DeNunCianDo - A TODOS NOS CAE ESTE GUANTE - Cómo los rusos perdieron la guerra

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A TODOS NOS CAE ESTE GUANTE - Cómo los rusos perdieron la guerra

Mi padre se fue a la guerra como voluntario a los 18 años. Era un submarinista en el Mar Báltico. Cuando yo estaba pequeño, vivíamos en un sótano en Arbat. Colgada en la pared sobre mi cama había una foto de su submarino Schuka. Yo estaba extremadamente orgulloso de que mi padre tuviera un submarino y me la pasaba copiando esa foto en mis cuadernos del colegio. Cada año, el 9 de mayo, el Día de la Victoria en Rusia, que marca el aniversario del día que la noticia de la rendición alemana en 1945 llegó a Moscú, mi padre iba a su clóset y sacaba su uniforme de marinero, lo que requería de alteraciones para acomodar su creciente barriga, y prendía sus medallas. Era tan importante para mí sentirme orgulloso de mi padre: ¡Hubo una guerra y mi papá la había ganado!

Cuando crecí, me di cuenta de que en 1994 y 1945 mi padre estaba hundiendo barcos que estaban evacuando a civiles y tropas alemanes de Riga, en Letonia, y Tallin, en Estonia. Cientos, si no miles, de personas se encontraron con la muerte en las aguas del Báltico, por lo que mi padre recibió sus medallas. Ha pasado mucho tiempo desde que me sentí orgulloso de él, pero no lo juzgo. Era su guerra. Mi padre luchó contra el mal del fascismo pero otro mal se aprovechó de él. Él y millones de soldados soviéticos, marineros y pilotos, esclavos virtuales, le trajeron al mundo no la liberación sino otra esclavitud. El pueblo sacrificó todo por la victoria, pero los frutos de esta victoria fueron menos libertad y más pobreza. Mi padre tenía seis años cuando su padre fue arrestado. Un hijo quiere sentirse orgulloso de su padre, pero su padre fue llamado un enemigo del pueblo. Mi abuelo pereció en el gulag.

Cuando empezó la guerra, la población perseguida escuchó por los altoparlantes, “¡Hermanos y hermanas!”. La vileza de los gobernantes de Rusia está en la forma como siempre se han aprovechado de esta increíble emoción humana: el amor por la patria y la voluntad por sacrificar todo por ella. Entonces mi padre se fue a defender a su patria. Aún era un muchacho cuando se hizo a la mar, en terror constante de ahogarse en ese ataúd de hierro. Acabó protegiendo el régimen que asesinó a su padre. La victoria brindó a los esclavos nada diferente a un sentido de la grandeza del imperio de sus amos. La gran victoria sólo reforzó su gran esclavitud. Después de la guerra, mi padre bebió. Todos sus amigos submarinistas lo hicieron. ¿Qué más podían hacer?

Durante la era de Gorbachev, tuvimos una época austera y mi padre, como veterano, recibió una ración que incluía objetos de Alemania. Para él, esto era un insulto personal. Se emborrachó y gritó: “¡Pero nosotros ganamos!” Luego se calló y empezó a sollozar. “Dígame,” le preguntaba a nadie que yo pudiera ver, “ganamos o perdimos la guerra?”

En sus últimos años, se destrozó con vodka. Era el último hombre que quedaba en pie. Todos sus amigos submarinistas ya habían bebido hasta terminar en la tumba hace mucho tiempo. Mi padre fue cremado en su uniforme de marinero. Seguro estaba ansioso por ver a sus amigos de la guerra. La pregunta principal rusa es: si la patria es un monstruo, ¿debe ser amada u odiada? Aquí todo se ha amontonado, inseparablemente. Hace mucho tiempo, un poeta ruso lo expresó así: “un corazón cansado de odiar no puede aprender a amar.” Claro que le deseo victoria a mi patria. ¿Pero qué constituye una victoria para mi país? Cada una de las victorias de Hitler era una derrota para el pueblo alemán. Y la ruta final de la Alemania nazi fue una victoria para los mismos alemanes, quienes demostraron cómo una nación se puede levantar y vivir como seres humanos sin el delirio de la guerra en sus cabezas.

Pero hoy el Día de la Victoria no tiene nada que ver con la victoria del pueblo ni con la victoria de mi padre. No es un día de paz y recordación para las víctimas. Es un día para agitar espadas, un día de ataúdes de zinc, un día de agresión, un día de gran hipocresía y gran degradación. Porque los rusos han sido llamados, una vez más, para luchar contra el fascismo. La histeria patriótica en la televisión es el arma milagrosa del régimen. Gracias a la “caja zombi”, la población ahora tiene una idea inventada de lo que es el mundo: El occidente nos quiere destrozar así que nos vemos obligados, como nuestros padres y abuelos, a luchar en una guerra contra el fascismo y tenemos que estar preparados a sacrificar todo por la victoria.

Una vez más, los gobernantes están volviendo a escribir la historia y en ella están dejando sólo victorias militares y gloria marcial. Le han añadido un capítulo a los textos escolares que habla del glorioso retorno de Crimea. Una oleada de histeria fluye desde las pantallas de televisión: “Gran Rusia”, “Defienda la lengua rusa” y “Salvaremos al mundo del Fascismo”. Cualquiera que se oponga es un “traidor nacional”. En el décimo sexto año de su gobierno, el Presidente Vladimir V. Putin ha logrado todo lo que un dictador podría esforzarse por conseguir. Su pueblo lo ama; sus enemigos le temen. Ha creado un régimen que depende no de los débiles párrafos de una constitución sino de las inamovibles leyes de la lealtad personal del vasallo hacia su soberano, desde la base hasta la cima de la pirámide del poder.

Mi padre era ruso; mi madre, ucraniana. Pero el régimen de Putin ha puesto a nuestros pueblos el uno contra el otro. A veces, creo que es bueno que mis padres no vivieron para ver cómo los rusos y los ucranianos se están asesinando unos a otros. Es imposible respirar en un país donde el aire está impregnado de odio. Mucho odio en la historia siempre ha sido seguido por mucha sangre. ¿Qué le espera a mi país? Se transformará en una versión gigantesca de Dombás, la región oriental de Ucrania?

Una vez más, la dictadura está haciendo un llamado para que sus gobernados defiendan la patria, explotando despiadadamente la propaganda de la victoria en la Gran Guerra Patria. Los gobernantes de Rusia han robado el petróleo de mi pueblo, robado sus elecciones, robado su país. Y robado su victoria.
Papá, perdimos la guerra.