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Los lujos que tenían los nule en su centro de reclusión

A las 10 de la noche del pasado viernes, los primos Miguel, Manuel y Guido Nule sintieron que se abría la puerta de su apartamento en la cárcel La Picota. Cada uno se hallaba en su habitación cuando escucharon la voz del jefe del Grupo de Reacción Inmediata (GRI) y se pusieron de pie.
Los hombres llegaron para cumplir una misión específica: decomisar un sofisticado sistema de comunicación que los Nule habían montado en su casa fiscal, otorgada para que paguen sus condenas por las irregularidades en los contratos de la calle 26, en Bogotá.
Miguel y Guido estaban pálidos, no sólo porque sabían que esos equipos de comunicación son un tesoro en un lugar de reclusión, sino porque no podían dar una explicación satisfactoria sobre la presencia de los mismos. Los reclusos dijeron que los equipos –dos cargadores de celulares, un cable USB, un iPhone, cuatro iPods, un iPad, tres sim-card, una consola de juegos PlayStation, tres portátiles y tres televisores LED, de última generación– tenían permiso de la Fiscalía. No era cierto.
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Además de los equipos electrónicos, los Nule se dieron el gusto de tener una Narguile, una pipa muy popular en los países árabes.
Conforme los guardias seguían buscando, aparecían nuevas sorpresas. Revisaron bajo las camas, en los armarios y en el techo, donde hallaron tres celulares Blackberry y 574.000 pesos en billetes de 50.000. Todo un botín.
Pero había más. Los guardias encontraron en una de las habitaciones una pipa de agua llamada Narguile, muy popular en los países árabes. Se trata de un lujo que pocos se dan, pues para fumar Narguile se necesita esperar mucho tiempo mientras el tabaco se quema con el carbón.
Algunos de los agentes del GRI no sabían qué era el artefacto. ¿Al preguntarles a los Nule por éste, hubo un silencio. Cuando preguntaron por los tres celulares y el dinero guardado en el techo, los Nule, expertos en inventar justificaciones, dijeron que los habían guardado allí para evitar un robo en su casa fiscal. La mayoría de los elementos allí guardados eran prohibidos.
El director del Inpec, general Adolfo Ricaurte, montó en cólera. De inmediato presentó la renuncia el director de la cárcel, coronel Álvaro Valencia Isaza, un hombre que se consideraba infranqueable y que en su corto paso por el penal (estuvo un año) se mostraba rudo y decía que no permitiría la violación al régimen interno. Algo imposible de cumplir en un sitio como la Picota, donde la norma común es violar la ley a cualquier precio.
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En el momento del registro, los Nule dijeron que sus equipos de comunicación estaban autorizados por la Fiscalía.
Los Nule, que habían tenido un trato preferencial, ahora tendrán que resignarse por un buen tiempo a las limitaciones. Las directivas ordenaron retirarles las cómodas camas que habían ingresado ilegalmente y volverán a dormir en camarotes. Los televisores de última generación les fueron retirados y solo dejaron uno para la casa donde pasan sus días. Ya no tendrán el PlayStation con el que pasaban largas horas divirtiéndose. Deberán regresar al juego tradicional de naipes, dominó y parqués, muy tradicionales en la Costa, de donde ellos vienen.
Pero los Nule sentirán otras restricciones. En cada desplazamiento volverán a colocarles las esposas en sus manos, un procedimiento común para todos los presos del país, pero del cual los Nule estaban exentos, así como algunos parapolíticos.
En el acta lo único que no reconocieron fue una botella de ron.