DeNunCianDo - Paula Andrea Betancourt Don Juan Julio 2009

El Cuento
UNO
Supongamos que se encuentra de vacaciones en una playa de arena blanca con pocas personas. Al frente está el mar, seis pájaros planeando, un velero que se mueve lento y un faro que no se mueve. Quítate las chancletas y haz que tus pies toquen por primera vez la arena tibia. Mira a los lados, busca una carpa. O no, no busques nada, deja que el sol te pegue directo, al menos por un rato. Nadie que se sienta digno de un escenario así va a ir a meterse bajo una carpa. ¿Por qué lo vas a hacer tú? ¿Quién eres? ¿Shrek? Mientras extiendes tu toalla azul en la arena blanca, piensa: "soy alguien que el mundo debe conocer"; piensa: "debo ponerme bloqueador factor 45"; piensa: "el fondo azul funciona en la televisión, de seguro que en la playa también".
Recuéstate en la toalla, saca un libro ligero -no es el momento de Foucault-, y usa tu mochila de almohada. Supongamos que el libro se trata de una mujer que, estando de vacaciones en la playa, tiene un orgasmo por primera vez. No es una mujer virgen, tampoco una mujer frígida. Mejor, acortemos la trama: había tenido orgasmos, algunos, no tantos, pero esta vez era distinto. Él -cuyo nombre no importa- le había enseñado una manera de controlar el placer sexual, que era comparable a inflar un globo de aire libidinoso hasta verlo reventar.
Y ¡pum!, la mujer revienta, en sentido figurado. La mujer revienta dentro del mar y produce una ola digna de un tsunami. Dijimos que era un libro ligero. Y también es un libro cuyo objetivo es hacerte sentir un globo desinflado y querer salir a buscar un poco de ese aire en esta playa. Para eso has venido. Reflexiona: ¿está todo bien?, ¿te hace falta algo? Sí, te hacen falta hombres: preferiblemente solos.
Supongamos que él se llama Jorge y que se acerca a ti con una excusa poco creíble: "¿Tienes fuego?". No lo mires, nadie que se acerque a ti con esa línea merece que abandones tu lectura, que te acomodes de lado y que, usando tu mano de visera, contestes: "Tengo todo el fuego que quieras". Chasquea los dedos, haz que Jorge mute en un columna débil de humo y que, en su lugar, aparezca Juan. Juan se te acerca impelido por tu belleza imponente. Repite en tu mente: belleza imponente. Juan se agacha a tu lado, su cuerpo enorme se interpone entre el sol y tú. Apóyate en el codo derecho y usa la mano izquierda para sacar un mechón de pelo de tu frente. Lee en su camiseta la siguiente frase: "The love you take is equal to the love you make". Piensa: "Beatles".
-¿Sabes por qué el mar es salado? -pregunta Juan-. Niega repetidamente con la cabeza, y trata de que en ese movimiento él note la flexibilidad de tu cuello; uno nunca sabe para qué puede servir un cuello. Juan dice: "Porque tú te quedaste con toda su dulzura". Sonríe, siente que el globo empieza a inflarse, que alguien te sopla por el ombligo. Mira a los lados: divisa una carpa roja y vacía, con una estera que parece cómoda. Todavía no la señales, todavía no le preguntes si quiere compartirla. Debe haber otras carpas rojas con esteras cómodas más adelante, a lo largo de la playa. Míralo a los ojos y con una sonrisa ladeada en la que sea difícil leer tus intenciones, dile:
-¿Caminamos un rato?

DOS
Mientras caminan por la orilla, roza cada tanto su brazo con el tuyo. Cada vez que lo hagas baja la cara, simula buscar algo en la arena -una idea para una conversación, una excusa para agacharte y sacar cola, una botella con un mensaje: "Soy tu orgasmo: ¡pum!"-, y observa cuidadosamente su entrepierna. Habla de otras playas. Cuéntale de esa vez que estuviste en Punta del Este y conociste a Mick Jagger. "Odio a Mick Jagger", dice Juan. Háblale de esa vez que estuviste en Málaga y comiste "pescaítos" frescos a la orilla del mar; dile que en ese mismo viaje llegaste a Barcelona y descubriste que las turistas suecas eran todas putas. Dile que te gustó más el Mediterráneo, aunque el agua sea más fría y no haya suecas sino inglesas, que son todavía más putas. Y que la Costa del Sol no te gustó nada porque -aunque no había ni suecas ni inglesas- todos los bañistas eran unos viejos decrépitos. Explícale: "Viejos bronceados con dientes de oro, viejos bronceados con gorras de terciopelo, viejos bronceados con tetas flácidas". Evita hablarle del francés con quien te encamaste en el hostel de Sevilla. Trágate la bola de lasciva... perdón, de saliva, que se te forma en la garganta no más de acordarte. No te relamas, se ve mal.
Vuelve a rozar el brazo de Juan y dile, para concluir, que habrías querido quedarte para siempre recorriendo las playas de Europa, pero que estabas sola y se acercaba el invierno y las playas no sirven para nada en invierno: mucho menos en el invierno europeo. "Odio Europa", dice Juan. Y ahora trágate el bache de silencio que sucederá a su comentario.
"¡Brasil! -di, espontánea-, ¿para qué ir a Europa si Brasil está más cerca?". Juan mira la arena, te parece que está buscando un cráter en el suelo para zambullirse y escaparse. Di: "Una vez estuve en Abricó, una playa nudista en Rio de Janeiro". Detente, hazte un moño en el pelo y acaríciate la nuca:
-Lo que más me gusta en la vida es estar desnuda.
Nota cómo cambia su expresión, su mirada busca tu cuello, desciende, sube y baja la curva de tus tetas y vuelve a descender. Juan se muerde los labios. Busca sus ojos: se le cayeron en tu pareo; pónselos de vuelta. Deja que se acerque, deja que huela tus ganas de lamerlo todo. Deja que se haga ideas y que respire lento y cuando esté muy cerca, a punto de tocarte, di: "¿Seguimos?". Da el primer paso y otra vez mira, disimulada, su entrepierna. Comprueba que ha crecido.
Mientras caminan por la orilla piensa: "la luz del sol me hace apetecible". Piensa: "si yo fuera él querría darme un beso". Corrígete: "querría darme todo". Pon el foco en él: "¿y a ti, a qué playa te gustaría ir?". Deja que tome tu mano, deja que se te adelante y se atraviese en tu camino, de frente. Detente justo después que tus tetas se estrellen contra su pecho. Di: "ups". Sostenle la mirada y deja que sus dedos descienden por tu espalda. "A Providencia", dice Juan. Contéstale: "Estamos en Providencia". "Por eso", dice Juan. Siente sus manos posarse en tus nalgas, ruega que te apriete un poco, que te acerque a él y que, mientras tanto, te diga al oído: "divina Providencia". "Divina Providencia", te dice Juan al oído, sus manos están donde querías que estuvieran. Deja escapar un suspiro. Piensa: "divina Providencia". Mira a tu alrededor y descubre una carpa roja con una estera que parece cómoda. Ladea la cabeza en dirección a la carpa y, ahora sí, dile:
-¿Vamos?

TRES
Una vez bajo la carpa roja, calla. Deja que él lleve la voz cantante. Asiente cuando te pregunte si te gusta bucear, incluso si nunca buceaste. Acércate más. Su dedo corazón dibuja en la arena un paisaje abstracto. Piensa: "es un artista". Juan llama al hombre de la neverita de icopor que vende medias de ron. El hombre se agacha frente a ustedes y muestra una sonrisa desdentada; lleva puesta una camiseta vieja con una foto de Paula Andrea Betancourt. Lee: "Señorita Colombia 1992-1993". Piensa: "es perfecta". Pero no lo digas. Convengamos en que eres una belleza imponente, pero no eres Paula Andrea Betancourt. Convengamos en que no necesitas recordártelo, ni tampoco a Juan.
-¿Quieres? -Juan te sirve un trago de ron-. Asiente distraída, como si te diera lo mismo. Tómate de una el primer trago, deja que sea doble. Siente el líquido caliente bajando por tu garganta, llegándote a la barriga y bajando hasta encenderte los dedos de los pies. Cambia de posición: ponte de lado, como una sirena, y juega con tu pelo. Juan se sienta y te mira: sonríele, decidida. Te encanta Juan, te encanta la playa. Tomate otro ron, sírvele uno a él, y cuando eche la cabeza hacia atrás para tragar, admira su nuez de Adán. Controla tus ganas de saltarle encima y comértelo de un bocado. Toma precauciones: pregúntale por sus amigos; que si no se van a molestar porque él se quedó atrás.
-¿Qué amigos?
Dile que pensaste que estaba con otra gente, amigos y amigas, por eso se te ocurrió que podían compartir una carpa. Dile, sugerente: "Es una carpa muy grande". Él te dirá que vino solo y acercará sus labios a tu oído para acotar: "Pero podríamos venirnos juntos". Es el momento de entrecerrar los ojos. Agárralo por el cuello de su camiseta Beattle y atráelo hacia ti. Bésalo. Di: "mmm". Abre un ojo y comprueba que los de él estén cerrados, comprueba que esté entregado, comprueba que sea tan lindo como crees que es. Respira hondo el aliento a ron que sale de su boca, la sal del mar, la brisa tibia, tu propio aliento. Escucha a lo lejos un conjunto vallenato, escucha risas que lo acompañan. Recuéstate en la estera. Prepárate para la siguiente lección.

CUATRO
Supongamos que las manos de Juan escudriñan bajo tu pareo y las yemas de sus dedos ascienden por tus muslos como ese juego de la hormiguita buscando su casita y... "Espera", dices. "¿Por qué?", dice Juan que ya está encima tuyo y hace movimientos ondulados con su cuerpo. Tu pareo vuela y sientes con más firmeza las ganas de Juan. Las ganas de Juan se reparten entre sus labios, sus dedos y su... "Espera", vuelves a decir. Juan se detiene. La estera se ha replegado o encogido y ahora sientes la arena incrustada en la espalda y el pelo. Nunca lo has hecho sobre la arena, el cuerpo te pica. Estás incómoda. Incómoda y caliente: estás en un dilema. Mira afuera de la carpa: una mujer simula leer una revista, pero en verdad los mira a ustedes con desaprobación. Tus ojos se cruzan accidentalmente con los de ella y ella, en vez de esquivarte, te sostiene la mirada: "Pe-rra", te parece leer en sus labios mudos. Di: "Vamos al agua". Juan se levanta, en su pantaloneta azul ha crecido la carpa del Circo de Moscú. Míralo y sonríe: eso le va a gustar.
Toma su mano derecha con tu mano izquierda y con la otra sacúdete la arena de los muslos, la cola, la espalda. Asegúrate de que Juan te mire, se muerda los labios y diga: "Estás buenísima". Contéstale con un beso suave pero intenso. Deja que te atraiga hacia él. Siente el sol en la cara. Pasa por al lado de la mujer mirona y, aunque ella no se entere siquiera, piensa: "Perra tu madre". Mientras caminan hacia el mar recuérdate a ti misma: "Soy un globo a punto de reventar". Y mira fijamente el horizonte.