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Se va Uribe, entre amores y odios

¿Cómo se explica que, tras ocho años de Gobierno, Álvaro Uribe deje el poder con casi el 80% de popularidad? ¿Acaso se debe a los resultados de su política de mano dura para restablecer la seguridad?

En las últimas semanas, hemos tenido en Radio Nederland varios artículos críticos sobre la gestión de ocho años del presidente colombiano, Álvaro Uribe. Se ha hecho hincapié en su poca adhesión a la institucionalidad nacional, especialmente la judicial; se ha destacado el horror de “los falsos positivos” se han comentado las barrabasadas del DAS, los escándalos de corrupción y el manejo no siempre afortunado de las relaciones internacionales. Hay más, pero lo apuntado es lo principal. Este comentario no abundará en estos hechos graves, está más bien destinado a intentar buscar una explicación, si no satisfactoria, por lo menos entendible de por qué Uribe se va con cerca del 80 por ciento de popularidad.

Hace ocho años el anhelo número uno de la inmensa mayoría de los colombianos era su seguridad personal. Había más que miedo en la gente, terror de salir a la calle, ya no se diga aventurarse por ciertos caminos plagados de guerrilleros, paramilitares y mucha gente del Estado dispuesta a matar por motivos políticos o banales. Uribe cambió esa realidad. Su política de Seguridad Democrática, de mano dura, dio resultados palpables. Se dirá que las cifras mienten, que no es para tanto, que la violación de los derechos humanos continúa, que los medios de comunicación adictos al Gobierno se han encargado de lavarle la cara, que las cifras están amañadas. Todo esas críticas se estrellan con un hecho mayor: la población siente en carne propia que ha recuperado la confianza y la esperanza. Si no fuera así no le habrían perdonado tanto a Uribe.

¿Se equivoca la gente? No, por la simple razón de que su evaluación es el resultado de su experiencia personal.

Además todo aquello que tiene que ver con las FARC o el ELN concita un rechazo profundo, casi unánime. Ésta también es una victoria de Uribe con la ayuda de los mismos movimientos insurgentes que, con su estrategia de secuestros y narcotráfico, han perdido su halo revolucionario, su condición de vanguardia del pueblo y son, hoy por hoy, meros delincuentes sin ningún respaldo popular. Ese rechazo casi visceral de la gente es, ciertamente, extensivo al paramilitarismo, una lacra asesina de ultraderecha con vínculos comprobados en gente que apoya a Uribe.

Las luchas hay que darlas independientemente de su resultado final, pero la política se evalúa por los réditos que deja al país. Colombia tiene, de cara al futuro con su nuevo presidente, ingentes desafíos democráticos, combate a los escándalos y saneamiento de los órganos de seguridad, restablecimiento pleno de relaciones armoniosas entre los poderes del Estado, entre otros. Pero ello no puede ocultar el hecho mayor: Colombia, al fin del período de Álvaro Uribe está mejor que hace ocho años.

Tomado de: http://www.rnw.nl/espanol/article/se...amores-y-odios