AvenDiablo | 31-03-2008 17:32:51 | El intelectual del régimen “El intelectual en el que pienso tiene también ese deber: no debe hablar contra los enemigos de su grupo, sino contra su grupo. Debe ser la conciencia crítica de su grupo. Romper las convenciones. [...] deben aceptar la idea de que el grupo, al que en cierto sentido han decidido pertenecer, no les ame demasiado. Si les ama demasiado y les da palmaditas en la espalda, entonces es que son peores que los intelectuales orgánicos: son intelectuales del régimen”. —Umberto Eco Por Jorge Arenas
Con todo respeto y sin ánimo de ofender, José Obdulio Gaviria (JOG) es a los intelectuales serios lo que la literatura de superación personal es a la literatura universal. Pero lo grave no es que JOG sea más o menos bueno en lo que hace. La gente tiene derecho a ser mala en su oficio y los ciudadanos de a pie tenemos derecho a preferir a los malos intelectuales sobre los buenos. Por eso hay quienes creen –y no son pocos– que se entienden mejor las pasiones humanas leyendo a Paulo Coelho que a Dostoievski.
Lo grave entonces no es que en el oficio que dice desempeñar JOG no vaya a pasar a la historia; lo verdaderamente grave es que en ejercicio de su retórica política ha logrado rotular con la etiqueta de democráticas, políticas gubernamentales verdaderamente perversas. Todo, para ser admirado por el poder gracias a lograr que ese mismo poder sea venerado por el pueblo. Un intelectual del régimen, como diría Umberto Eco.
Veamos algunos ejemplos de su ingenio:
La idea de que en Colombia no hay conflicto armado es una de las genialidades más famosas de nuestro intelectual. Esta tesis tiene efectos muy importantes. Si eso se llegara a aceptar sería mucho más fácil clasificar a los guerrilleros como simples terroristas y –al mejor estilo de ese otro gran pensador que es George W. Bush– quedaría relevado el Estado de aplicar el Derecho Internacional Humanitario. Tesis que le sirve sobre todo al gobierno, empeñado en clasificar todo acto de violencia como acto terrorista y evitar así someterse a los dictados del derecho internacional.
Por dicha razón nuestro intelectual sostiene que no hay conflicto, a pesar de que el mismo gobierno tiene comisionado de paz, política de paz, y ley de justicia y paz. Sin embargo, como lo saben los intelectuales serios, la existencia del conflicto no se define por lo que le conviene a un gobierno sino por lo que hace décadas estableció el Derecho Internacional Humanitario. Y según el DIH no existe la menor duda de que en Colombia sí hay, aceptémoslo o no, un dramático conflicto armado.
Otra de las originales tesis de nuestro intelectual es que ya no hay diferencia entre la derecha y la izquierda; brillante conclusión a la que llegó porque al gobierno lo estaban catalogando como de derecha y esto no le servía ni frente a un sector liberal de la población colombiana que no ve con buenos ojos a la derecha, ni frente al vecindario cada vez más dominado por gobiernos de izquierda. Pero además eso tampoco le gustaba a nuestro intelectual, pues él también tiene su corazoncito. O lo tuvo (y era de izquierda), y por el pudor que aún le queda no parece querer repetir la historia de tantos plinios. Así que en lugar de dejar de ser de derecha decidió que era mejor sostener que la derecha y la izquierda ya no existían. Y así, el gobierno y su corte no pueden ser de derecha. Y todos tan tranquilos.
Naturalmente esta teoría es insostenible. Es cierto que los partidos de izquierda y derecha radical se han visto mermados tanto en número como en importancia. Pero lo que no es cierto es que no existan importantes partidos e ideologías de derecha e izquierda. Un vistazo rápido al panorama político de los Estados más consolidados –por no hablar de la literatura política más importante de occidente–, muestra con claridad sistemas fundamentalmente bipartidistas compuestos por partidos de izquierda democrática (o socialdemocracia) y de derecha moderada. Partidos que tienen coincidencias importantes pero que también tienen diferencias fundamentales no sólo en su concepción del hombre, la sociedad y el Estado, sino en sus prioridades políticas y los medios que creen que se deben usar para lograrlas. Que lo diga si no Norberto Bobbio, ese gran intelectual que escribió, entre otras cosas, un ensayo magistral sobre la izquierda y la derecha en occidente.
Otra tesis también perversa aunque menos original de este connotado intelectual es aquella que convierte a todo crítico del gobierno en enemigo del Estado. Patrocinar la ecuación: ‘opositor del gobierno = comunista escondido = enemigo de la patria = guerrillero de civil’ sólo sirve para deslegitimar a la oposición con el fin de propiciar el único clima en el cual los gobiernos autoritarios se sienten tranquilos: el unanimismo.
En Colombia esta retórica genera un efecto aun más dañino, pues los grupos violentos de extrema derecha y de extrema izquierda se amparan en la misma lógica amigo–enemigo, para identificar a sus víctimas civiles –usualmente armadas sólo con el poder de la palabra– y convertirlas en objetivo militar.
Pero la más reciente de las tesis de JOG es tal vez la más sorprendente: ahora resulta que el clientelismo no es clientelismo y la politiquería no es politiquería sino formación de gobierno. El presidente fue elegido dos veces porque prometía acabar con las prácticas clientelitas y con la politiquería tradicional. Sin embargo en el primero, pero sobre todo en el segundo gobierno, no ha podido ocultar las cada vez más impúdicas transacciones de votos y apoyo político a cambio de puestos burocráticos.
A diferencia de una política estratégica de gobernar con los mejores cuadros del partido o de la coalición de gobierno –que es justamente una adecuada formación de gobierno–, se trata en este caso de una milimétrica repartición del botín burocrático, dando puestos a cambio de favores políticos. Y como fruto de esta transacción se han nombrado, –con contadas excepciones–, decenas de personas sin la adecuada experiencia ni suficiente formación, que en el mejor de los casos llegarán a sus cargos a improvisar o a despilfarrar recursos públicos, pero que seguirán atornilladas a sus puestos mientras el gobierno necesite el apoyo del parlamentario correspondiente.
Como lo dijo hace poco un editorial de El Tiempo, los nombramientos de personas por cuota política no sólo no ofrecen garantías de responsabilidad y profesionalismo sino que, en muchos casos, han demostrado recaer sobre personas que no tienen idea de lo que significa respetar la ética pública. Así lo demuestran por ejemplo los nombramientos hechos por el Presidente en su primer período, en la Superintendencia de Notariado y Registro, en la Superintendencia de Seguridad, en la Oficina de Estupefacientes, en Findeter y en decenas de consulados, embajadas y notarías, entre otras.
Pero como era necesario salir a legitimar esa práctica, JOG se inventó la teoría de que eso era normal y se llamaba formación de gobierno. A decir verdad, eso, efectivamente, sí es normal; pero esa práctica se llama clientelismo. Puro y duro; sin más arandelas.
Sólo falta que, siguiendo la lógica de nuestro intelectual de marras, a los falsos positivos o al maquillaje de las cifras –tan habituales en este gobierno– de ahora en adelante toque llamarlos meritocracia. Jorge Arenas es Analista político.
|