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Un día como hoy, hace 106 años, nació Margarita Carmen Cansino. Más de cien años de mito cinematográfico. Más de cien años de Rita Hayworth. Eterna.
Cita:
La trágica vida de Rita Hayworth, la segunda actriz de origen español que triunfó en Hollywood
La vida de la protagonista de Gilda estuvo marcada por los abusos de su padre
Bernard Durán
07/04/2024 Actualizada 04:30
En la historia del cine occidental hay algunas escenas icónicas que forman parte de nuestra propia cultura visual, como el «toca As Time Goes By, Sam» de Casablanca, la falda de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba, o el «nadie es perfecto» con el que concluye Con faldas y a lo loco. En este selecto grupo de escenas inmortales habría que incluir un baile, una canción, un guante y una bofetada. Se trata de una película de 1946 que dirigió Charles Vidor. En ella, una bellísima actriz enfundada en un largo, ajustado y elegante vestido negro canta Put the Blame on Mame, lo que se podría traducir como 'Échale las culpas a Mame'. Durante la actuación, la cantante se despoja de su largo guante dejando al descubierto su brazo derecho, en una escena que resultaba especialmente sensual para los tiempos de la posguerra.
La actriz se llamaba Margarita Carmen Cansino, más conocida por su nombre artístico de Rita Hayworth; la película era, efectivamente, Gilda; y la canción, que había sido especialmente compuesta para esa cinta por Allan Roberts y Doris Fisher y doblada por Anita Kert Ellis, trata sobre una mujer llamada Mame a la que, como una Eva bíblica, se le atribuyen todo tipo de catástrofes e infortunios acontecidos en la historia de los Estados Unidos. En el contexto de la película en el que Gilda, el personaje que interpreta Rita, representa el prototipo de mujer fatal, Mame vendría a ser la propia Gilda advirtiendo a los presentes y especialmente al personaje que interpreta Glenn Ford que es una mujer que les hará profundamente desgraciados.
Rita Hayworth, en Gilda - GTRES
¿Fue Rita en la vida real como su más famoso personaje? ¿Quién era, en realidad, esa mujer que llegó a ser una de las actrices más célebres de su tiempo? ¿Por qué era de origen español?
En ocasiones, los sobrenombres pueden resultar paradójicos y sangrantes. Fernando de Aragón, excelente Rey, pero como buen monarca renacentista, despiadado y sin muchos escrúpulos, recibió el título de Rey Católico por parte del Papa Borgia, por el que es mundialmente conocido. El Rey más depresivo de nuestra historia, Felipe V, fue apodado «el Rey animoso» y así, Rita fue conocida como «la Reina del amor», siendo, posiblemente, la celebridad del siglo XX que menos suerte tuvo con los hombres, comenzando por su padre.
Aunque empezaré esta historia un poco antes, con un sevillano de Paradas, hijo de un criador de caballos de origen sefardí, que se volvió un enamorado del flamenco. Se llamaba Juan Antonio Anselmo de los Dolores Cansino Avecilla y fue el primero de su familia en dedicarse profesionalmente al baile. De hecho, llegó a abrir dos academias. Una en Sevilla y otra en Madrid. Antonio Cansino, aparte de emprendedor fue también un buen guitarrista y, de hecho, tocó para algunos de los más célebres artistas flamencos de su época. Antonio se casó con una paisana llamada Carmen Reina Montero con la que tuvieron nada menos que nueve hijos. El tercero de los cuales nacido en Castillejo de la Cuesta, en 1895, fue Eduardo, que seguiría los pasos de su padre y que junto con su hermana Elisa formaría un dúo de baile flamenco, con el que probaron suerte en Estados Unidos con el nombre de The Dancing Cansinos. En torno a 1919 Eduardo rehace el dúo con su pareja sentimental, con la que posteriormente se casaría, Volga Haworth, una atractiva corista de ascendencia británico-irlandesa, con la que tendrían tres hijos. La mayor, Margarita, nace en Nueva York en 1918. Curiosamente esta ascendencia hispano-irlandesa coincide con la de otro de los grandes actores actuales. Ramón Antonio Gerardo Estévez, más conocido como Martin Sheen.
Rita Hayworth, con su hija Rebecca WellesGTRES
Pero volviendo a los Cansinos, alrededor de 1927 se trasladan a California. Con el inicio de la gran depresión tendrán graves problemas financieros por lo que se vuelven a trasladar, esta vez, a Tijuana, donde Eduardo inicia a su hija Carmen, con solo trece años, en el mundo del espectáculo. Será este un periodo especialmente turbio en la biografía de la futura diva del celuloide por las relaciones incestuosas y los malos tratos por parte de un progenitor ambicioso y sin escrúpulos, que, en vez de escolarizarla, le obligaba a tener maratonianas sesiones de baile y le prohibía que le llamase padre en público.
Tampoco tuvo suerte con su primer marido, Edward C. Judson, un habitual de la noche angelina que se había dedicado a la venta de coches. Una jovencísima Margarita vio en él la oportunidad de escapar de su horrendo padre y Judson, consciente de la belleza y el talento artístico de su esposa vio en ella una inversión. Judson es quien convierte su melena castaña en pelirroja y quien le transforma el nombre utilizando el diminutivo de Margarita y cambiando el apellido paterno por el materno, al que añadirá una 'y'. También utilizará sus contactos para introducirla en el mundo del cine. Aunque ella, a través de su padre, ya había conocido alguna gente de esta industria que visitaba Tijuana, como el productor Darryl F. Zanuck y a españoles, como Conchita Montenegro, la primera actriz patria que triunfó en Hollywood, al diplomático y director de cine Edgar Neville o a Xavier Cugat, con los que siempre mantendría una buena relación. Todo ello desembocó en un contrato con la Columbia. A partir de entonces la joven bailadora Margarita Cansino se convierte en la estrella internacional Rita Hayworth y ello, a pesar de negarse a pasar por los aposentos de los Zanuck, los Cohn y demás 'Weinsteins' de la época, que no pudieron sabotear su carrera porque como dijo Frank Sinatra: «Rita Hayworth es la Columbia».
Gene Kelly y Rita Hayworth - GTRES
Su carrera brilló de manera fulgurante en los 40 y en los 50, para declinar luego, en parte por un prematuro alzheimer que le impediría recordar los guiones y que la llevaría a la tumba en 1987. Aunque sus principales papeles fueron dramáticos, su pasado como bailarina le permitió hacer también excelentes musicales. De hecho, Fred Astaire diría que, de todas las personas con las que había trabajado «nadie se aprendía los pases de baile más rápido que Rita». Pal Joey (1957) con Sinatra sería su último musical. Algunas de sus películas fueron rodadas en España, como Último chantaje (1961) o El fabuloso mundo del circo (1964). País que decía adorar, porque era, en sus propias palabras, «la fuerza de la sangre».
Pero, en su vida personal, Rita fue el caso opuesto al de Gilda. Fue ella, una persona tímida y cariñosa, aunque traumatizada por un padre tiránico y depravado, la que sufrió a hombres «fatales». Aparte del inmoral Judson, se casó cuatro veces más y tuvo dos hijas con dos de sus maridos, Rebeca con Orson Welles y Yasmine con el príncipe Alí Khan. También tuvo numerosos amantes como Kirk Douglas, Glenn Ford, Victor Mature o David Niven, pero como ella mismo decía, «los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan con Rita».
Fuente: El debate
Gilda
Esta escena es de Gilda (1946) película de cine negro en blanco y negro dirigida por Charles Vidor. Está protagonizada por Glenn Ford y Rita Hayworth en su papel característico de la femme fatale por excelencia. La película se destacó por la exuberante fotografía del director de fotografía Rudolph Mate, el vestuario del diseñador de vestuario Jean Louis para Hayworth (en particular para los números de baile) y la puesta en escena del coreógrafo Jack Cole de "Put the Blame on Mame" y "Amado Mio", cantada por Anita Ellis.
Sinopsis:
Johnny Farrell (Glenn Ford), un aventurero que vive de hacer trampas en el juego recala en Buenos Aires. Allí lo saca de un apuro Ballin Mundson, el propietario de un lujoso casino, que acaba haciendo de él su hombre de confianza. Un día, Mundson le presenta a su esposa Gilda. Su sorpresa no tiene límites: fue ella precisamente quien lo convirtió en lo que es: un ser cínico y amargado.
Curiosidades:
En enero de 1948, el Obispo de Canarias, Antonio de Pildain y Zapiáin, escribió esto:
“Enterados con profundo dolor de nuestra alma de que durante estos últimos días se ha venido proyectando en el Cine Cuyás de Las Palmas la película “Gilda”, gravemente escandalosa; ante las noticias que a Nos nos llegan de que existe el propósito de exhibirla en otros cines, tanto de pueblos como de la capital, velando por atajar el gravísimo mal espiritual que amenaza a muchas almas de nuestros ciudadanos, y en cumplimiento de uno de los más sagrados deberes de nuestro cargo pastoral, prohibimos la dicha película “Gilda” y os amonestamos, amadísimos hijos, haciendo saber a los empresarios que no la pueden exhibir, y a los fieles que no podrán presenciarla sin gravar su conciencia con pecado mortal. Si alguno hubiera que se mostrara rebelde, sepan que habrán de dar cuenta de su conducta ante el Tribunal de Dios”
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"Estuvo sólo tres días en cartelera, la prensa y la clase alta estaban vueltas locas, querían quemar a Luis Buñuel y todo lo que oliera a él.
Era 1950 y el cine mexicano estaba en su esplendor. El cineasta español Luis Buñuel ya tenía éxito, pero estaba enamorado de nuestro país. Grabada en Nonoalco, en lo que entonces eran los límites norteños de la Ciudad de México. Y tenía un propósito, una visión desgarradora de los niños de la calle en las grandes urbes. Aquellos de los que nadie habla, los que callan, los olvidados.
El poeta Octavio Paz escribió: “Pero Los Olvidados es algo´más que un filme realista. El sueño, el deseo, el horror, el delirio el azar, la porción nocturna de la vida, también tiene su parte. Y el peso de la realidad que nos muestra es de tal modo atroz, que acaba por parecernos imposible, insoportable. Y así es: la realidad es insoportable; y por eso, porque no la soporta, el hombre mata y muere, ama y crea”.
Su nombre original era La Manzana Podrida y en realidad, no tenía ningún nombre de peso, se tenía a Estela Inda, Miguel Inclán y Alfonso Mejía, además de un grupo de niños comandado por Roberto Cobo, un chico que había salido como extra en varias cintas y un día que audicionó para una película de Tin Tan se enteró que Buñuel estaba entrevistando para su nuevo filme. Hizo la audición y se quedó con el rol de “El Jaibo”.
Sin embargo, desde su inicio, la cinta tenía problemas, dentro y fuera. El productor Oscar Dancingers se opuso a que se incluyeran muchos detalles que resultaban amorales; Jorge Negrete, líder del Sindicato de Actores, quería evitar su grabación e instó a técnicos y camarógrafos a abandonarla; una de las peinadoras renunció por la escena en que la madre de Pedrito, le niega la comida.
Pedro de Urdimalas, escritor de la cinta al lado de Buñuel, pidió que su nombre no apareciera en los créditos y en la primera función privada que se hizo, Lupe Marí, esposa de Diego Rivera, y Bertha, esposa de León Felipe, reclamaron al director que era un miserable y lo que mostraba no era México. David Alfaro Siqueiros por su parte aplaudió el trabajo asegurando que Luis era un genio nacido para el cine.
Los Olvidados era la primera producción sería de Luis Buñuel y quería hacerlo todo al máximo de sus posibilidades. La filmó en 21 días entre el 6 de febrero y el 9 de marzo de 1950, pero aunque la cinta es posiblemente una de las más galardonadas de su cine, él solo recibió dos mil dólares por ella y no pudo participar en las ganancias de la misma.
Ante las críticas, Buñuel respondió durante una entrevista que estaba orgulloso de su filme “La libertad total no existe, yo jamás he sido libre, yo soy libre cuando cierro mis ojos y estoy conmigo mismo sin que sepa que ya estoy viejo. El sistema de inconformidad es esa tendencia a romperse la cabeza por recuperar la propia libertad, lo que es imposible, es por tanto una inconformidad permanente de la realidad exterior”.
En los albores de los 50, el presidente mexicano Miguel Alemán estaba planeando la industrialización en el país, para dejar atrás la agricultura como primera fuente de recursos de los nacionales, pero el cine estaba en su apogeo, por ello las reacciones ante la cinta eran tan violentas.
Se tiene registro de que algunos cines fueron destruidos por los asistentes al estreno en noviembre de ese 1950, los fanáticos salían furiosos. La llamada “Liga de la Decencia” intentó expulsar a Buñuel del país y aunque no lo lograron, el director si dejó el territorio.
A pesar de los múltiples problemas, Luis Buñuel estrenó su cinta en Europa y la crítica mexicana tuvo que aceptar la gran equivocación cuando el gran jurado del Festival de Cannes le dio el premio como Mejor Director en 1951.
¿Era para tanto?
La película tiene una trama dura, y a diferencia, por ejemplo de Nosotros los pobres no busca causar lástima sino presentar una realidad diferente a la que se creía que existía en el país.
La historia nos lleva por los barrios más pobres de la Ciudad de México, donde los niños de la calle son una plaga para las altas esferas de la sociedad. Jaibo (Roberto Cobo) es un adolescente que escapa de un correccional para reunirse con Pedro (Alfonso Mejía). En presencia de él, Jaibo mata a Julián, el muchacho que supuestamente le delató. También intenta robar a un ciego (Miguel Inclán) al que finalmente maltrata. Acompañados de Ojitos y Meche (Alma Delia Fuentes), el destino del Jaibo y Pedro están marcados por la muerte."
Fuente: Chismeate (facebook)
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Annie “Ancho” Choi es una joven y brillante artista cuyas maravillosas animaciones le valieron un trabajo para el famoso Studio Ghibli. Esta es una breve recopilación.
El viaje de ésta pareja comenzó en 1970 cuando se conocieron en un torneo de golf en Marruecos.
A pesar del desafío de estar junto un sex símbol, con muchos compromisos y una exposición pública permanente, Sean Connery y Micheline Roquebrune, se mantuvieron firmes, y se casaron en 1975.
Los unía el Amor, pese a ser tan diferentes.
Micheline, una talentosa pintora de ascendencia franco-marroquí, complementó la presencia carismática y legendaria de Connery con su propio espíritu creativo y naturaleza independiente.
Su relación de más de 45 años, fue de apoyo mutuo: ella estuvo a su lado durante su apogeo como James Bond y en sus últimos años cuando se retiró de la actuación. Connery a menudo hablaba de Micheline como su roca, y su amor se profundizó a lo largo de las décadas, incluso cuando envejecieron con gracia juntos
Imágenes de ellos en sus últimos años, sentados juntos en momentos tranquilos, cuentan la historia de una asociación que trascendió la fama y el tiempo.
Son imágenes de una pareja que irradia calidez y compañía, después del largo camino que recorrieron juntos.
Cuando Sean Connery murió en 2020, aquellos que lo admiraban recordaron la relación gentil y devota que compartía con Micheline, un testimonio del amor que se hizo más fuerte con la edad.
Grandes éxitos, épicos fracasos y presupuestos millonarios: la vertiginosa carrera de Ridley Scott
Cita:
Grandes éxitos, épicos fracasos y presupuestos millonarios: la vertiginosa carrera de Ridley Scott a los 87
La etapa tardía del legendario director, que se ha apuntado uno de sus mayores éxitos con ‘Gladiator II’, ha dejado sus películas más grandiosas pero también las que más han dividido a la crítica y a su público
El director Ridley Scott en 2024.
Karwai Tang (WireImage/Getty)
Jaime Lorite
Madrid - 04 DIC 2024 - 23:30 COT
Con 87 años recién cumplidos y un nuevo éxito de taquilla, el de Gladiator II, sumado a su imponente trayectoria, Ridley Scott (South Shields, Reino Unido) se puede permitir dar algún recado. Como Clint Eastwood, que también acaba de estrenar a los 94 otro largometraje en cines, Jurado nº 2, el cineasta británico ya ha dejado claro que seguirá rodando mientras viva y pueda, lo que en la gira de promoción de su último trabajo le ha servido, por ejemplo, para burlarse de Quentin Tarantino y decirle que debería “callarse y hacer otra película”, en respuesta al anuncio de su retirada (Tarantino tiene 61). El envite contra su colega no es lo más reseñable de la temporada 2024 de entrevistas de Scott. Después de terminar el año pasado proclamando que “los franceses no se gustan ni a sí mismos”, por las quejas galas hacia Napoleón (2023) o pidiendo a los historiadores “que se busquen una vida”, de la secuela de Gladiator (2000) ha confesado no saber si hubo tiburones en las nauas de Roma pero que decidió “ir adelante” de todas formas; o, a propósito de la escena de lucha de los númidas contra babuinos digitales, que se inspiró en el ataque de un babuino alopécico que presenció en Sudáfrica.
Sobre dirigir con casi noventa años, ha dicho que se siente como “en un coche de Fórmula 1″ yendo hacia adelante. Aunque quizá la más impactante declaración de la cosecha sea la de que considera Gladiator II “la mejor película” que ha firmado, como soltó en The Hollywood Reporter. Su último blockbuster se ha recibido con división de opiniones, pero hasta los más firmes entusiastas tendrán difícil no ver como una boutade la frase del director de Alien, el octavo pasajero. “Es una de las mejores”, retrocedía comedidamente después en la entrevista. “He hecho unas cuantas películas buenas”. Lo que no se le puede desmentir al británico es que, igual que el automóvil de competición con el que gusta de asemejarse, no para. En abril tiene previsto rodar en Italia una película de ciencia ficción con Paul Mescal que, desde su siempre hiperbólico prisma, asegura que cuenta con “el mejor guion” que ha leído en una década. En septiembre pondrá en marcha un biopic de los Bee Gees. Y ya habla de un tercer Gladiator, con un hipotético argumento inspirado en El Padrino: Parte II (1974).
Ridley Scott en el rodaje de 'Black Rain'.
Sunset Boulevard (Corbis via Getty Images)
Su ritmo prolífico, incluso intensificado en los últimos años, no se ha visto correspondido con brillantes críticas. Más bien al contrario. A las modernas películas de Scott –entre las que se encuentran algunas de las más caras de toda su carrera– no les falta ambición, aunque el carácter resolutivo del cineasta, tan dado a tirar por la calle del medio frente a cualquier duda, crea en estas superproducciones una extraña sensación por el desequilibrio entre la escala y el desdén con el que parecen acometidas. El propio director de fotografía de Gladiator II, John Mathieson, un viejo conocido de Scott con quien llevaba sin colaborar desde Robin Hood (2010), ha criticado su actitud: en el podcast The Doc Fix cargó contra su jefe acusándolo de “vago” e “impaciente”, por cubrir las escenas con multicámaras para rodar de golpe todos los planos en la menor cantidad de tomas posibles. “No es algo bueno para la fotografía, porque solo puedes iluminar desde un ángulo. Si ves sus películas antiguas, la profundidad [visual] se debía en gran parte a la iluminación. Pero él solo quiere quitárselo de encima”, lamentaba.
El escritor y ensayista cinematográfico Jorge Fonte, autor del monográfico Ridley Scott (Cátedra, 2016), comparte ese desencanto con su trabajo actual. “Sinceramente, no he visto Gladiator II porque me da miedo, respeto y mucha pereza. Tuve la suerte de concluir el libro con Marte [2015], que es, a grandes rasgos, la mejor de la última etapa”, reconoce a ICON. “Sí que vi la versión de Napoleón que estrenó en cines, no la extendida, que me dio también un poco de pereza, y me aburrió mucho. Cuando ves a Napoleón bombardeando las pirámides [de Egipto], desconectas. La historia no está bien contada y Joaquin Phoenix parece que se tomó un ácido antes de rodar. Entre batalla y batalla te duermes, te despiertas con los cañones”. Sobre el sonado disparo a las pirámides en Napoleón, Scott defendió que narrativamente “era una manera rápida de decir que tomó Egipto”.
Fonte señala que “a lo largo de su carrera, siempre ha tenido muchos altibajos, películas inmensas y otras que podría habernos ahorrado”, aunque le llama la atención el diálogo entre el Scott del presente y el actual ecosistema industrial. ¿Un maestro churrero de proyectos de 200 millones de dólares ideal para la era del contenido? “Hay un consumo cada vez más rápido de películas y series, tal es la avalancha que se nos viene encima. Se están produciendo a un ritmo excesivo, llegan a plataformas y las olvidamos. De Ridley Scott hay películas recientes suyas que es como si nunca las hubiese visto. Todo el dinero del mundo [2017] y La casa Gucci [2021] son casi iguales. Y El último duelo [2021] me pareció demasiada película para tan poca historia. No necesitaba dos horas y media para eso”.
Restaurando el sueño de Marco Aurelio
Ridley Scott, que comenzó su carrera como visionario director de ciencia ficción y hábil conocedor del lenguaje publicitario, ha visto su nombre mucho más asociado en la segunda mitad de su vida a las megaproducciones épicas. Aunque la ambientación histórica siempre le interesó, como prueba la película con la que debutó, Los duelistas (1977), o su defenestrado relato de la llegada de Colón a América en 1492 La conquista del paraíso (1992) –que, según ha revelado hace pocas semanas, quiere reestrenar con un nuevo montaje de cuatro horas–, el gigantesco éxito del primer Gladiator le convirtió en el hombre que refundó el péplum. Junto a El Señor de los Anillos (2001), la película de Scott sentó las bases del cine espectáculo del siglo XXI e inauguró una nueva edad de oro para la aventura épica, a la que volvería con desiguales resultados en El reino de los cielos (2005), Robin Hood (2010) o Exodus: Dioses y reyes (2014).
Andrew B.R. Elliott, investigador británico que estudia la representación del pasado en la ficción, coordinó y editó en 2014 The Return Of Epic Film: Genre, Aesthetics & History In The 21st Century (El retorno del cine épico: Género, estética e historia en el siglo XXI), libro donde indagaba en las razones de ese resurgimiento. “Scott consigue evocar el espíritu del pasado, no solo un mundo pasado. Su Coliseo trae a la vida la Antigua Roma de una manera que una visita real al auténtico Coliseo no puede lograr. El ojo pictórico de Scott tiene un gusto en la puesta en escena que hace difícil descartar lo que vemos como un pasado remoto, sino algo vivo, que respira y que está ahí”, explica a ICON. Elliott cree que las olas del cine épico de Hollywood representan el paso a la edad adulta de los directores de diferentes generaciones, aludiendo, en el caso del responsable de Gladiator, a la herencia de Anthony Mann, William Wyler, Giovanni Pastrone o Cecil B. DeMille: “Hay algo de autobiográfico en ese instinto. El retorno a la épica en los dos miles marca la madurez de directores que recrean las producciones épicas de su juventud en los cincuenta y sesenta, que a su vez homenajeaban las de los años veinte y treinta, y así sucesivamente”.
Además del consabido “eco en la eternidad” al que aludía el personaje de Russell Crowe, no es difícil detectar reflejos contemporáneos en las dos películas de Gladiator, crónicas del ocaso de un imperio decadente, marcado por la corrupción, las desigualdades, la tiranía y el panem et circenses. Elliott, no obstante, no cree que el sentido del zeitgeist sea la clave del triunfo de Scott. “Creo que ese tipo de afirmaciones yerran el blanco. El reino de los cielos es un buen ejemplo: por supuesto que una película de 2005 centrada en las Cruzadas inevitablemente tendrá que ver (y se consumirá) con los conflictos contemporáneos en Oriente Próximo, pero casi todas las películas anteriores sobre las Cruzadas tienen también resonancias con su tiempo. Cualquier reflexión sobre el pasado, si es buena, las tiene”. Para Jorge Fonte, la gran aportación del cineasta a la épica ha sido su celo en las recreaciones: “Antes veías a Richard Burton y parecía que venía del tren de lavado, ni se despeinaba peleando. Ese realismo en los elementos de las batallas, en las que te ensucias de barro, sangre, nieve… es algo que agradecerle. La visión que tenemos ahora de la Roma imperial viene muy marcada por él”, dice a ICON.
No se puede desligar de la identidad artística de Scott, asimismo, la del también británico Stanley Kubrick, cuyo Espartaco (1960) es una de las influencias más evidentes de Gladiator. Cuando se embarcó en Napoleón, hubo quien interpretó el movimiento como una enmienda al legendario cineasta, otro todoterreno capaz de abordar exitosamente producciones bélicas, históricas o de ciencia ficción que, sin embargo, nunca cumplió su sueño de sacar adelante un largo sobre Bonaparte. Crítica y público se sorprendieron (algunos, para muy mal) al encontrarse el pasado año una película de registro cercano a la comedia, un retrato ridículo del emperador que se vuelve todavía más grotesco en la superior versión extendida de tres horas y media. Para alguien que, paradójicamente, ha hecho de los presupuestos altísimos y los decorados monumentales un hábitat natural, Napoleón dejaba intuir que Ridley Scott no sentía nada especial por la ambición ni las gestas extraordinarias como fin en sí mismo, compatibles, al término del día, con ser un hombre tan patético y triste como su protagonista. En lo que casi podía leerse como un comentario intertextual, donde Kubrick o Abel Gance colapsaron antes de completar la empresa, Scott relativizaba su importancia.
Por la velocidad a la que despacha encargos y el desconocido grado de implicación en los guiones de sus películas (ha admitido que interviene, pero sin recibir crédito por no pertenecer al sindicato), sería osado apuntar a discursos autorales de los que extraer cómo y qué piensa Ridley Scott, aunque Napoleón ofrece una ventana sugerente a un cierto cinismo amargo. En un perfil en The New Yorker con motivo de su penúltima película, se aludía a otra cuestión fundamental para entender al cineasta en los últimos años: el suicidio de su hermano, el también director Tony Scott, en 2012. Momentos antes de que se quitase la vida, el hombre tras Alien y Blade Runner supuestamente había intentado animar por teléfono a su familiar para que trabajase en una nueva película, a fin de vencer el bache anímico. “Ridley me dijo una vez que toda su vida le ha perseguido una depresión profunda. La llama el perro negro, que es como la nombraba Churchill. Dice ‘Si paro, me hundo”, declaraba el biógrafo Paul Sammon.
Gladiator II le ha dado la mayor apertura comercial de su carrera en todo el mundo y supera los 320 millones de dólares acumulados. La nave sigue avanzando, lejos de sus críticos, lejos del perro negro. Y quien tenga reservas con la calidad de su última etapa siempre puede acudir a lo que recordaba en The Guardian el columnista Stuart Heritage: “La buena noticia de que tenga más proyectos es que habrá más entrevistas a Ridley Scott”.
Por qué los Oscar de 1972 siguen siendo uno de los mejores de la historia
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Por qué los Oscar de 1972 siguen siendo uno de los mejores de la historia
Actualizado: Oct 11, 2024, 09:20
Echando la vista atrás, los Oscar de 1972 parecen una cápsula del tiempo de un Hollywood cambiante. Los Oscar de ese año fueron algo más que una ceremonia de entrega de premios, fue una deslumbrante celebración del cine que captó la esencia de una época pasada.
En los últimos años, he tenido la sensación de que los Oscar se han vuelto más sosos y aburridos. Parece que se trata más de presumir que de celebrar realmente a los demás y sus logros. La alegría genuina y el orgullo por el éxito de los demás parecen haberse desvanecido, haciendo que la ceremonia parezca menos auténtica y memorable de lo que solía ser.
Raquel Welch and American football player Joe Namath attend the Academy Awards together, Los Angeles, California. (Photo by Fotos International/Getty Images)
En mi opinión, los Oscar de 1972 fueron algo completamente diferente. Esa noche tan especial estuvo llena de momentos inolvidables que pusieron el listón muy alto para todas las ceremonias de los Oscar posteriores. Volver a esa noche es como entrar en una cápsula del tiempo de la época dorada de Hollywood, y las fotos inéditas de esa noche cuentan una historia de puro glamour y poder de las estrellas. ¿Qué hizo que los Oscar de 1972 destacaran sobre los demás?
Un año histórico
Para empezar, la 44ª edición de los Premios de la Academia reconoció algunas de las mejores películas de la historia del cine. The French Connection dominó la noche, llevándose a casa cinco Oscar, entre ellos el de mejor película, mejor director para William Friedkin y mejor actor para Gene Hackman, quien encarnó al detective de la policía de Nueva York Jimmy «Popeye» Doyle.
El realismo descarnado de la película y sus intensas persecuciones automovilísticas establecieron un nuevo estándar para las películas de suspense, y su éxito en los Oscar consolidó su lugar en la historia del cine. Era una película real, con actores reales y una historia realmente buena, algo que se echa en falta hoy en día.
«La película era totalmente diferente a todo lo que había hecho hasta entonces. Nunca había rodado tanto en exteriores, y especialmente en invierno y en esas condiciones en las que estábamos todo el tiempo. Y creo que nunca me había sentido tan presionado por un director, lo que fue muy bueno para mí», dijo Gene Hackman.
Gene Hackman estaba tan conmocionado al ganar el premio que ni siquiera recordaba haberse levantado de su asiento para dirigirse al podio. En el escenario, el actor expresó su gratitud a su primer profesor de arte dramático y a su madre, pero pronto se vio desbordado por la emoción.
Otra obra maestra, La naranja mecánica, también fue nominada ese año. La visión distópica de Stanley Kubrick suscitó controversia y admiración, lo que contribuyó a la importancia cultural de la ceremonia. Por su parte, El violinista en el tejado devolvió al público al género musical, encandilándolo con su arrolladora partitura y su conmovedora historia.
The Last Picture Show, la obra maestra de Peter Bogdanovich, cautivó al público y obtuvo ocho nominaciones al Oscar. Destaca su evocadora fotografía en blanco y negro y su nostálgico retrato de la vida en un pequeño pueblo. Cloris Leachman y Ben Johnson ofrecieron interpretaciones inolvidables y se llevaron sendos Oscar a la mejor actriz y actor de reparto.
Los Oscar de 1972 supusieron un deslumbrante retorno al brillo y el glamour de la época dorada de Hollywood.Atrás quedaron las plumas, los flecos y las diademas hippies que habían dominado las últimas ceremonias. La gala de este año mostró un impresionante despliegue de elegancia vintage, con estrellas ataviadas con vaporosos chifones y lujosos brocados, acentuados con diamantes y pieles.
Rebecca De Mornay during 44th Annual Academy Awards at Dorothy Chandler Pavillion in Los Angeles, California, United States. (Photo by Ron Galella/Ron Galella Collection via Getty Images)
Como señalaron algunos periodistas, no hubo ni un solo traje de chaqueta a la vista, aunque Jane Fonda se atrevió con uno de los pocos trajes de pantalón de la alfombra roja. Un reportero también señaló que muchas de las damas mostraron «mucho escote», lo que contribuyó al glamour de la velada.
Protestas
Como siempre, la zona exterior del Music Center de Los Ángeles estaba repleta de aficionados deseosos de ver el desfile de estrellas que se dirigía a la ceremonia de entrega de premios. Sin embargo, la emoción estaba teñida de tensión, ya que se produjeron protestas en las inmediaciones, algo habitual en aquella época. Los manifestantes, bastante ruidosos, fueron contenidos por un cordón policial.
Ese año, las protestas se centraron en Harry el Sucio, de Clint Eastwood, que, a pesar de no estar nominada a ningún premio, fue criticada por glorificar supuestamente la violencia policial. Un cartel especialmente llamativo rezaba: «Harry el sucio es un huevo podrido».
Sin camiseta y cubierto de cadenas
La música desempeñó un papel importante para que los Oscar de 1972 fueran inolvidables. Isaac Hayes hizo historia como el primer afroamericano en ganar un Oscar a la mejor canción original por su éxito «Theme from Shaft», llevando la música soul a los Oscar de una forma que nunca antes se había hecho.
Su electrizante actuación en el escenario fue uno de los momentos culminantes de aquella noche de abril. El icono, descamisado y encadenado, dominó el escenario mientras tocaba el teclado, rodeado de un torbellino de bailarines. El espectáculo alcanzó su punto álgido cuando Hayes desapareció bajo el escenario en una nube de humo, dejando al público boquiabierto. Fue un momento que realmente definió la magia de los Oscar.
La despedida de Betty Grable
Uno de los momentos más destacados de la velada fue la última aparición en público de la legendaria actriz Betty Grable. Betty Grable fue -y sigue siendo- uno de los gigantes de Hollywood. Su icónico póster en traje de baño, de 1943, la catapultó a la fama como la mejor chica pin-up de la Segunda Guerra Mundial. Pero Grable era algo más que una cara bonita, fue una actriz de gran éxito, y sus 42 películas de los años 30 y 40 recaudaron más de 100 millones de dólares.
A mediados de los años 40, fue la mujer mejor pagada de Estados Unidos, con un famoso seguro para sus piernas de un millón de dólares. Reflexionando sobre su increíble trayectoria en el cine, Grable dijo una vez: «Me convertí en estrella por dos razones, y me mantengo en ellas».
Betty Grable llegó con un llamativo vestido turquesa, bellamente acentuado con lentejuelas plateadas y con un elegante escote. Lamentablemente, los Oscar de 1972 supusieron una de sus últimas apariciones públicas, un momento agridulce para los fans que la adoraban. Desgraciadamente, falleció un año más tarde de cáncer de pulmón, a la edad de 56 años.
Un pionero frágil y de pelo blanco
Entre el conjunto de estrellas de la 44ª edición de los Óscar, una figura destacó por encima de las demás. En el momento culminante de la entrega de premios, de casi tres horas de duración, hizo una aparición sorpresa un pionero del cine, frágil y de pelo blanco. No era otro que Charlie Chaplin, expulsado de Hollywood y de Estados Unidos dos décadas antes tras ser acusado de simpatizar con el comunismo.
El momento fue increíblemente emotivo, ya que Chaplin recibió un homenaje por su contribución al cine. El actor, de 82 años, subió al escenario con su característico bastón derby, arrancando un atronador aplauso de las 2.900 celebridades asistentes.
Charlie Chaplin circa 1972 in New York City. (Photo by Images Press/IMAGES/Getty Images)
De hecho, la ovación duró 12 minutos, la más larga de la historia de los Oscar. Para los millones de espectadores, ver a este gigante del cine frente a ellos fue casi surrealista. Pero el momento más conmovedor lo protagonizó el propio Chaplin al recibir el premio especial de la Academia de Cine.
«Muchas gracias. Es un momento muy emotivo para mí. Y las palabras son tan débiles e inútiles. Gracias por el honor de invitarme aquí. Sois gente maravillosa y dulce», dijo el actor cómico inglés.
Veteranos y nuevos
Como ya se ha mencionado, la ceremonia de 1972 fue una celebración de la unión del viejo y el nuevo Hollywood. Estrellas legendarias como Jane Russell, Macdonald Carey y Jane Powell Kelly compartieron protagonismo con la generación emergente de actores como Jane Fonda, Jack Nicholson, Gene Hackman, Cloris Leachman y Raquel Welch.
La alfombra roja fue un despliegue de pura elegancia, con estrellas ataviadas con glamurosos vestidos y esmóquines que destilaban el encanto atemporal de la época dorada de Hollywood.
Jack Nicholson, Sally Kellerman (L) and Michelle Phillips attend the Academy Awards ceremony at the Dorothy Chandler Pavilion of the L.A. Music Center, Los Angeles, California, April 1972. (Photo by Max Miller/Fotos International/Getty Images)
Hay sin duda muchas fotos de esa noche que captan la atmósfera eléctrizante que se respiraba. Pero hay una foto que me llamó mucho la atención, la de Raquel Welch, Cloris Leachman y Gene Hackman juntos.
Gene Hackman tenía motivos para sonreír y estar feliz en esta foto, Cloris Leachman había ganado el premio a la mejor actriz de reparto por The Last Picture Show, y Raquel Welch estaba radiante con su impresionante vestido. En los Oscar de 1972, Welch no solo fue la presentadora del premio a la mejor actriz de reparto, sino también una representación de los cambiantes ideales de feminidad en Hollywood. Su confianza y glamour en la foto simbolizan un momento en el que las mujeres empezaron a afirmar su influencia en la industria.
Detrás de la imagen
Para mí, la fotografía resume no sólo un momento en el tiempo, sino también las carreras y contribuciones de tres figuras fundamentales de la industria cinematográfica. Cada uno de ellos representa una faceta diferente de la evolución de Hollywood. Por ejemplo, la actuación de Leachman destaca como símbolo del cambiante panorama cinematográfico de la época. Su victoria representó un cambio hacia historias más matizadas y centradas en los personajes.
La imagen de Hackman, Leachman y Welch también refleja los cambios culturales que se estaban produciendo a principios de la década de 1970. La industria cinematográfica se alejaba de los relatos tradicionales y adoptaba una narrativa más diversa, lo que era evidente en las películas nominadas ese año.
Raquel Welch, Gene Hackman and Cloris Leachman (holding her Best Supporting Actress Oscar) at the 44th Academy Awards in Hollywood, CA, April 17th 1972. (Photo by Keystone/Hulton Archive/Getty Images)
Ya sea a través del objetivo de la cámara o del eco de los aplausos, los Oscar de 1972 ocuparán para siempre un lugar especial en la historia del cine.
Que verde era mi valle es una obra maestra del cine. Rodada en blanco y negro en 1941 bajo la dirección de John Ford, fue galardonada con 5 oscars, derrotando a la famosa Ciudadano Kane.
Se trata de una obra costumbrista que describe las duras condicciones de vida de una comunidad galesa que padece la explotación económica minera tan frecuente de la época. El refugio que constituía la familia y los valores de la fe cristiana como base de la estructura social, se ven enfrentados a las nuevas corrientes auspiciadas en el cambio generacional y que producirá grietas irreparables. "¡Qué verde era mi valle! es una preciosa película, llena de humanidad, de amor familiar, de coraje, de determinación, una especie de oda a los valores morales. Una película que respira sensibilidad y ternura, que despierta admiración y un cierto hálito de nostalgia."
Como anécdota, esta película derrotó al "Ciudadano Kane" ganando el Oscar a la mejor película de 1941. Quienes deseen disfrutar esta película "Qué verde era mi valle", pueden verla en el siguiente enlace:
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