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La trascendencia de Pellegrini es total y ha logrado que en un club turbulento sólo se hable de fútbol
En el Málaga todo va bien, sin letra pequeña. Difícil con una sanción de la UEFA y un dueño como el Guadiana. Mientras trata de recuperar la cuarta plaza en Liga y piensa en la manera de meterse en las semifinales de Copa dejando en la cuneta al Barcelona más inspirado de los últimos tiempos, Manuel Pellegrini no frunce el ceño, no muestra intranquilidad. Disfruta.
Se marchó parte de su plantel estelar en verano, manejó una plantilla que no vio un euro durante meses y ha conseguido meter a un modesto en las fiestas de los poderosos, llenando el gaznate en los octavos de Champions incluidos. Todo es cuestión de ingeniería. Aplicada al fútbol.
Le costó, tal vez demasiado. Pero el caso es que en poco más de una temporada, después de agarrarse a la permanencia en el últimos suspiro, Pellegrini sembró en la capital de la Costa del Sol uno de sus mejores cultivos que, además, encaja perfectamente en la idiosincrasia de una afición acostumbrada a pelear por no descender y al adiós de sus mejores hombres verano tras verano. Ahora, el Málaga es el reflejo del fútbol que El Ingeniero quiere. Aquello de la técnica sobre la táctica, del buen juego sobre lo cicatero, de las paredes y los tres pases seguidos dentro del área rival. El fútbol total llegó a Martiricos en la primera campaña en la que Pellegrini dirigió al conjunto desde el inicio y ha sobrevivido a la espantada pecuniaria de Al Thani, todo un logro con sustos a cada esquina, con dinamita en cada una de las temporadas que ha permanecido.
Primero, el propio Pellegrini reconoció que puso su cargo a disposición del club en dos ocasiones en el año que desembarcó en Málaga, justo después de que se esfumara la quimérica propuesta de Jesualdo Ferreira, que arrancó el proyecto de Al Thani en La Rosaleda con una propuesta algo estridente, rara.
Por entonces, Pellegrini se sacó de la manga a un joven Recio, le hizo debutar y le dio el mando del equipo junto a Apoño. El Málaga, hundido en el descenso, parecía no encontrar la salvación por la fórmula del fútbol bonito. La Rosaleda no se explicaba por qué no salvaba los muebles y luego nadaba como él quería. La respuesta era simple: su fútbol no es negociable.
Apareció Baptista, ése que quiso para Madrid y Villarreal y con un parcial espectacular de goles le dio la razón al chileno. Después llegó la gloria.
Días de vino y rosas
Los más de 60 kilos en fichajes de aquel verano trajeron a Cazorla a Málaga y con él y el resto de fichajes, Pellegini le dio otra vuelta de tuerca a su fútbol y en una sola temporada se metió cuarto, agarró la Champions y el timón de un barco que quedaba a la deriva económica. El entrenador se convirtió en Deté como dicen en Sudamérica.
Todos los fichajes llegan previa llamada del Ingeniero y consiguió separar los problemas de impagos y falta de solvencia de la trayectoria sobre el campo de una manera radical. Enorme. El Málaga empezó el verano sin saber quién mandaba en el club, lo pasó negociando las deudas y lo acabó comiéndose al Panathinaikos: Champions.
A partir de ahí, vino y rosas. El equipo juega de memoria y patea sus hándicaps a base de filosofía y juego. El triunfo de lo intangible que explora su techo en tres competiciones. Cuestión de ingeniería.
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