Corrupción

La corrupción es una enfermedad crónica de la democracia colombiana. En tiempos de Turbay Ayala se dijo que había que reducirla a sus justas proporciones. En estos momentos nos agobia por su extensión generalizada y la impunidad consiguiente que la hace ver como un mal irremediable.

Aunque desaparecerla del todo es un ideal al menos hay que procurar que los recursos del Estado lleguen a donde deben llegar sin estos nefastos "intermediarios".

Cada que llega un nuevo gobernante a la Casa de Nariño, al menos yo, le deseo que le vaya lo mejor posible porque yéndole bien a él, le va bien al país.

Si 200 años lleva gobernando la derecha y la corrupción ha traspasado todos los límites, quizás con un gobierno de izquierda, mejore la situación.

Y sí, la idea es que el país pueda vivir sabroso, entendido por "sabroso", un país con más oportunidades para los jóvenes, mayor dignidad, más inclusión, un país donde la vida le gane la partida a la muerte y se comience la construcción de la paz.

Petro no ha sido santo de mi devoción y desde su desastrosa alcaldía le he tenido desconfianza por su autoritarismo, soberbia e ineptitud, pero hasta ahora me tiene descrestado. Su ánimo conciliatorio, sus propuestas liberales y la conformación de un gabinete de lujo dan lugar a la esperanza.

Confiemos en que siga así. Tengo un moderado optimismo.

Bueno el símil de los tamales.

Todos esperamos que el gobierno de Petro cambie de rumbo el país y aunque sus metas ambiciosas sólo se podrán realizar en una o varias generaciones, el que dé los primeros pasos en la construcción del nuevo país será su legado.