El fallecido dirigente sudafricano Nelson Mandela decía que “nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión.
Por: Elespectadorcom
La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”. Hacemos parte de una sociedad que ha aprendido a discriminar. Paso a paso, siglo a siglo. Desde el dicho “blanco corriendo: atleta; negro corriendo: ratero”, hasta el repetitivo “la violaron porque llevaba minifalda” que expresan algunos funcionarios judiciales.
No son sólo palabras. Por ejemplo, de acuerdo con el Ministerio del Trabajo, en Colombia hay entre hombres y mujeres una brecha salarial cercana al 21%. Por otra parte, según los reportes de Usaid, cuatro de cada diez afrocolombianos o indígenas son víctimas del conflicto armado, más del 60% vive bajo la línea de pobreza y, en áreas urbanas, los niveles de desempleo para afrocolombianos son 5% más altos que para el resto de la población. El panorama no es mejor en lo que a la comunidad LGBTI se refiere. Sus miembros han sido relegados a unas pocas ocupaciones y, de acuerdo con la ONG Colombia Diversa, 542 integrantes de la comunidad fueron asesinados entre 2006 y 2011. Muchos de estos casos siguen en la impunidad.
En el caso de las personas con discapacidad —a las que se les sigue llamando, a diario, discapacitados, y eso cuenta—, se las discrimina incluso para trabajar, como lo han hecho predicadores de algunas iglesias. Eso sin contar la forma en que son discriminadas por la falta de rampas e instalaciones adecuadas en varias entidades del Estado y empresas. Algunas religiones son igualmente discriminadas. “Los musulmanes con su religión islámica son terroristas peligrosos. Ellos son los que están matando niños y mujeres en Siria y Nigeria. Matan mujeres a piedra y no las entierran. El mahometano no perdona, no concilia, vive lleno de odio y crimen”, rezaba un panfleto en protesta a la inauguración de una mezquita en Bogotá.
No hemos entendido que discriminar significa un retroceso en el camino. Una de las paradojas de la sociedad colombiana es que de fronteras para afuera pedimos que no nos discriminen por nuestro lugar de procedencia, pero de fronteras para adentro discriminamos a cientos de miles de compatriotas. No hemos entendido que una sociedad incluyente nos beneficia a todos. Una sociedad en la que las mujeres puedan llegar a altos cargos sin que se rumoree que son “cuota de alguien” o que se acostaron con el jefe. En la que no importen el apellido, la religión, la ideología, el color de piel o la orientación sexual de una persona sino sus capacidades.
En la que se rechacen estereotipos que no han hecho más que dividir, como el de que los costeños son corruptos, los pastusos tontos o los cachacos groseros. Si alguien no ha sido discriminado, es muy probable que conozca a alguien o incluso sea muy cercano a alguien que sí lo haya sido. Una sociedad en la que se jerarquice a los ciudadanos es una sociedad fallida.
Por ello este diario invita a la Corte Constitucional, que actualmente estudia una Ley Antidiscriminación que penaliza los actos de discriminación violatorios de las comunidades lamentablemente marginadas, a que apruebe las medidas que hay en esa ley y así combatir la discriminación, pero, además, y sobre todo —ya que la ley carga sus problemas mucho más allá de su peso simbólico—, exhorte al Gobierno a la realización de campañas pedagógicas de largo aliento que destierren poco a poco el flagelo de la discriminación de esta sociedad, en muchas ocasiones, racista, clasista y discriminadora. En momentos en los que se discute la paz, es necesario promover medidas que cierren la brecha, es necesario enseñar a amar ya que llevamos tanto tiempo odiando y odiándonos.
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