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No caer en el odio
Por: Santiago Villa

La emoción que podría protagonizar la próxima contienda electoral es el odio.

El odio podría ser protagónico en la próxima contienda electoral. Es un patrón que se ha repetido de forma recurrente. También fue protagónico en la pasada, y la anterior a la pasada, y la que vino antes de esa, y la que le precedió. Odio a las Farc, odio a los paramilitares, odio a Álvaro Uribe, odio a Juan Manuel Santos, odio a Ernesto Samper: estos son los faros que han guiado nuestra vida electoral desde 1998. Las últimas elecciones presidenciales en las que el odio no fue protagónico fueron, quizás, las de 1994.

El país hoy no está sustancialmente mejor que en 1994. En muchos sentidos está peor y en algunos ha mejorado, pero en términos generales nos hemos estancado. El país no ha vivido una década perdida, sino que ha sobrevivido a pesar de dos décadas perdidas. Hay dos motivos que juegan en este fracaso de la democracia electoral: el protagonismo del odio en las decisiones de los electores, y el asesinato e intimidación de los candidatos que amenazan el poder de las mafias políticas y criminales.

Los homicidios y las amenazas han eliminado a muchas de las mejores opciones políticas para los electores, y en su lugar dejó a las menos buenas y a las más nefastas. Es obvio que si ningún candidato político (desde las alcaldías hasta la presidencia) hubiera sido asesinado desde 1989 (o incluso desde 1994 o 199, la calidad ética e intelectual de nuestros dirigentes sería muchísimo más alta, y los cargos de representación electoral estarían ocupados por mejores líderes.

Los electores tienen poco control sobre esta dinámica de los cañones, pero ésta les ha impuesto una omnipresencia de la violencia y una sensación de emergencia nacional en la vida electoral. En otras palabras, esta dinámica ha hecho del odio un protagonista con demasiada influencia en cada vuelta electoral. Más que la cordura.

En las elecciones presidenciales del 2014 el odio se verá representado en la decisión que se tome en torno a la continuidad o la ruptura de las negociaciones de paz con las Farc. Quizás Juan Manuel Santos diseñó las negociaciones para que se extendieran hasta las elecciones y así obligar a los electores a reelegirlo, so pena de romper los diálogos. No tengo certeza ni pruebas de ello. Pero al margen de esta conjetura inconducente el posible desmantelamiento de las Farc es un resultado tan deseable como el desmantelamiento de los principales ejércitos paramilitares.

Esta última afirmación quizás sea impopular casi que ante cualquier público, en especial en un país polarizado aun entre uribistas y antiuribistas.

Los antiuribistas se rehúsan aceptar que hubo un cambio, por modesto que éste sea, cuando se desmovilizaron los bloques de las AUC y las ACCU. Consideran que esta desmovilización no existió y que las regiones que estaban bajo el dominio paramilitar siguen exactamente igual a como estaban antes. En algunos sentidos tienen razón, pues la intimidación a líderes de restitución de tierras es el resultado de una desmovilización paramilitar hecha a medias.

Sin embargo, a menudo esta consideración está cegada por sus pasiones políticas. La situación cambió y es evidente cuando se visitan las zonas de antigua influencia paramilitar. Las bandas criminales no ejercen el mismo grado de tiranía y poder omnipresente que los paramilitares de antaño. No es la Arcadia que quisiéramos, pero tampoco es el Tártaro que padecían antes.

Los uribistas, a su vez, ahora deploran lo que podría ser un pacto con las Farc similar al que su admirado ex presidente firmó con los paramilitares.

Creo que en el fondo lo que se juega en el corazón de cada uno de estos ciudadanos no es amor a la justicia sino odio al adversario. Odio a los paramilitares fascistas, por unos, y odio a los guerrilleros comunistas, por otros. Ni siquiera estamos atrapados en la dinámica de la Guerra Fría. Estamos en la lógica de la Guerra Civil española.

Tras cincuenta años de guerra civil hay demasiados colombianos que no están hastiados de ella y que quieren perpetuarla hasta aplastar al enemigo. Nunca he sido partidario de Juan Manuel Santos y ojalá otro presidente pueda continuar los diálogos de paz con las Farc, pero no me cabe en la cabeza por qué muchos colombianos aguardan ansiosos a un nuevo líder que los rompa y dé inicio a un nuevo capítulo en este eterno baño de sangre. Este es un llamado a rehuir de quienes preferirían volver a un estado de guerra en lugar de hacer aportes para alcanzar, si no la paz, al menos un atenuante a las grandes estructuras ilegales que perpetúan la violencia.

Twitter: @santiagovillach

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