Para reflexionar:

Cita:

Quien a yerro mata Thierry Ways Mucha gente se pregunta si los desaciertos del Gobierno son producto de la ineptitud o la malicia. Frente a los frecuentes descaches del Gobierno, se han cristalizado dos posiciones antagónicas. Cada una intenta explicar las salidas en falso a su manera. Por una parte, está la explicación sencilla o naíf: los desatinos son consecuencia de la incapacidad ejecutiva del Presidente y sus subalternos, de la inexperiencia de algunos funcionarios para el cargo que ocupan, de la propensión a colocar el purismo ideológico encima del pragmatismo necesario para volver realidad la retórica. Para los partidarios del Gobierno, esas debilidades serían subsanables; no así para la oposición. Por otra parte, está la interpretación en clave conspirativa: no se trata de equivocaciones, en absoluto, sino todo lo contrario, de jugadas maestras, encaminadas a desinstitucionalizar al país para luego rearmarlo al gusto del Presidente. Por supuesto, los petristas que privilegian esta explicación –los hay– no dirían ‘desinstitucionalizar’, sino ‘transformar’. Cuestión de puntos de vista. El interrogante, en cualquier caso, es si los constantes desaciertos del Gobierno del cambio son fruto de la ineptitud, por un lado, o de la malicia o la astucia –según si uno es opositor o gobiernista–, por el otro. Es decir, si son voluntarios o involuntarios. Si son por cálculo o por descuido. Si son maquiavelismo o cantinflismo. Difícil pregunta, pues la mayoría de las aparentes meteduras de pata se prestan para ambas lecturas. Veamos algunas recientes. La equivocación en el decreto de liquidación del presupuesto, que puso en jaque a decenas de proyectos y se cobró la cabeza del director de Planeación y de una destacada funcionaria del Ministerio de Hacienda, Claudia Marcela Numa, podría haber sido, sí, un error, por garrafal e inédito que fuera. De hecho, tuvo que ser corregida por medio de un decreto llamado ‘de yerros’. Pero otra cosa dicen los afiliados a la hipótesis del Petro calculador: fue un zarpazo para presidencializar irresponsablemente el presupuesto de la nación, pasando por encima del Congreso y de los compromisos adquiridos por el Estado. La pérdida de la sede de los Juegos Panamericanos 2027 también cabe en la dualidad genialidad/incompetencia. ¿Se trató de una comedia de errores, de un sainete protagonizado por funcionarios tan despistados que, teniendo 15 meses para hacer un pago, se acordaron de hacerlo en el mes 16? ¿O fue más bien un descuido fingido, y el Ejecutivo se hizo el bobo con el objetivo de castigar a Barranquilla y el Atlántico por el pecado de haber elegido un alcalde y un gobernador que Petro no considera aliados suyos? (Así ellos hagan lo posible por parecer lo contrario). ¿Y cómo describir el llamado del Presidente, que luego negó, a movilizarse para presionar la elección de la nueva fiscal? ¿Desliz y reculada o doblez premeditada? En algunas situaciones la interpretación benévola, es decir, la de la incompetencia, es difícil de sostener. Es el caso de la desfinanciación del sector de la salud, por ejemplo, donde se nota a leguas que la “crisis explícita”, proclamada por la exministra Corcho y ejecutada por el ministro Jaramillo, es un desenlace bienvenido, no un problema por resolver. De cualquier manera, el interrogante queda abierto: ¿premeditación o impericia? No tengo la respuesta. Cuando me hacen la pregunta, sin embargo, algo que sucede con frecuencia, recuerdo unos versos de Robert Frost en los que el gran poeta de Nueva Inglaterra abordaba el fin del mundo: ¿sería este provocado por el fuego o por el hielo? Frost se decantaba por las llamas, pero al final de su poema admitía que “para la destrucción el hielo / también es poderoso / y bastaría”. Eso pienso de la dicotomía malicia/ineptitud. La malicia, sí, puede ser abrasadora. Pero para la destrucción la ineptitud también es poderosa. Y bastaría.

Fuente: El Tiempo