Desde el comienzo de las conversaciones está planteado el tema, como ha sucedido en otros procesos de paz en el mundo. Los desmovilizados se convierten en los mejores aliados para el desminado, el control del orden público en las zonas de conflicto y en lo que tiene que ver con el narcotráfico, con la entrega de rutas, laboratorios y cultivos, son pieza importante para la lucha contra las nuevas estructuras criminales que surjan entre las bandas emergentes y las que quieran ocupar el vacío territorial y de poder dejado por la propia guerrilla.

El poder político es mayor ganancia que el económico de la ilegalidad. Las FARC le apuestan a conseguir en las urnas lo que no pudieron conseguir con las armas y en juego largo hay desquite. En El Salvador, por ejemplo, veinte años después, un representante de aquel FMLN hoy es el presidente.

En las primeras elecciones en las que participen, probablemente las próximas para elegir el poder local, las FARC van a tener alcaldes, concejales y quizás algunos diputados, comenzando en firme su apuesta por llegar al congreso y quizás a la presidencia de la República. Se necesitará una generación para conseguirlo, pero no sería necio pensarlo.

Esa es la jugada, apostarle al premio mayor, en vez de conformarse con los secos, cada vez más escuálidos y peligrosos.