La sabiduría popular es certera: "Los extremos son viciosos". Cuando se cree en la "verdad revelada", fuera de la cual no hay salvación, las ideas se transforman en dogmas y surge el fanatismo.

El uribismo y el petrismo se alimentan de lo mismo: un mesías que guiará a sus pueblos al paraíso, por lo cual, todo aquel que se oponga debe ser aniquilado.

Para la extrema izquierda todo aquel que no está de su lado está en su contra; igual piensa la extrema derecha. Los extremos se juntan alrededor del fundamentalismo.

Respecto al castrochavismo de Petro no veo a un marxista convencido sino a un populista para quien el Estado es el único salvador de la inequidad.

Lo mostró en Bogotá al regresar el monopolio de la recolección de basuras al Distrito y subsidiar a TM. Olvida que la iniciativa privada es necesaria en unión con la pública para conseguir el bienestar de la gente.

En el otro lado satanizan la justicia social y luchan por proteger a los más ricos a través de prebendas, haciendo a los pobres más pobres, fortaleciendo el sistema de inequidad que tiene a Colombia como el segundo país más desigual del mundo.

Lo que se denomina como izquierda o derecha (el espectro es muy amplio) tiene soluciones buenas para la sociedad y un buen gobernante debe aprovecharlas para bienestar del pueblo.

La democracia, con todas sus fallas, es la que nos preserva de los extremos porque en ella tienen voz y voto todos los sectores de la sociedad y se gestan soluciones comunes.

Pero cuando un país lo secuestra la corrupción de una casta política, sus cimientos se corroen y se convierte en caldo de cultivo para que los extremos se tomen el poder posando de salvadores celestiales.

Ahí es cuando los pueblos caminan hacia el abismo siguiendo a su propio flautista de Hamelin.