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En medio
Los talentos
Por: Ana María Cano Posada

También me he sorprendido mirando con asombro los especímenes que desfilan en la noche televisiva colombiana ante seis jurados repartidos en bandos de tres, en los dos canales comerciales.

Es la explotación del hombre por los hábiles recaudadores del miedo al ridículo, de la necesidad arraigada en Colombia de ganar plata a cualquier costo y de la adicción también nacional de aparecer en televisión y volverse reconocido por sus vecinos.

Los dos espacios, Colombia tiene talento y Yo me llamo, son un formato copiado de otras geografías, que se adapta como ninguno a este territorio. Para ajustarlo a las necesidades locales, RCN y Caracol tienen ingredientes precisos: la diva, el bondadoso y la desalmada. No puede ser otro el trío. En el caso de Amparo Grisales sacan jugo a su pose de espejito. espejito dime quién es…, y la llevan a un contrapunto permanente con su compañero de mesa Jairo Martínez, dejándoles a él y a Amparo Álvarez, la imitadora, la tarea de recoger las lágrimas y desnudamientos ante las cámaras que hacen los cantantes al improvisar una carrera al cabo de las mil para poder ganarse unos millones de pesos y poder estar en televisión cada noche. Esa combinación de repelencia con humillación de los concursantes hace de cada episodio de Yo me llamo un circo romano actualizado con tres leones y una fila de esclavos que pasan por sus garras ante una audiencia atónita.

Al otro lado la diva es Paola Turbay (aunque Alejandra Azcárate piense que es ella), quien trata de encontrar entre su profesión de actriz y su anterior de psicóloga los elementos para restituir algo de dignidad a los que van al escenario a sacar su talento. Manolo Cardona hace de bonito y de querido para rescatar a algunos de los concursantes de la guillotina de sus dos vecinas de mesa. Y Alejandra Azcárate quiere hacer un monólogo cada noche para demostrar la impertinencia y mala educación de la que puede ufanarse y llenar salas después con sus comedias “de pie”. Los esclavos de su ambición de ganar plata como sea (por necesidad, claro) y de la insaciable sed de reconocimiento que cultiva la televisión, caen en las fauces de los jurados y los televidentes sufren, como si fueran ellos, los latigazos de estos domadores.

Por qué se da tan bien en Colombia esta farsa de personas que tratan de ser otro, o que inventan un talento donde no lo hay… debe tener una respuesta. El científico colombiano Emilio Yunis describió una curiosa modalidad llamada quimeras humanas, en las cuales una sola persona tiene dos materiales genéticos distintos en sus células. Estas gárgolas, o engendros, son casi una especie endémica en este territorio. Son personas que se trasmutan en otras por necesidad o por voluntad. Por ejemplo, un impostor puede mantenerse como psiquiatra durante 17 años, suministrando dictámenes forenses sin que se sospeche de su incompetencia: Camilo Herrera hizo campante su papel. Dos inocentes párrocos deciden hacer un pacto suicida como de guión cinematográfico para que unos sicarios dieran cuenta de sus vidas y un padre de esos se liberara así del estigma del sida. Un intelectual, ese sí psiquiatra, se convierte en prófugo de la justicia y aparece como víctima de un guerrillero alias Saldaña para hacer una falsa desmovilización de paramilitares. Todo es falso allí: las armas, los desmovilizados, el nombre del guerrillero y las disculpas del exintelectual Restrepo para buscar asilo político. Y no es difícil de explicar cuando tenemos un finquero expresidente convertido en tuitero. El talento que se da silvestre aquí es el de convertirse en otro.

Fuente El Espectador