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armando2007
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Predeterminado Respuesta: El pecado de los medios (Pena Máxima III)*



La ilusión en sus miradas

Por aquello de los agüeros, cargó con la misma bandera que había paseado 17 años antes por Suramérica. Tenía dos agujeros, estaba descolorida ya, pero qué importaba. También llevó un afiche de aquel equipo del 75. Algunos se reían al verlo, otros le preguntaban. Él decía que ese había sido el mejor cuadro de Colombia en la historia. Y se ofuscaba cuando le respondían que al lado de Valderrama, Asprilla, Rincón y Valencia, esos, los que él adoraba, eran colegiales. “Por lo menos, hasta hoy, son los únicos que han ganado algo, así fuera un subcampeonaco”, murmuraba él, ofendido.

Dentro del estadio no dejó de alentar a su equipo. Estaba feliz otra vez. Le contaba a su hijo (el menor, porque al mayor sólo le gusta el fútbol americano) de aquel equipo del 75. Al fin y al cabo, había decidido vivir de recuerdos y no de los famosos Tinos, Trenes y Pibes. “Todo lo que me maté por creerle a gente ignorante”.

“¿Estos eran los genios que iban a ganar el Mundial?”, preguntaba y se preguntaba después del juego, mitad resentido, mitad engañado. “Qué tal que los del 75 hubieran tenido todo este apoyo… “. El miércoles 22 de junio repitió la misma rutina, pero ya no gritó, ya no alentó más a Colombia. Trató de imaginar que Valderrama era Umaña, que Asprilla era Willington, que Córdoba era Zape… No pudo. Con el segundo gol de Estados Unidos se levantó. “Te espero afuera”, le dijo a su hijo. Y salió para sentarse en un andén con su afiche desplegado. Así estuvo hasta el final del partido, con los ojos clavados en el 75; con la ilusión hecha pedazos.

No le importaban la plata, los meses invertidos, los trabajos. No le importaba siquiera la derrota. Sin ver, vio a esos hinchas que salían llorosos; con la peluca de Valderrama en la cabeza, con la camiseta amarilla… Y sintió que en cada uno de ellos estaba él 17 años más joven. “Ven Carlitos”. Le habló suave a su hijo. “Mira a estos ti pos”, y señaló ‘su’ equipo. “No tenían patrocinios ni ganaban millones, apenas para vivir. Los presidentes jamás fueron a verlos. Y cada gol que hacían era la misma felicidad. No sé cómo explicarlo… Es como cuando tú vas contra la corriente y ganas ; la alegría es tres veces mayor. Por el triunfo, por la gente que no creyó en ti y por ti mismo, ¿ves? Míralos, se les notaba la ilusión en la mirada, las ganas…”.

No dijo más. No tenía nada más que decir. A él, como a todos los que salían del Rose BowL le habían matado la ilusión. Y eso era lo que más le dolía. El boxeador triste de los años olvidados. Un hincha más, herido, acabado. Una víctima de la ilusión generada por la Colombia de USA 94. En realidad, el espejo de un país. El reflejo de una afición. Su historia fue la historia de todos. Con otros nombres tal vez. Con algunas variaciones quizá. Pero en el fondo, la misma historia.

Al volver a Queens no tuvo necesidad de contar lo que le había ocurrido. Los noticieros lo habían hecho por él. Habían desmenuzado a Colombia. Habían hablado de las influencias negras del fútbol colombiano. De las amenazas, de las supuestas apuestas, del narcotráfico. De todo lo que a él le avergonzaba. “Y. pensar que en aquellos tiempos míos nada de esto existía”.

* Este es el tercer capítulo del libro Pena Máxima, publicado por Planeta 18 años atrás. Los dos primeros están publicados en este mismo blog.



Fuente Blogs EL Espectador

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