Mujica es un personaje que desafía el estereotipo del poder. Su autoridad moral deriva de que siempre ha luchado contra la opresión, como guerrillero tupamaro lo hizo contra la dictadura y luego contra todos los que conspiran contra la democracia.

No cree en los lujos, ni en los tronos, ni siquiera en la diferencia de sus congéneres. Ha sido un hombre sencillo toda su vida y por ello siempre ha sido el referente de esta América Latina olvidada, invisible, oprimida, que todas las ideologías pretenden robársela para su propio beneficio.

A Mujica se le cree porque vive y se comporta de acuerdo con lo predica. Su humildad, como la de los grandes líderes, es su fuerza y por ello fue elegido presidente de su país, porque sabe lo que quiere, sabe lo que debe hacerse y actúa en consecuencia.

No sorprende lo que dijo ante el mundo. Lo extraño sería que no lo hubiera hecho. Porque no es diplomático, ni sinuoso, simplemente dice lo que piensa porque lo vive a diario. Y en un discurso memorable desnudó nuestra hipocresía.

¿Servirá para algo? Mujica no es palabrería de cumbres sino un gobernante de hechos. ¿Un ejemplo? Dio un paso en la dirección correcta al legalizar la marihuana en Uruguay. Es un llamado al mundo para que actúe con cordura, solucionando problemas, lejos de discursos almibarados, promesas imposibles, demagogia barata.

Si algún apelativo puede dársele a Mujica nada mejor que llamarlo la voz de nuestra conciencia. Porque Mujica nos habla desde adentro, arropado con la humildad que sólo la proporciona la grandeza.

Uno de los pocos hombres que respeto y admiro en esta vida.