No sé qué tan realistas sean las cifras del ministro pero es indudable que las Farc, como cartel del narcotráfico, debe ganar mucho dinero, pero estas descomunales ganancias cuyos cálculos no son nuevos, incluyendo a la revista Forbes que se dio a la tarea desde los tiempos de Pablo Escobar, dan origen a varios interrogantes.

El fin del fin de la culebra. En los dos últimos años del gobierno anterior, se dijo por el propio Uribe y los generales, que las Farc estaban acabadas y que su estructura estaba a punto de colapsar, lo que daba idea del espectacular éxito de la Seguridad democrática. Sin embargo, le mintieron al país, lo que significa que la ofensiva de ocho años de poco sirvió porque el Cartel siguió vivito y coleando. Y si ya estaban quebrados y vencidos, ¿por qué Uribe intentó en cuatro oportunidades iniciar negociaciones de paz con las Farc?

Un hampón hablando de hampones. Es cierto, hasta los delincuentes pueden decir la verdad, pero dice el dicho que el que tiene rabo de paja no debe arrimarse a la candela. Por ello molesta que un ladrón trate de convertirse en apóstol de la moral, acusando a otros ladrones. Y es entonces cuando surge la inevitable pregunta. ¿Por qué es tan diligente denunciando uno de los extremos y pasa de agache respecto al otro? ¿Su prontuario criminal se lo impide?

¿Por qué quieren dialogar? El presidente Santos quiere dialogar con las Farc porque desea poner los cimientos de un nuevo país eliminando uno de los factores de violencia, eso está claro, pero ¿por qué quieren negociar las Farc? Si todo es color de rosa para las Farc, si tienen un imperio criminal que gana más que los grandes grupos económicos de Colombia, por qué desean hablar con el gobierno? ¿Entregar un imperio que les dejan ganancias de 3 o 4 mil millones de dólares libres de impuestos, a cambio de una salida política? No me parece inteligente.

Quizás el tigre no es como lo pintan. Es como el multimillonario que está tirado en una cama, muriéndose, a pesar de nadar en dinero. Tener costaladas de dinero escondido en caletas pudriéndose en la selva, o en manos de testaferros que se enriquecen a costa de la guerrilla, invertido en propiedades que están en riesgo de ser expropiadas por el Estado, depositado en bancos sin ninguna garantía de poderlos recuperar, en manos de jefes de frente que uno tras otro se vuelan, en tratos con carteles extranjeros que no brindan confianza, y para completar, fraccionada su organización, en grupos que sin posibilidad de rendir cuentas se corrompen. La verdad no son ríos de leche y miel. Y encima de eso, cada día perdiendo terreno, cultivos, laboratorios, rutas de droga, bajas, desmovilizaciones, traiciones, no es un panorama muy halagador.

Por algo quieren negociar. Quizás están en las puertas del infierno. Quizás no la estén pasando tan bien como insinúa el columnista-delincuente. Quizás lo que tienen es un elefante blanco y con las derrotas cotidianas a cuestas, prefieren ganar menos dentro de la legalidad, que ganar tanto sin que les sirva de mucho, sólo vivir huyendo. Claro, se puede decir que se desmovilizan pero siguen en el negocio. Ya no sería tan fácil, perderían todos los beneficios, se les cerrarían los caminos políticos y terminarían huyendo, presos o extraditados, es decir, peor que antes.

Pero son tan solo inquietudes que siembra la suspicacia.