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Al cura lo mataron las Farc

Ocho días después de que los guerrilleros se llevaran al sacerdote César Darío Peña, las paredes de la casa cural amanecieron infectadas de moscas.

Frente al enjambre de bichos, el viejo Manuel Antonio Luján, ayudante en las labores del templo, sintió que le sobrevenía un vacío en el estómago propio de los malos presagios.

"Esa fue como la señal de que algo le había pasado al Padre. Yo apenas lo que hice fue tratar de espantar la 'moscamenta'", recuerda, sentado en el marco de la Plaza, siete años después.

El Padre Peña había llegado a Raudal Viejo (corregimiento de Valdivia, Antioquia) para la Semana Santa del año 2003. Vino luciendo unas voluminosas gafas de carey y cargando un maletín en la mano.

Compareció allí, trasladado de Ochalí, un pequeño pueblo del municipio de Yarumal, donde las Farc han amenazado a varios sacerdotes (en 2010 se presentó el último caso, denuncia que fue remitida en su momento al Batallón de Artillería Nº 4, del Ejército, "Jorge Eduardo Sánchez").

Pero solo un año alcanzó Peña a ejercer como párroco de Raudal. A las 7:00 de la mañana del 15 de marzo de 2004 llamó, por última vez, a su madre, doña María Lucila García, hoy de 70 años de edad.

"Me dijo que ya salía a una misión a seis horas de camino, en mula", rememora. Peña iba para Tierra Fría, una vereda bien adentro de la montaña.

A eso de la 1 de la tarde, hombres del Frente 36 de las Farc, comandados por Antonio Urrego, alias 'Carranza', lo abordaron.

"Yo esperé el jueves a que me llamara y no me llamó. Esperé viernes, sábado y nada. Entonces ya comencé a tratar de buscar una respuesta", continúa María Lucila.

Quien trajo noticias del monte fue Édgar Areiza, el campesino que solía acompañar al Padre en las correrías. La razón que llevó a Raudal fue tan breve como pavorosa: "que era mejor que no preguntaran más por el sacerdote". Así de simple.

"Inmediatamente fui, me metí para Raudal, estuve allá, celebré Eucaristía con la comunidad y estuve averiguando. El pueblo estaba muy tenso", testifica el sacerdote Hugues Areiza, actual prelado de Valdivia.

De César Peña, de 38 años de edad cuando eso pasó, no se volvió a saber nada. Su nombre fue incluido en las listas de "Las voces del secuestro", la agencia que, con la rigurosidad del relojero, lleva el registro de los colombianos secuestrados en medio del conflicto.

El 4 de mayo de 2004, el Papa Juan Pablo II oró, desde Roma, por su liberación. "El Pontífice desea una rápida solución del doloroso caso y augura a la diócesis de Santa Rosa de Osos (a la cual pertenecía Peña) la paz del Señor resucitado", se oyó por Caracol Radio.

Pero las respuestas estaban donde menos se creía. Hace un par de meses, dos ex guerrilleros recluidos en la Cárcel de Bellavista, de Medellín (condenados por el delito de rebelión) dijeron saber de la suerte del sacerdote.

El aviso lo canalizaron a través de la Corporación Manos por la Paz Internacional, un movimiento de más de mil ex combatientes presos, que declinaron su militancia en los grupos ilegales.

La misión le fue encomendada entonces al fiscal de la Unidad de Justicia y Paz de Medellín, Alonso Albear; y a la Unidad de Exhumaciones, liderada por el funcionario Gustavo Duque.

Así fue la exhumación

«El temor de doña María Lucila era que el cuerpo lo hubieran tirado al río. Sin embargo, los informantes nos dijeron que el religioso había sido enterrado en un sitio conocido como el 'Filo del Conejo', una zona atestada de minas (hay unas que activan por celular y otras a las que llaman 'fantasmas'). Allá todavía hay gente del Frente 36.

»Era una misión muy riesgosa. Salimos del batallón Bárbula, en Tarazá, el 17 de mayo, a las 16:00 horas. Primero se adelantó un helicóptero artillado al que le hicieron disparos de ráfaga desde la montaña. En otras dos aeronaves transportaron más tropa y al equipo criminalístico (antropólogos, fotógrafos, los dos ex guerrilleros y a nosotros como Fiscalía).

»Nos demoramos tres días para llegar. El Ejército tenía que asegurar zona por zona. Un perro antiexplosivos iba adelante, con personal y un ******o para detectar minas. Supimos que el año pasado, por esos mismos lados, murió un Sargento al pisar un artefacto.

»Era un paraje tupido de árboles. Le dije a los detenidos -siéntense ahí (por precaución estaban esposados y custodiados por guardias del Inpec), tómense su tiempo para pensar. Regresen mentalmente al día en que enterraron al Padre.

»Durante media hora iban, venían, se quedaban pensando. A las 5:00 de la tarde, uno de ellos halló una palma, que de inmediato le sirvió de señal. Tuvimos que esperar al día siguiente para la exhumación.

»El hueco no era muy profundo, digamos que menos de 2 metros. El antropólogo ubicó una parte del fémur. La tierra estaba muy compactada y adherida a las huesos. Si tratábamos de limpiar las piezas con una espátula, a lo mejor terminábamos por fracturarlas. Entonces decidimos extraer los restos con los bloques de tierra y embalarlos así, para que el resto del trabajo se hiciera en el laboratorio.

»Nos llamó la atención que divisamos el clériman, eso que los sacerdotes se ponen en el cuello. Eso tan solo es un indicio de que se trata de él. El Instituto Nacional de Medicina Legal será el organismo encargado de la identificación plena. Se hará a través del cotejo de ADN.

»Al parecer el Padre fue asesinado con un tiro de gracia. No sabemos aún por qué. Simplemente lo mataron y lo subieron hasta ese lugar (ahí quedaba un campamento del Frente 36).

»Al salir, volvieron a hostigar el helicóptero. Pero por fortuna, no hubo heridos», relató el Fiscal del caso.

Nadie habla

Raudal Viejo es un pueblo de 80 casas que se arremolinan en la cumbre de una montaña de Valdivia. En un comunicado del 10 de septiembre de 2009, la misma guerrilla deja constancia de la instalación de minas 'fantasma' en Raudal Viejo, incluso hablan de una "mula bomba".

Para llegar hasta allá, hay que hacer una estación en el corregimiento de Puerto Raudal. Allí, una desvencijada barcaza cruza el río Cauca pegada de un cable, al que atan de ambas orillas.

Una vez al otro lado, el trayecto continúa en moto, trocha arriba, durante 45 minutos. El martes 31 de mayo y acompañado de un fotógrafo, emprendimos el viaje.

Ese día no había presencia de Ejército en Raudal Viejo, cosa que solo supimos a mitad de camino.

-¿Estamos seguros aquí?-, le preguntamos a la primera mujer a la que abordamos. "Eso es lo que uno no sabe. Los guerrilleros como pueden llegar en cualquier momento, como puede que no. A veces compran alguna cosa, salen y se van", contesta.

En el parque principal, se levanta una caseta que sirve de tienda. La llaman "Las Delicias". Al presentarnos como periodistas, dos hombres se paran y se van.

Preguntar por el Padre en Raudal Viejo, es como preguntar por un fantasma. Nadie lo recuerda en detalle o, a lo mejor, nadie se quiere acordar. El ambiente es tenso. Desde las esquinas se asoman caras extrañas con sombreros, que no nos pierden movimiento.

"Dicen que al Padre se lo llevaron que por colaborador de las Autodefensas, eso es lo que se maneja acá", dice, entre dientes, un campesino.

Alguien que dice haber conocido al Padre César, de cerca, asegura que él no hablaba mucho de su pasado. "Nunca nos contó de su vida. Y nosotros tampoco le preguntamos. Aquí, en este pueblo, el que no sabe mucho, vive mejor".

Solo por información familiar sabíamos que César Darío Peña García nació el 12 de junio de 1961, en San Pedro de los Milagros, Antioquia. También, que inspirado en la vocación de un tío cura, entró al Seminario San Juan Eudes. En 1988 se ordenó.

Además de haber estado seis años en Ochalí (Yarumal), el Padre Peña fue primero párroco en El Aro, aquel corregimiento de Ituango, escenario de una de las más cruentas masacres cometidas por los paramilitares: 15 campesinos fueron torturados y asesinados el 22 de octubre de 1997, fecha en la que Peña ya no estaba.

En el año 2006, el paramilitar Francisco Enrique Villalba (quien comandó el ataque) dijo desde la Cárcel La Picota, de Bogotá, que "la lista de la gente que tenía que matar me la entregó un cura. Nos cruzamos en el camino, en la salida del cañón. Él iba acompañado por dos personas".

El párroco de El Aro para la época de la masacre, Héctor Gallego, negó que hubiese sido él, pues "no abandonó el caserío ni en los días previos ni durante la matanza". Dichos testimonios fueron logrados por el periodista Carlos Alberto Giraldo, y publicados en EL COLOMBIANO, el 26 de agosto de ese año.

Tal vez al Padre Peña equivocadamente le cobraron las declaraciones de Villalba. Porque, para ser justos y en honor a su memoria, nada de lo que se especula está soportado con pruebas.

El viejo Manuel Antonio Luján termina de contarnos aquella escena, algo surrealista, de las moscas prendidas de los muros del templo. Al no haber condiciones que garanticen nuestra seguridad, el fotógrafo que me acompaña dice: "¡vámonos de aquí!".

Y nos vamos, sin muchas noticias, a decir verdad. Pero haber ido a Raudal Viejo fue mejor que habernos conformado con las ligeras y, por qué no, necias respuestas que nos daban en el casco urbano de Valdivia: "Dicen que al Padre lo mataron por sapo".