Al temible poder que ostenta este siniestro personaje hay que enfrentarlo con la profundización de la democracia, luchando porque los derechos fundamentales no sean pisoteados por los grandes hacendados, dueños de vidas y de bienes en sus feudos y que pretenden seguir en el siglo XIX.

Las Farc no pasarán de ser un partido marginal con alguna influencia en las zonas rurales donde tuvieron presencia. Aparte de algunos concejales y un par de alcaldes de pueblos pequeños, no tendrán ningún poder político real al menos en los próximos 20 años. Serán, como ha sido tradicional, uno más de los grupúsculos que conforman la atomizada izquierda radical.

La reforma agraria que se pretende sacar adelante es tímidamente liberal, incluso menos ambiciosa que la impulsada por el presidente López Pumarejo por allá en los años 30 del siglo pasado. Las fortunas de los grandes terratenientes permanecen intactas e incluso, a través de las ZIDRES, llegarán grandes capitales al campo en procura de industrializarlo.

Ahí está el verdadero enemigo de Uribe y los hacendados del siglo XIX que basan sus fortunas en la ganadería extensiva. La optimización del campo de la mano de multinacionales arrinconará a estos señores feudales restándoles poder político y económico. De allí surgirán nuevos grupos políticos aliados al gran capital, produciendo alimentos a escala industrial. Muchos campesinos pobres serán transformados en trabajadores asalariados cuyos votos irán a parar a los nuevos caciques del siglo XXI, una derecha moderna que supo adaptarse a los cambios.