El reclutamiento de menores por los uribeños

El miserable reclutamiento de menores para la guerra no es solo de las Farc. Los uribeños, con su carga de odio y venganza, igual los envenenan, los enseñan a odiar, a excluir, a convertir en el evangelio de su vida la intolerancia.

Así como se le pide a las Farc que liberen a los niños de sus odios y de su guerra, ¿será posible que los uribeños hagan lo mismo? Podrán los actores de esta infame guerra dejar a los niños vivir sus sueños?

Cita:

Ricardo Silva Romero Atrás Que el uribismo marche a su paso por los caminos que prefiera. Pero que no se les siga dando a los niños el papelón de mensajeros del horror, que nadie los reclute. 7:45 p.m. | 13 de agosto de 2015 Tengo enfrente la foto pero aún no me la creo. Parece un montaje maligno. Tiene cara de trampa, de extravío, de chiste pesado de las redes. Es la imagen de un par de niñas cejijuntas e indignadas que han sido engullidas por la tercera marcha contra el proceso de paz celebrada por el uribismo –esta última, más ofuscada, más sonora, fue el nebuloso viernes 7 de agosto de 2015–, y entre las dos sostienen una pancarta que grita “Santos: usted acabó con mi futuro” como aferrándose a ella contra el viento y el sentido común. Quién sabe si es una fotografía de verdad. Quién sabe si estas niñas, de 10, 11, 12 años, en efecto marcharon entre carteles contra la inminente invasión del ‘castrochavismo’, pidieron al pueblo enardecido “¡no más Santos, no más Farc!”, y reclamaron para ellas, disfrazadas de adultas que denuncian el colapso de Colombia, aquella célebre “paz sin impunidad” que en realidad es la paz que no va a darse, la paz que no se da. Vaya usted a saber si estuvieron allí, si caminaron juntas por la dignidad de este país que cumple 30 años de no dar clases de historia, si lo suyo son los puntos ciegos de la adolescencia o las alucinaciones de una derecha explicada a los niños, y si marcharon en nombre de los soldados asesinados por las Farc o en nombre de qué. Quizás exclamaron al unísono, como esa caravana de trabajadores que siguen al hombre que les quitó las horas extras, “¡vamos a sacar al traidor de la Casa de Nariño!” –las dos niñas tendrían apenas 3 años cuando ciertos funcionarios del gobierno de Uribe negociaron a su discreción la paz con el paramilitarismo, asediaron a los magistrados de la Corte y compraron la reelección que trastornó al país–, pero son la prueba de que muchos piensan que hacerle mal al Gobierno es hacerle bien al país, y demasiados están dispuestos a lo que sea, a explotar a un par de niños, y a celebrar la ‘carne de cañón’ incluso, con tal de ganar la partida. Se ve una marcha descorazonada si se ven las fotos de ese día. Se notan el derecho a protestar y el deber de detestar la violencia insolente de las Farc. Se alcanza a advertir, agazapada entre la inconformidad, la rabia colombiana que no deja de estallar. Pero también la mano venosa de esos líderes que no conducen a sus fieles a nada semejante a la esperanza –la democracia ha sido la cortina de humo de cientos de infames–, sino a su peligroso pero rentable despeñadero. Que Uribe haga, diga, sea lo que quiera. Que el uribismo marche a su paso por los caminos que prefiera. Que se anhele una época, imaginaria e impuesta, cuando se tuvo la guerra en la palma de la mano. Y que se critique en paz, con los pies sobre los hechos, a este gobierno reprochable como tantos, como todos. Pero que no se les siga dando a los niños el papelón de mensajeros del horror, que nadie los reclute: me pregunto, cuando vuelvo a tropezarme con la imagen de las dos niñas que digo, si ellas de verdad estaban en la marcha, si marchaban entonces con ira prestada, si conocen el significado del sustantivo ‘castrochavismo’, si saben que gritar “¡no más Santos, no más Farc!” es caer en la tentación de calumniar –de igualar con el enemigo, de apodar ‘vendepatrias’– al adversario, si se han dado cuenta de lo poco glorioso que ha sido este 7 de agosto, si comprenden que no les han estado negando el futuro, sino el pasado. Qué extraña es esa foto. Si uno se queda viéndola un buen rato, parece que las dos niñas marcharan hacia atrás, hacia una sociedad desmoralizada que no ve otra salida que un mesías. Si uno la ve una vez más, es claro que se puede vivir en el pasado, el presente o el futuro si se vive dentro de la ley. Y que en Colombia cada quien tiene el país que quiere oír.

Fuente: El Tiempo