Hay algo curioso. Uribe necesitaba renovar la imagen de su partido para fortalecerlo y la única manera era acercándolo a la centro derecha y con un líder joven que atrajera el voto moderado. Pero el riesgo era grande, desgastar su propia imagen que es lo que está pasando.

Duque, con sus posiciones conciliadoras, está consiguiendo una alianza impensada hasta hace unos días, pero con ello deja atrás el discurso polarizador que nutrió a Uribe y su movimiento hasta ponerlo en el primer lugar de las agrupaciones políticas.

En otras palabras, se modernizó pero a costa de desgastar su origen. También ayuda a este bajón la terminación del mandato de Santos y su desaparición de la escena política, al igual que la transformación de las Farc, de grupo guerrillero sanguinario a partido político inane con una ridícula base electoral. Y para completar sus líos judiciales y su doble discurso, muestran su vulnerabilidad,

Desaparecido el coco, aparece un problema que corroe las bases democráticas del país como ningún otro: la corrupción y las banderas las alzan contradictores suyos y recibe un contundente apoyo en las urnas. Casi doce millones de votos de todas las vertientes políticas que no le pararon bolas a Uribe.

Es ahí cuando Duque aprovecha y concita en torno suyo un gran acuerdo político que fortalece su agenda en el congreso, algo que Uribe no pudo hacer y, por el contrario, con su torpeza de insistir en la política de odio y megalomanía, consiguió que los partidos liberal, de la U y Cambio Radical se apartaran de la coalición e impulsaran su propia agenda.

Uribe sigue siendo el mayor líder político del país, pero reducido a ser el primero entre iguales y no el emperador sobre todos. Le va a tocar negociar en vez de imponer y el respeto al dios se transforma en el respeto a uno de los líderes del país, a la misma altura de Gaviria y Vargas Lleras que mueven también poderosas fuerzas políticas.

Esto es lo que no ven los fanáticos que lo siguen. Comenzó la era posUribe, en la que de ya no hay un trono de caudillo omnímodo, sino un liderazgo compartido. Los dinosaurios siguen reinando, pero los mamíferos comienzan a crecer.

Al nativo de Salgar se le reconoce el debilitamiento de las Farc. Las avasalló de tal manera que se convencieron de que un triunfo militar era imposible, devolviéndolas los dos últimos años de su segundo mandato a la guerra de guerrillas para evitar su exterminio.

A Santos se le reconoce haber visto el momento ideal para sentarse a negociar y consiguió un proceso de paz, discutible pero efectivo, que consiguió desarmar a una guerrilla que había construido durante 52 años un poderoso y sanguinario ******o militar, imposible de derrotar por completo.

La realidad de hoy es lejana del fatídico y caótico 2002 marcado por una guerrilla envalentonada por sucesivos triunfos militares. Es obvio que en 2018 este Uribe guerrero no tiene cabida. Los enemigos de hoy requieren a otro tipo de líder, a un estadista que los derrote.

Pensando en Uribe recordé un verso de T. S. Elliot que viene al caso.

"The problen once salved, the brown god is almost forgotten" (Resuelto el problema, el dios queda casi olvidado)