento, motivado, dispuesto; para que no se fuera… para que le hiciera a Colombia el favor de jugar el Mundial de Estados Unidos.

Es que a Asprilla quisieron hacerlo ídolo simplemente porque en Colombia no hay ídolos. Nunca los hubo. Aquí los ídolos son de barro. Inventados por la prensa. Ni se les quiere ni son ejemplo de nada, porque además no tienen ningún ejemplo para dar. Son hombres surgidos de la miseria, llevados al cielo en un par de días y devueltos al barro en otros dos. Asprilla jamás tuvo la culpa de que lo inventaran como ídolo. Su error fue creerse ídolo. Y aprovecharse de su condición. Su culpa fue transgredir una y otra vez las normas.


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God let me die with my sword in my hand...

Haber caído tanto y no haber aprendido nada – ese es tu fracaso.


Es bueno conocer la historia para que no se repita... Aquí, los primeros tres capítulos del libro "La Pena Máxima, un Juicio al Fútbol Colombiano".
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