Ahí está el quid del asunto. La empresa que compró los derechos del concurso se ganó la lotería de la publicidad que tanto necesitaba después de la postración a que llegó en la era Trump. Con este oso monumental que se volvió viral en todo el mundo, recibió muchas horas de atención y siguen los chismes por doquier como que la filipina que ganó es la amante del presidente de su país desde hace cinco años, etcétera.

Y de paso, la colombiana se volvió más famosa que la ganadora y de aquí en adelante le lloverán contratos publicitarios, potenciando la frase de Maturana: "Perder es ganar mucho" y lo sorprendente es que al final ganó todo el mundo, el concurso, las dos reinas, el presentador, los dueños, menos los indignados compatriotas que chillan su chovinismo a diestra y siniestra.

Le llego el Niño Dios recargado. Y se imaginan el recibimiento en Colombia con visita al presidente, cruz de Boyacá, nombrada como la gran colombiana, la reina sin corona desfilando en el Carnaval de Barranquilla, e igual en cuanto desfile se inventen y ceros, muchos ceros en su cuenta bancaria.

Ariadna, ícono publicitario universal a cambio de tres minutos de gloria y decepción monumentales. Como lo dijo Andy Warhol, "todo el mundo tiene derecho a quince minutos de gloria", claro a que para nuestra reina sin corona van a ser muchos más minutos, tantos que cuesta contarlos.