Nuestra selección, orgullo de todos

por Herácito

Salvador, un hincha chileno, se sorprendió al entrar al Metropolitano. Una gran mancha amarilla lo cubría majestuoso. Se rascó la cabeza con incredulidad y se fue al sitio destinado a la barra austral, donde cientos de sus compatriotas se apretujaban para asistir a la clasificación de los suyos. La fiesta, aseguraban, sería roja.

Y lo fue, al menos en el primer tiempo. Como un vendaval, con Alexis Sánchez y Arturo Vidal de comandantes, los chilenos se tomaron por asalto el campo, volvieron hilachas a los nuestros y rompieron el hechizo de la arquería imbatible. Tres goles en 45 minutos de pesadilla, frente a un rival desconcertado.

Salvador celebraba con los suyos, incluso por el clima que, a diferencia de otros partidos, se mostró benigno. Todo estaba a favor de este buen seleccionado que en Brasil va a dar de qué hablar. Un equipo compacto, un huracán de buenos pases, velocidad, juego abierto por las bandas, técnica y empuje, mucho empuje.

Pero Pekerman es un viejo zorro que sabe rectificar a tiempo. Con fe de carbonero confía en Abel Aguilar, pero no había caso en este partido. Tampoco con Medina, voluntarioso pero inexperto e inseguro. La inclusión de Macnelly para las ideas y de Fredy Guarín para recuperar el medio campo, dio los resultados esperados.

Teo respondió y metió el primer gol. El intermitente James del primer tiempo prendió motores y las ideas comenzaron a bullir y con ellas las oportunidades. Disparos al arco, mayor volumen de juego, iniciativa en el medio campo, Armero por la izquierda y Cuadrado por la derecha, cambiaron la cara del partido.

El desconcierto esta vez se instaló en el campo chileno y comenzaron a tapar los huecos con torpeza, rebasados por las ganas del rival. Dos faltas en el área, una expulsión, dos penaltis convertidos por Falcao y el milagro se consiguió. La igualdad con sabor a triunfo, a clasificación, a premio al pundonor, estaba servida.

Recordaremos este partido por mucho tiempo, porque después de haber caído al infierno se pudo subir al paraíso, por ese Metropolitano que al grito de “Si se puede” acompañó en las malas a un seleccionado cabizbajo que se marchó a restañar sus heridas al camerino en espera de una segunda oportunidad.

Un partido mágico que se instala en la memoria por el orgullo herido de estos jugadores que supieron levantarse, que sin hacerlo tan bien como otras veces, sacaron a relucir su casta, la piel dejada en otros campos, para gritar con su fútbol el “sí se puede” de las tribunas. Es la estirpe de los que están para cosas mejores. Aplausos, muchos aplausos.

La historia es suya, se la ganaron a pulso, muchachos. Colombia los arropa con cariño y orgullo.