DeNunCianDo - Secuestro del vuelo 601. Buena, buena, la miniserie colombiana de Netflix

SOYADO

Atención: este artículo contiene spoilers. Conste que se los advertí, jueputas, je, je, je.

Admito que la miniserie Secuestro del vuelo 601 captó mi debida atención desde el tráiler. Y esto, unido a que no me previne con que se trata de una creación colombiana, me dieron los suficientes arrestos para tirarme juicioso a pillármela completica (Y ya la tengo descargada, mirá). Tampoco afortunadamente el lado más sombrío de mi raciocinio hizo alguna asociación como Griselda-601, porque de lo contrario mi capricho dictatorial quizá me hubiese obligado a mandar a la porra a esta historia sobre un caso de piratería aérea acaecido en 1973, el cual alcanzó a tener su repercusión en los medios de aquella época.

Muy bien. Como colombiano promedio que se respete, esto es, que se le levanta el regionalismo por encima de la identidad nacional así sea por la pendejada más pendeja, Secuestro del vuelo 601 empezó a seducirme con el aroma caleño, valluno, con el que está impregnada su historia. Al principio no entendía el porqué del acento del par de secuestradores en la trama que yo juraba y comía mocos que era chileno, y que uno de ellos además hablaba mapuche… Ni lo uno ni lo otro, parceros: realmente se trata de (supuestas, ¡ejem!) tonalidades paraguayas, y el marica este era que parlaba guaraní.

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Sigo, pues. La protagonista de la miniserie es una auxiliar de vuelo paisa llamada Edilma Pérez, madre soltera de tres culicagaos, interpretada por Mónica Lopera. Su amiga, «Bárbara» (Ángela Cano), no sé de cuál región de este moridero será y la trama no nos lo desvela, pero lo que esta sí da a entender es que se tiene que ajustar a ciertos patrones estéticos para encajar en el imperativo blanco-católico-excluyente que permea más o menos a prácticamente cualquier criatura chibchombiana criada en este muladar. Sí, aunque ustedes no lo crean, malparidos, ja, ja, ja.

El señor Enrique Carriazo, hace aquí de un sindicalista que extrañamente no se diferencia de ninguno de sus anteriores papeles: los mismos gestos, el mismo sonidito en la voz, una pinta inmarcesible, la misma maldita irreverencia, en lo que podría llamarse Síndrome de Jorge Enrique Abello. O de Rafael Novoa (este último huevón aparece también, pero solo un minuto, gracias a Dios).

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Christian Tappán, quien tiene una parcela comprada en Netflix, encarna al comandante de aeronave Richard Wilches, y su copiloto Lequerica es el actor Johan Rivera, que pasó de mamá ron en Leandro de RCN, a subirse a este circo todo caremondá y ajá, tú sabe. ¡Oh! ¡Y damas y caballeros! ¿Cómo olvidarme de los Benjumea Bros?, ah? Broda and Sista, jugándoselas aquí de viceministro gonorrea de justicia, y de tiniebla machuque del sindicalista Carriazo, respectivamente.

Otro papel que vale anotar es el del Flaco Marulanda (Carlos Manuel Vesga), prototipo del compatriota hablamierda que no puede faltar en ninguna parte. Como por ejemplo este, su servidor autor de estas líneas, en este porno-macondiano exuberante sitio web, lleno de agitados aficionados al sexo rápido y que, si están leyendo esto, es porque se me apareció La Virgen, jueputa (¡Ja, ja, ja!).

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Cubiertos todos estos tragicómicos prototipos, hay más realmente dentro de este guion (los caleños jomos los mejores, ve), pero brevemente voy a saltarme al tema del Sudamerican Highjack porque he estado hablando aquí mucho del elenco y ni un culo del proyecto. Los que se cranearon esta maricada fueron dos connacionales y colegas del fastidioso Chilavert (en la vida real como en la miniserie, porque este cuento del secuestro fue sacado de la realidá como ya se los había soplado), que se hacen pasar por petroidealistas de uno de esos partidos que como los demás joden a todos menos a ellos.

Exigen una cantidad de verdes y alguna otra chimbada que les da igual. Y así, a grandes rasgos, con los pasajeros incluidos, por supuesto, y dentro de los que siempre se destacan algunos pocos (Patricia Ércole, por ejemplo, se manda aquí una corta pero contundente aparición), nos vamos metiendo dentro de los seis coloridos capítulos, en banda sonora, fotografía y desarrollo de personajes, de la que hoy por hoy es la serie más vista en Colombia dentro de la plataforma de streaming que ya saben cuál es (su estreno fue el 10 de abril).

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Les comparto que cuando empecé el cuarto capítulo de esta joda, casi que me da otro Griseldazo y le estaba poniendo la lápida; así comenzara en mi Valle del Cauca, porque me parecía que aquí querían como inventar la cuadratura del círculo y no, panas, yo no estaba para ponerme a joder con versos, ni ideas, en fin. Menos mal que apareció dentro de esta incertidumbre Juan Pablo Raba en la, tal vez y para mi gusto, mejor caracterización de todas las mostradas en Secuestro del vuelo 601. A partir de que ese man aparece en escena, te digo que te dejés llevar, mi fai, y te darás cuenta de porqué Cali es Cali y lo demás es loma. Fijate no más.

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Ya para concluirles, no temáis, corderos, porque si han de leer críticas, Soyado se las dará sabrositas. O al menos esta es una de esas, pues, porque tras pasar mi despiadado tamiz (¡Eh! Tampoco), Secuestro del vuelo 601 al final me dejó con un gran sabor de boca, y no con la mierda que gritan a cada nada en esta hijueputa serie que digo yo que aguanta, aguanta de verdad. ¿Y por qué puteo tanto en mi escritura? ¡Pues véansela y entenderán!

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