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El rumbón de las Farc en los Llanos del Yarí

Por: Fernando Vélez | septiembre 21, 2016

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No me imagino a comandantes como Manuel Marulanda o Alfonso Cano prestándose para la guachafita que está ocurriendo en los Llanos del Yarí. Tirofijo vio demasiado: el bombardeo encarnizado de Marquetalia, la muerte a traición de su amigo El charro negro co-fundador de las autodefensas campesinas, la obsesión del Estado por eliminarlos de un solo tajo, sin negociación alguna. Cano fue testigo de la proliferación de los paracos, presenció la estupidez de Pastrana y fue de los pocos integrantes del Secretariado que se preocupó por detener el exterminio de la UP. Ambos comandantes eran conscientes de que La combinación de todas las formas de lucha le abrió la puerta a la extorción, el secuestro y el narcotráfico, tres elementos que terminarían degradando a la guerrilla más antigua de América, tres aberraciones que le quitarían cualquier simpatía popular.

Las Farc de ahora, impregnadas de la Cultura Narco, decidieron hacer de su X y última Conferencia como grupo armado una rumba de una semana. Sin cuidarse de la imagen de austeridad que deberían dar a 10 días de un plebiscito que aún no está definido, olvidando la rabia que les profesa el colombiano promedio, decidió hacer una especie de Woodstock en los Llanos del Yarí. Invitaron a más de 600 periodistas a que se quedaran en carpas descomunales desperdigadas en cuatro kilómetros cuadrados. Cobraron 35 mil pesos por dormir en un colchón, 19 mil pesos por un almuerzo que casi siempre sabe rancio, 45 mil pesos por una hora de internet y les permitieron a los campesinos del Caquetá levantar toldas alrededor del lugar para que vendieran souvenires de las Farc, como si se tratara de una visita a Disneylandia. Para no hacerles perder la ida a los 350 medios de todo el mundo que se acreditaron –los miembros del secretariado apenas se dejarán ver ya que están muy ocupados deliberando por el nuevo partido político que formarán- decidieron organizar una rumba al final de cada día amenizada por grupos como Alerta Kamarada, Doctor Krápula y Totó la momposina, completamente desconocidos Caquetá adentro.

El grupo que abrió el evento fue Alerta Kamarada. En las primeras canciones el público, compuesto en su mayoría por campesinos caqueteños, se aburría. “¿De cuándo acá las Farc- se preguntaban- sentían simpatía por un grupo de muchachos con rastas en la cabeza y porros en los bolsillos?” Estos pelados de Bogotá para ganarse al público más difícil de sus vidas tuvieron que arengar por los presos políticos, dar vivas a Simón Trinidad y hasta invitar a tarima a un rapero fariano para que la gente medio aplaudiera. Los periodistas bogotanos asentados en el lugar por supuesto que se emocionaron y hasta lloraron convencidos de que las Farc se habían vuelto de un momento a otro en “unos revolucionarios lo más de chimbas marica”.

Si las Farc deciden hacer una rumba para celebrar la paz ¿Cuál es la necesidad de llamar a 900 periodistas para que cubran el evento? ¿Se han vuelto tan narcos que hasta necesitan alardear del billete que tienen y que no van a entregar cuando se desmovilicen? ¿Por qué mejor no invitaron los grupos campesinos que tanto disfruta su base social y hacen un carnaval sólo para ellos? ¿Por qué, si decidieron volver un hecho mediático su X Conferencia, no lo convirtieron en algo místico, de profundo sentido espiritual? Es que, en este conflicto que se está terminando, entre 1985 y 2012 cayeron 220 mil colombianos de los cuales 160 mil eran civiles. En esos años cada ocho horas se secuestraba una persona y los caudalosos ríos del país se tragaron más de sesenta mil cadáveres. Ellos no son héroes como están convencidos que son, no liberaron al pueblo de nada y, con shows como los del Yarí dejan en claro que su perdón es de mentiras.

Ni Tirofijo, ni Cano, ni Jacobo Arenas, estarían de acuerdo con éste festival rocanrolero pasado por whiskicito y por poemitas recitados por Timochenko. Que diferencia la solemnidad, la altura moral que tuvo la desmovilización del M19 en 1990, Pizarro envolviendo su pistola en una bandera de Colombia, con sombrero y botas, inmensamente digno, completamente distanciado de este cartel de sesentones barrigones que llevan, casi como llaveros, a guerrilleritas cuarenta años menores que ellos. En las Farc solo quedó el ripio ideológico y moral, la cultura narco que invita a emborracharse con Old Parr mientras se tiene en los brazos a jovencitas sedienta de curiosidad revolucionario.