DeNunCianDo - 'El vivo vive del bobo' por Juan Gossaín

'El vivo vive del bobo'
por Juan Gossaín

Antes de aprender a caminar, un niño colombiano aprende a repetir que "por la plata baila el perro"

Hace ya muchos años, durante uno de sus festivales folclóricos, oí en la plaza principal de Neiva a cierto campesino trovador que le ponía música a un proverbio antiguo: "El robo y las mentiras, si son mayores, mejores". La gente lo aplaudía con entusiasmo.

Media vida después, y al otro extremo de Colombia, escuché en una calle de Barranquilla, hace apenas dos meses, a un hombre que le cobraba a otro una vieja deuda con palabras de buena crianza. -¿Por qué no me pagas? -le reclamó.

-Porque quien paga lo que debe se roba a sí mismo -contestó el incumplido, poniendo cara de filósofo.
He recordado ambos episodios a consecuencia de los hechos que estremecen a los colombianos por estos días: contratistas que saquean sin piedad los dineros públicos con la complicidad de empleados oficiales; un empresario de la salud, a quien la alta clase dirigente le organizaba cada noche cocteles y banquetes opíparos, es acusado de esquilmar no solo al Estado sino también el poco dinero de sus pacientes; a dueños de mercados y tiendas la justicia les apunta con el dedo, sindicándolos de sobrecostos en el precio de los mercados para las víctimas del invierno. Y faltan datos de 1.123 municipios más.

De manera que ha llegado la hora de hablar en serio, aunque nos duela: ¿qué es lo que nos sorprende? Los colombianos nos hemos gastado la vida entera diciendo, desde los tiempos de Colón, que "el vivo vive del bobo y el bobo vive de su madre". Es tal la monstruosa inversión de valores que los adagios callejeros llaman "vivo" al avivato, al ladino, al taimado, es decir, al pícaro. Bribón y sagaz se volvieron sinónimos. En cambio, con esa misma lógica de rufianes, "bobo" viene siendo el decente, el honesto, el que sabe que no puede meter su mano en lo que es ajeno. ¿Entonces? ¿Se acuerdan del tango de Discépolo? "Da lo mismo ser derecho que traidor; todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor".

Esa es la herencia refranera que recibimos de nuestros antepasados y que hemos acrecentado con más desvergüenza. En épocas de la Colonia, españoles y criollos ilustrados justificaban los robos al tesoro público diciendo, frescamente, que "en el arca abierta la mano del justo peca". Jamás he oído cinismo que pueda comparársele. Me resisto a creer que la honradez dependa de que la caja fuerte esté abierta o cerrada.
Antes de aprender a caminar, un niño colombiano aprende a repetir que "por la plata baila el perro". Como si fuera poco, un dicho popular sostiene que "la ocasión hace al ladrón". La verdad es que el ladrón roba con ocasión o sin ella. Una persona de honor no roba ni aunque le den todas las oportunidades del mundo.
Nos hemos vuelto tolerantes con el delito y admiradores del delincuente. Los justificamos a ambos. Según los viejos frailes que inventaron el idioma castellano, el refranero anda de boca en boca porque representa la sabiduría popular. Pero el refranero colombiano se fue llenando de insolencia. ¿No es aquí donde decimos que "ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón", en vez de pedir cien años de condena para cada uno?
Lo que pasa es que con el paso de los años nuestro lenguaje cotidiano se ha envilecido tanto como nosotros mismos. Y perdonen mi crudeza. Somos nosotros los que decimos cada cinco minutos que "a papaya puesta, papaya partida". Bueno: a los contratistas malhechores, a los rufianes que ocupan un cargo público, al truhán de la empresa de salud prepagada y al bellaco que se enriquece con el precio de los mercaditos para los damnificados les pusimos la papaya y ellos la partieron. ¿De qué nos quejamos? Hemos sido víctimas de nuestro propio invento.
Que se pudran en la cárcel todos los que sean culpables, pero que también se le pudra la lengua al que vuelva a repetir que el vivo vive del bobo.