La dificultad mayor de los procesos de paz en el mundo no radica en las conversaciones y el desarme sino en la reincorporación de los sublevados a la vida civil porque la población que sufrió sus desmanes guarda dolor, resentimiento y en no pocos casos sentimientos de venganza. Ello provoca una espiral de odio y miedo que en los primeros años del posconflicto resulta difícil de controlar.

Si estudiamos el proceso de paz de Irlanda del Norte, por ejemplo, vemos que hoy, veinte años después de firmado el llamado "Acuerdo de Belfast o de Viernes Santo", la violencia subsiste, aunque en menor grado que la sufrida durante la guerra. Pero poco a poco se avanza en la construcción de la paz. Sudáfrica, El Salvador y Rwanda, son también ejemplos de los difícil que es consolidar la armonía social solucionando las causas que dieron pie al conflicto.

Colombia, infortunadamente no es -ni será- la excepción. Muchos intereses en juego, la venganza a la orden del día, los pescadores en río revuelto, odio, inequidad... demasiadas variables que harán muy difícil la construcción de la paz. Pasarán generaciones antes de que podamos desterrar el odio y la exclusión. Por fortuna ya dimos el primer paso de un largo camino que llevará muchos años construir y recorrer.