Hace unos días, un amigo venezolano me contó esta historia. Según él, un periodista de Globovisión pudo documentarle gracias a una serie de entrevistas, entre las que se contaba un militar de alto rango del Fuerte Tiuna, un comerciante de Chacaíto, y una vecina de la Parroquia 23 de enero.

Un allanamiento al Canal, por motivos de seguridad nacional, impidió que saliera al aire. Sin embargo, a pesar de que fueron decomisados los videos, las notas personales del periodista permitieron reconstruirla.

Aunque es posible que su publicación en este medio provoque una nueva crisis en las relaciones binacionales, y se acuse a quienes la difundimos de cómplices del Imperio, nuestra intención sólo es mostrar el lado maduro del presidente venezolano.

La libreta de Maduro

Cuando Maduro no era Maduro sino apenas un simple madurito, es decir, cuando aún no era grande sino tan sólo un prospecto de chiquito, la tía Eulalia, alma bendita, le dijo que iba a llegar muy lejos. Cuando Madurito le preguntó cómo lo había sabido, la tía Eulalia, con la sonrisa de la que todo lo sabe, le contestó: “me lo dijo un pajarito”.

Dice la profesora Eufemia que eso para él fue como una revelación. “Con razón, asegura la educadora, a Madurito le costaba que le entraran las letras. Siempre estaba pendiente de lo que le dijeran los pajaritos”. Y así fue que pasó la primaria y la secundaria, absorto en el jardín de la escuela, aprendiendo a trinar. “Más a bien a graznar”, dice Octavio, compañero de curso. “Sí, reconoce Eufemia, no era muy entonado.

Lo cierto del caso es que madurito creció de talla, dejando olvidadas las entendederas, porque si de todas maneras iba a llegar lejos, no las necesitaba. Fue así que un día se apareció en el Metro de Caracas y pidió puesto de chofer. Cuando el entrevistador el preguntó el por qué, Maduro repitió la consabida profecía familiar, “porque quiero llegar muy lejos”.

Un amigo suyo recuerda con particular emoción el primer día de Maduro en el Metro. “Llegó con una libreta bajo el brazo y cuando le preguntamos que para qué la quería nos respondió: De aquí en adelante voy a anotar todos los kilómetros que recorra cada día”. ¿Y eso para qué, le dijimos”. “Para saber qué tan lejos estoy llegando”.

A los seis meses tenía tantos kilómetros anotados que se fue donde la tía Eulalia y se los mostró con orgullo. “vea, tía, le dijo. En seis meses ya llevo 5.600 kilómetros recorridos. Nadie en la familia ha llegado tan lejos como yo”. La tía Eulalia sonrió, le dio un beso en la frente y le respondió: “Nadie, Madurito, nadie. Sólo tú”.

Cuando ya llevaba la libreta por la mitad fue cuando conoció al Comandante Chávez, que también se asombró de los kilómetros anotados. “Coño, 28.000 kilómetros, si que has llegado lejos, compañero, le dijo. Estos son los hombres que necesitamos para llevar a Venezuela a dónde nadie soñó jamás. Un abrazo selló la amistad.

Muchos años después, ante la tumba del Comandante, Maduro depositó la libreta, llena hasta la última hoja de kilómetros y más kilómetros, prometiéndole a su líder que se iba a comprar una más grande para que en ella cupieran todos los kilómetros que le faltaba por recorrer. Un pajarito le dio la bendición.

Pero cuando mandó a comprarla, recibió una mala noticia: “se acabaron”. Su respuesta fue aterradora. “¡Coño, como qué se acabaron. Otra conspiración del Imperio para impedir que la República Bolivariana de Venezuela siga recorriendo más kilómetros del Socialismo Siglo XXI. Capriles las debe tener escondidas!”

Sin embargo, a pesar de los allanamientos, las amenazas de expropiación, los toques de queda, sus discursos de día y de noche llamando a defender el legado del Comandante Chávez, de la movilización de las milicias bolivarianas y de las gloriosas Fuerzas Armadas, y del cierre de fronteras, no fue posible hallar una sola libreta en Venezuela.

Furibundo, Maduro gritó: “¡Me cago en tu puta madre, Uribe!”, pero el edecán, tembloroso, le dijo que tampoco podía. “¡Cómo que no puedo!”, le dijo Maduro agarrándolo por el cuello. “Es que también se acabó el papel higiénico”, respondió el uniformado.