De acuerdo. Enrique Santos fue el que abrió el camino para hablar con las Farc y condujo los nueve meses de diálogo exploratorio en el que se fijaron los cinco puntos de la agenda y las condiciones, sitio y garantes del proceso de paz que fue inaugurado en Noruega.

Nadie mejor que él para destrabar el cuarto punto ya que es el que mejor conoce lo que se pactó para empezar a conversar y despejaría equívocos, aparte de servir de puente entre los negociadores de las dos partes.

Es cierto, en su juventud fue izquierdista (no comunista) y lo reflejó en la revista "Alternativa", un estupendo medio que entre el miedo generalizado por el "Estatuto de seguridad" de Julio César Turbay Ayala, era capaz de sacar a relucir las tropelías del régimen autoritario. Otras voces independientes, como la de Osuna que con sus demoledoras caricaturas, se convirtieron en la piedra en el zapato de las desapariciones, torturas y asesinatos que se cometían en las caballerizas de Usaquén contra todo aquel que pensara distinto.

Luego vino su famosa columna "Contraescape" en la que continuó con su labor de denuncia -como hoy lo hace Daniel Coronell- de la corrupción de un sistema secuestrado por los gamonales, el paramilitarismo y el narcotráfico. Enrique Santos jamás dejó de ser un demócrata integral y a la usanza de este país conservador que vive bajo las sotanas, las coimas y los entuertos, es "comunista" porque no comulga con el país inequitativo y excluyente que hemos tratado de dejar atrás por muchas décadas y jamás hemos podido.

Ser demócrata es sinónimo de "comunista" en el país del "todo se vale", donde se mira la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, donde a los generales asesinos se les premia en contra de las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, donde las desapariciones, las ejecuciones extrajudiciales y las torturas son daños colaterales en la lucha contra el terrorismo, porque hay que "defender la democracia, maestro".