Regresamos a la situación de desescalamiento de diciembre cuando el gobierno respondió al cese unilateral del fuego de las Farc con la suspensión de bombardeos, desescalamiento que echó al traste las Farc con su estúpido ataque a una unidad militar que dio papaya al descuidar los protocolos de seguridad.

Pero hay que aclarar que se bombardeará si amenazan a la población civil o a la infraestructura, o interfieren en las elecciones a favor o en contra de los aspirantes.

De todas maneras, los bombardeos proseguirán contra el ELN y las BACRIM y las tropas terrestres junto con la armada continuarán en la tarea constitucional de resguardar a los colombianos, impidiendo que las Farc consigan ventajas militares.

Lo diferente es que las Farc están advertidas. Una nueva acción como la que causó la muerte de los 10 militares será respondida con efectos devastadores para las tropas subversivas, como ya se hizo cuando se rompió la última tregua.

Tira y afloje en un proceso de paz complicado, gobernado no sólo por las balas sino por la lengua desaforada de las Farc en público, alimentando a los contradictores del proceso, mientras en privado la mesura es la que gobierna las conversaciones.

Lo que se va a firmar en La Habana no es el fin del narcotráfico que hace mucho dejó de estar controlado por grandes carteles para pasar a manos de pequeñas estructuras regadas por todo el territorio nacional. Es el conflicto armado al que se le va a poner término, después de causar 220.000 muertes.

Seguirán las bandas criminales como en todo el mundo, seguirá el mercado ilegal de drogas como en todo el mundo, seguirá la violencia del crimen común como en todo el mundo, seguirá el esfuerzo del Estado en contra de los delincuentes como en todo el mundo, pero la guerra, la infame guerra que tanto dolor nos ha causado, habrá llegado a su fin.