Curiosa reflexión que a la larga es cierta. Cada que Falcao aumenta su gloria, cada que marca un gol determinante, un pase inolvidable, una cabriola de fantasía, un quiebre de cintura demoledor, cada que se mete al área y busca ángulos imposibles, su gloria crece y con ella el apetito de los que quieren el diamante y están dispuestos a pagar lo que vale... y un poco más.

Y uno entiende a este Atlético, que hasta hace poco vivía de las glorias pasadas y padecía el presente gris, de equipo de segunda, menesteroso y como todo buen pobre, mercantilista a morir, incapaz de retener a una estrella porque el diario vivir no le daba para tanto.

El hincha adoró al "Kun" porque vieron en él la esperanza de salir de la mediocridad, pero el argentino brilló y se fue. Igual Forlán, mejor goleador de la liga cuando aún se podía ser humano con números humanos y no los de estos tiempos cuando la estratosfera es el techo de estos jugadores que parecen sacados de un cuento de ficción.

Por eso les da miedo amar a Falcao para que luego, como les ha sucedido en el pasado, deban llorarlo cuando se marche. Prefieren recordarlo como si ya se hubiera ido, prefieren grabarlo en su memoria, porque no hay nada que más asuste que ser feliz porque la ley de la vida dice que nada es eterno y que la tristeza también es necesaria quizás para valorar aún más la dicha.

Pero cada día trae su afán dice el refranero popular y no sabemos qué pasará mañana. Entonces lo mejor es gozar lo que tenemos ahora, porque así los recuerdos serán mejores. Quizás dolerán, pero también nos harán sonreír por la alegría desbordante que fuimos capaces de sentir en estos momentos mágicos, como el que hoy tienen los atléticos, con su Falcao.