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LIGA BBVAReal Madrid 0 Atlético 1

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ACTUALIZADO 27/02/201618:17
Jesé, Lucas Vázquez y Mayoral acabaron por ser los acompañantes de Cristiano en el ataque. No es precisamente el Madrid de Florentino. Es el resultado de su fracaso. Los gritos que pidieron la dimisión del presidente mientras el Atlético sometía en el campo a los futbolistas de blanco no fueron unánimes, es cierto, en parte porque muchos madridistas no soportaron hasta el final en su asiento. El orgullo dice basta. Hay algo peor que el reproche. Es la indiferencia. Este Madrid que fagocita entrenadores y en que el efecto Zidane es ya como la cerveza desbravada, que ha visto profanar el Bernabéu al Barcelona y al Atlético en la misma temporada, no puede esperar a ser correspondido por la Champions. Necesita una catarsis de arriba a abajo.

Como quiso y cuando quiso Simeone se estabilizó y se decidió el derbi, muy a su medida, que es aquella donde el espacio no existe salvo cuando yo quiero. Juntas sus dos líneas de cuatro, dejó sin metros a Isco y a James, el primero sin saber por dónde moverse, el segundo sin recordar quién era. El resto lo resolvía el Atlético con la presión sobre la salida de balón de los centrales o la caza de Modric. Eso basta para desactivar a este Madrid. Para matarlo todavía es necesario menos, porque su repliegue defensivo es sencillamente un desastre. Sólo se necesita amenazarlo de verdad, algo que el Atlético no hizo, intencionadamente, durante la primera media hora. Había que reservar las energías. Llegado el momento, Griezmann pensó todo lo que quiso, Filipe Luis pudo recibir y devolver como si estuviera en la azotea, al sol, y el francés finiquitó de forma administrativa, con la displicencia de un notario.

La respuesta de Zidane al pánico fue la cantera. Intuyó quizás algo de lo que llegaba al final de la segunda mitad, cuando Griezmann y Koke amenazaron de verdad a Keylor, algo que no había ocurrido en el tiempo anterior y no por la oposición del Madrid, sino porque el Atlético jugaba por entonces con el espacio, pero no con la pelota. A la lesión de Benzema reaccionó el técnico con la alternativa de Borja Mayoral, casi inédito en la primera plantilla, y al gol rojiblanco con Lucas Vázquez en lugar de un obtuso James. El último en salir fue Jesé, por Isco. El colombiano se retiró entre los amagos de pitos, mientras algunos aficionados pedían la dimisión de Florentino y otros les mandaban callar. El entrenador ya no es un dique para el presidente. Tanto ha debilitado ese rol que el público ya no lo considera. Ni siquiera aunque se llame Zidane, cuyo trabajo queda bajo mínimos tras este derbi, superado su equipo en todos los órdenes.

En todo lo que tiene que ver con lo colectivo fue mejor el Atlético, pero el drama para el Madrid, más allá de su entrenador, es que el equipo blanco tampoco encontró soluciones en la individualidad. Cristiano remató fuera o al portero, James apareció lento, sin confianza y pesado, Isco no compareció y los centrocampistas apenas pudieron sobrevivir en la tierra quemada por el Atlético. Modric vivió atormentado allá donde mandó Augusto, menudo mediocentro, y Kroos sigue despistado en un lugar que no es el suyo. Parece una de esas personas que llegan por primera vez a un aeropuerto. Lo más fácil es una misión imposible.

En la llamada a la cantera de Zidane podían adivinarse dos objetivos: la reactivación de la atmósfera, primero, y en consecuencia del juego, más efervescente, y su perdón después, porque no es lo mismo pitar a una estrella que a un meritorio. Subió el ritmo del Madrid, es cierto, pero sin la coordinación necesaria, con llegadas que no comprometieron en exceso a Oblak. Mayoral remató blando, mordido, y Cristiano lo hizo centrado. Más cerca habría estado del gol, seguramente, si el colegiado hubiera señalado un penalti de Gabi sobre Danilo, el mejor aunque lo hiciera a banda cambiada, en la izquierda. Ahí estaba una de las grandes bajas para Zidane. Acabar contra el Atlético sin Marcelo, Bale, Benzema, Isco y James, fuera por las razones que fuera, es hacerlo con un Madrid desfigurado.

Todo lo contrario sucede en el Atlético, en la clave que sea, con o sin el balón. Al Cholo se le atribuye una frase, un grito, cuando llegó al club rojiblanco: "¡La pelota, a la mierda!" Lo dijera o no, en el Bernabéu demostró que tiene registros para tratarla como quiera. Su planteamiento fue perfecto. Buscó primero la desesperación del rival mientras ahorraba energías en una semana muy complicada, después de jugar el miércoles en Eindhoven y llegar a Madrid en la madrugada del jueves. Lo reventó cuando salió de la cueva, con el vuelo de Saúl, Filipe Luis y Griezmann pensó todo lo que quiso, Filipe Luis pudo recibir y devolver como si estuviera en la azotea, al sol, y el francés finiquitó de forma administrativa, con la displicencia de un notario.