Lo primero, más bien, es ponerse a trabajar en vez de perder el tiempo en peleas pendejas. La única manera de derrotar las viejas ideologías es demostrando en la práctica, con resultados concretos, que las nuevas son mejores.

Los dinosaurios se extinguieron no porque los mamíferos se pusieron a pelear con ellos sino porque el mundo cambió y en el nuevo no tenían cabida. Algunos sobrevivieron, es cierto, y de cuando en cuando arman el despelote, pero nos recuerdan de donde venimos y el peligro de retornar al paleolítico si no hacemos las cosas bien.

"Todos los extremos son viciosos", dicen los viejos con la sabiduría de los años, así que la frase bien podría quedar: "Si le das un trabajo digno a un hombre, le quitas un voto a los extremistas".

También es bueno recordar que no somos los poseedores de la verdad revelada, que nadie es dueño de ella porque es relativa y cada sociedad y cada momento histórico tiene la suya.

De igual manera, no debemos olvidar que la construcción de una sociedad necesita del esfuerzo de todos, sin exclusiones ni resentimientos.

Ese es el secreto de la socialdemocracia: "Todos ponen, todos ganan". Hay una sencilla razón, la rica diversidad humana y siempre se aprende algo de todas las personas.

Las odiosas exclusiones son el fermento de los extremismos. El mundo es ancho y ajeno y en él cabemos todos, hasta ellos, los que se imaginan que los demás no deben existir.

No somos como ellos.