Nada Al amor llegué con un grito de seda y puse las dos mejillas, el cuerpo y la conciencia. Nada quedó de mí, ni siquiera una carta, ni siquiera un espejo en donde reconocerme. Mas aprendí a pasar por el ojo de la aguja, es decir a perdonar sinceramente. A dejar la piel en el alambre, a dolerme desde los pies a la cabeza. Lo perdí todo. Y cuando entendí que no sabía defenderme de la gente, respondí con una bofetada de ternura, porque yo sé que sólo los dulces heredarán la tierra. |
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