Lo primero a resaltar y que me dejó muy buena impresión fue la intervención de Humberto de la Calle. Por algo lo puso el presidente Santos como jefe del equipo negociador. Firme, seguro y claro. Hay garantía de que en la mesa de negociaciones no se va a ceder en lo fundamental.

Dijo algo que me llamó la atención: el gobierno va a realizar evaluaciones periódicas de las conversaciones. Si no se avanza, se terminan. De ahí la frase que lo resume todo: el gobierno no es rehén del proceso de paz. En otras palabras, quiere la paz pero no le teme a la guerra. Si la guerrilla le comienza a dar largas al proceso, la guerra quedará como la única opción.

Así es que habla un negociador. Por eso fue claro al advertir que el plan no es convencer a la otra parte de que cambie su manera de ver el mundo, ni de dejarse convencer de lo contrario. Se trata de terminar el conflicto como clara demostración que la política no se hace por medio de la guerra sino a través de las instituciones democráticas. Verdad contundente.

Una cosa más. También fue claro en señalar que lo único que se va a discutir en la mesa son los cinco puntos de la agenda acordada durante siete de meses de conversaciones secretas y que cualquier otro tema como el cambio de modelo económico, bien pueden ventilarlo las Farc cuando estén participando en el terreno político. Enfatizó que esto fue lo acordado y firmado por ambas partes.

Por último, y esto fue una afirmación contundente, cuando se le preguntó sobre la humanización de la guerra mientras duran las conversaciones, advirtió que la única manera de humanizarla era terminándola. Con lo que dio a entender que no hay lugar para pañitos de agua tibia. O se termina o se sigue hasta que en el futuro la cordura producto del realismo de las derrotas los convenzan de que el mejor negocio que pueden hacer es la paz.

Respecto a la guerrilla, la intervención de Iván Márquez fue decepcionante en la forma y el fondo. Lo uno por un discurso florido como si estuviera en un torneo literario, reflejo obvio del ego que los acompaña, mareados por la atención de los medios. En cuanto a su contenido, trató de adornar el flaco momento por el que pasan, hablando de lo divino y lo humano.

Es claro que querían aprovechar a los medios para ganar adeptos hablando cosas ciertas como un país equitativo, justicia social, críticas a la locomotora energética, entre otros temas, pero no era el caso porque no se trata de una campaña electoral. Y lo absurdo era disfrazar la negociación entre dos partes que no han podido derrotarse, en una conversación para cambiar el país.

Censurable fue declararse víctimas de la guerra, lo que negaria el quinto punto de la agenda sobre vedad y reparación. Es decir, lo que en privado reconocen, en público lo niegan. Falta de seriedad que los deja mal parados. Sin embargo, ante la firme respuesta de Humberto de la Calle, el de las gafas trató de bajarle el tono diciendo que no había razón para que estuviera tan bravo.

Como en los partidos de fútbol estos primeros minutos del partido fueron de estudio. La guerrilla legó convencida de que, al igual que en el Caguán, podría manejar el proceso a su antojo empezando por ampliar la agenda en la equivocada creencia de que el Gobierno necesita del proceso de paz. Tamaña sorpresa debieron llevarse ante la actitud firme de que no se va a discutir nada distinto de lo acordado y si no se avanza el gobierno se para de la mesa.

Lo curioso del asunto es que, ante el mundo se consiguieron efectos inesperados. El gobierno salió fortalecido al mostrar a Colombia como un Estado democrático que quiere la paz, que pone todo el empeño en remediar las injusticias sociales, discutiendo puntos fundamentales como la tenencia de la tierra y el narcotráfico, pero sobre todo, el tema de las víctimas, en el cual puso mucho énfasis.

Por el contrario, el discurso de las Farc las dejó mal paradas, salvo ante sus seguidores fanáticos, mostrándola como una agrupación que vive fuera de la realidad, que niega los horrores que ha cometido, que están más débiles de lo que se creía al no honrar su palabra, tratar de meterle conejo a las negociaciones, pero a la vez aferrarse al proceso. Su única respuesta a las fuertes palabras de De la Calle, fue tratar de ser conciliadores.

Difícil predecir que va a pasar, aunque comparto el optimismo moderado del Gobierno. Pero lo cierto es que, esta es la última oportunidad en mucho tiempo para la paz y para las Farc. Si se fracasa, el Gobierno tiene luz verde para acentuar la guerra, apoyado por el pueblo colombiano y la comunidad internacional. Distinto para las Farc cuyo desgaste progresivo llevará a los sobrevivientes, en otro gobierno y en otro tiempo, a sentarse a conversar sobre las ruinas de su organización.

Aplaudo al gobierno colombiano porque mostró ante propios y extraños que quiere adelantar un proceso de paz serio y realista y que le pone el hombro para sacarlo adelante, pero sin renunciar a la democracia, ni a defenderla con las armas si la guerrilla no se aviene a proseguir su lucha dentro de las instituciones.

Dijo algo que me llamó la atención: el gobierno va a realizar evaluaciones periódicas de las conversaciones. Si no se avanza, se terminan. De ahí la frase que lo resume todo: el gobierno no es rehén del proceso de paz. En otras palabras, quiere la paz pero no le teme a la guerra. Si la guerrilla le comienza a dar largas al proceso, la guerra quedará como la única opción.

Por último, y esto fue una afirmación contundente, cuando se le preguntó sobre la humanización de la guerra mientras duran las conversaciones, advirtió que la única manera de humanizarla era terminándola. Con lo que dio a entender que no hay lugar para pañitos de agua tibia. O se termina o se sigue hasta que en el futuro la cordura producto del realismo de las derrotas los convenzan de que el mejor negocio que pueden hacer es la paz.