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PEDROELGRANDE 18-06-2013 19:03:09

¿Se aguará la 'revolución del vinagre' en Brasil?
 


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Al menos 250.000 personas se manifestaron el lunes en varias ciudades.Foto: EFE

Marchas multitudinarias son la expresión de un nudo en la garganta de sus ciudadanos. El futuro político del movimiento, aún incierto

Río de Janeiro. “Ningún partido me representa”, se puede leer en las pancartas de los miles de manifestantes que desde hace siete días protagonizan las protestas populares más voluminosas de los últimos 20 años en Brasil.
Las marchas llevaron este lunes a 250.000 personas a las calles de las principales ciudades del país, entre ellas Brasilia, donde los marchistas terminaron subidos en el techo del Congreso Nacional, creando una simbólica imagen, plena de sombras reflejadas en la famosa cúpula invertida del edificio.
El Gobierno ha intuido que el país está ante un fenómeno aún confuso, pero de grandes proporciones. “Brasil despertó más fuerte hoy. La grandeza de las manifestaciones comprueba la energía de nuestra democracia”, reconoció la presidenta Dilma Rousseff.
En las redes sociales, la movilización ganó el apodo de “revolución del vinagre”, en alusión a las botellas de este líquido que algunos manifestantes empezaron a llevar en su ‘kit de protestas’ para atenuar los efectos del gas lacrimógeno que la policía usó para reprimir algunas de las marchas.
El ‘florero de Llorente’ es el aumento de 20 centavos en el pasaje de bus en algunas ciudades. Aunque sea solo la gota que rebosó la copa, es una gota espesa, si se tiene en cuenta que los brasileños pagan una de las tarifas de transportes más altas del mundo y reciben un servicio de pésima calidad.
Pero la frustración con el transporte público ha servido como catalizador de una serie de insatisfacciones que estaban reprimidas: la corrupción, la brutalidad policial y el deterioro de los sistemas públicos de salud y educación, en contraste con las inversiones millonarias para los megaeventos que se avecinan (Mundial y Olímpicos).
Rousseff, que fue estruendosamente abucheada en el partido inaugural de la Copa Confederaciones el pasado fin de semana, reconoció ayer que las exigencias de la población cambian “cuando nosotros cambiamos también a Brasil, porque elevamos la renta, ampliamos el acceso al empleo, dimos acceso a más personas a la educación y surgieron ciudadanos que quieren más, que tienen derecho a más”.
Las personas que están hoy en las calles conforman una masa heterogénea integrada mayoritariamente por estudiantes, pero en la que caben también profesionales, padres de familia, ancianos, académicos, artistas. Y, claro, no faltan los anarquistas que terminan estrellando su inconformidad contra vitrinas de bancos, como ocurrió el lunes en Río de Janeiro.
Está claro que hay una crisis de representatividad política. Como lo señala Mauricio Santoro, asesor de Amnistía Internacional en Brasil, las protestas no están dirigidas solo al Gobierno y el Partido de los Trabajadores, sino contra todos los partidos. “Los movimientos políticos no han logrado atender las demandas de la sociedad. Estamos ante la primera generación nacida y criada en la democracia, con más expectativas y menos miedo a la represión”, explica.
La psicoanalista Viviane Mosé, especializada en Políticas Públicas en la Universidad Federal do Espírito Santo, asegura que la fuerza de las manifestaciones es como la liberación de un nudo en la garganta que los brasileños han tenido durante décadas. “El nuestro es un país con poca historia de democracia en las calles, tras el período militar tenemos una generación de personas que durante 30 años se han callado la boca, que no se han posicionado debido a la desorganización de los movimientos sociales”, afirma Mosé.
De la red a la calle
El movimiento Passe Livre, que articula la protesta contra el aumento de las tarifas de bus, se define como horizontal, apolítico y no partidario. Sus integrantes son jóvenes estudiantes, pero han preferido no ponerle cara al liderazgo y apenas han aparecido un par de veces para negar que se trate de una marcha orquestada por intereses políticos.
Manifestantes pacíficos en las calles han llegado incluso a defender a policías del ataque de otros manifestantes violentos que pretenden desestabilizar las movilizaciones. Y así se va consolidando el perfil heterogéneo de “la gente” que está en las calles de Brasil.
Rodrigo Nogueira, documentalista y uno de los participantes de las marchas en Río de Janeiro, se ha dedicado a publicar en Facebook lo que ve. “Este es un proceso descentralizado, fluido, por momentos confuso, pero enorme”, dice.
El alma de las protestas está en estas redes, se actualiza a cada segundo y ocurre en las páginas de Facebook. Por ejemplo, el publicista Marcelo Gordoitch, director de la agencia X-Tudo, ha sido un gran entusiasta en línea de las manifestaciones. “Lo que les da más legitimidad que cualquier otro movimiento popular en la historia de Brasil es la inexistencia de un partido político por detrás y el hecho de no contar con el apoyo de ningún grupo grande de comunicación. Es eso lo que está dejando a los gobernantes de todas las esferas atónitos, sin saber exactamente qué y a quién combatir”.
Lo que sigue es incierto. Unos manifestantes sostienen que mantendrán las protestas hasta que las tarifas de bus sean rebajadas. Otros dicen que llegó la hora de “despertar” y cambiar todo lo que está mal en el país. Viviane Mosé sugiere que si no se organizan las propuestas, las manifestaciones corren el riesgo de languidecer y quedar apenas como un lindo recuerdo. Igual que lo que sucedió con el movimiento antiimperialista Occupy Wall Street, en Nueva York.
“Yo les pregunto a los manifestantes: ¿es posible que encontremos un orden sin centro? Necesitamos propuestas claras, aprovechar los movimientos sociales que ya existen en el país y ponerlos en comunicación para trabajar por estas agendas”, explica Mosé.
Amanecerá y veremos ¿el florecer de la primavera?
Andrea Domínguez Duque

Para EL TIEMPO


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