Pero si López Obrador consigue parar la corrupción y conducir el país por el sendero de la inclusión social, tal y como lo hizo en Ciudad de México, habrá cumplido con creces sus promesas. Y si la fortuna permite que otros presidentes como él continúen su tarea, hay esperanza.

El grave problema de López Obrador es prometer el cielo cuando a duras penas lo más que podrá hacer es intentar que su pueblo salga del infierno mostrándoles el camino del purgatorio.

De ahí que al menos luche por la inclusión social a través de un modelo productivo en el que favorezca la creación de nuevas empresas, en especial la micro y la pequeña empresa. Igual busque una mayor cobertura en educación y salud y promueva la construcción de vivienda popular con préstamos de bajo costo, atados a la productividad de cada quien.

El impulso a la ciencia y la cultura es también una tarea que debe reforzar y de igual manera las exportaciones de cara al nuevo tratado de libre comercio con Canadá y Estados Unidos.

Confiemos en que no caiga en un populismo barato y con la visión del estadista, saque a su pueblo del hueco de la corrupción.

Hay una ventaja sobre Venezuela: las instituciones son fuertes y ya se demostró con la decisión del Tribunal Supremo que suspendió la medida de López Obrador sobre la disminución de los sueldos de los altos funcionarios. En otras palabras, puede querer hacer mucho, pero lo limita la Constitución y la ley. Su populismo queda, entonces, reducido a sus justas proporciones.