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Ayudante De Santa
06-11-2015, 22:19:08
Los mejores licores
Heráclito
06-03-2015, 00:09:20
Un divertido artículo con la verdad a cuestas.

Lo bueno de la guerrilla

Por: Lucas Ospina, Jue, 2015-03-05 19:39

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Se habla tan mal de la guerrilla, que algo bueno debe tener, en especial las F.A.R.C., o las F.A.R., como las llama el presidente, perdón, ex presidente Uribe; mediante un gazapo verbal que aparenta una mala dicción, propia de su pretendido carácter cerril y provinciano —que le da tan buenos réditos con un amplio sector de la población colombiana—, el ex presidente, gracias a las astucias del lenguaje tan propias de la genialidad comunicativa de este loco del poder, resta una “c” y le quita el tapete geográfico a esa “fuerza armada revolucionaria”.

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¿Y qué tienen de bueno las F.A.R.C?

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Al parecer la guerrilla es mala, tan mala que ahora no se sabe si meterla a la cárcel o no, si perdonarla o autoperdonarnos todos, o si dejarla hacer política en vista de que si “la guerra es la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz), la política puede ser la continuación de la guerra por otros medios. Al menos esto fue lo que se hizo en el Siglo XIX en Colombia, con tanta pequeña guerra que hubo. A esas guerrillas decimonónicas, fueran conservadoras o liberales, del bando o estirpe caudillista que las hubiera originado, fueran atroces o corteses, o cancillerescas en sus élites y estratégicamente bestiales en sus bases, se les ofreció control territorial y estatal a cambio de la paz, una negociación de perdón y olvido tan, pero tan efectiva, que hasta hoy pocos recuerdan que en el ADN de los partidos actuales, y de muchas de las familias de abolengo entroncadas en el statu quo colombiano, hay guerrilleros (o tatatarabuelitos paramilitares para decirlo con ternura).

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Bien que a la guerrilla actual se le ofrezcan instancias de representación política para que deje de usar las instancias violentas e irremediables de la presentación armada, que pasen de las balas, las minas, la extorsión, el crimen y el reclutamiento forzado, al juego de la democracia. De este gran paso para la guerrilla, de la lucha armada a la vida civil, da cuenta el escritor Horacio Martínez Moya en un pequeño fragmento de su novela El Asco, Thomas Bernhard en San Salvador:

“Y lo peor son esos miserables políticos de izquierda, Moya, esos que antes fueron guerrilleros, esos que antes se hacían llamar comandantes, ésos son los que más asco me producen, nunca creí que hubiera tipos tan farsantes, tan rastreros, tan viles, una verdadera asquerosidad de sujetos, luego que mandaron a la muerte a tanta gente, luego que mandaron al sacrificio a tanto ingenuo, luego que se cansaron de repetir esas estupideces que llamaban sus ideales, ahora se comportan como las ratas más voraces, unas ratas que cambiaron el uniforme militar del guerrillero por el saco y la corbata, unas ratas que cambiaron sus arengas de justicia por cualquier migaja que cae de la mesa de los ricos, unas ratas que lo único que siempre quisieron fue apoderarse del Estado para saquearlo, unas ratas realmente asquerosas, Moya, me da lástima pensar en todos esos imbéciles que murieron a causa de estas ratas, me produce una tremenda lástima pensar en esos miles de imbéciles que se hicieron matar por seguir las órdenes de estas ratas, en esas decenas de miles de imbéciles que fueron a la muerte entusiasmados por seguir las órdenes de estas ratas que ahora sólo piensan en conseguir la mayor cantidad de dinerito posible para parecerse a los ricos que antes combatían, me dijo Vega.”

La diatriba de Martínez Moya es una caricatura, media verdad o verdad y media. Pero, ¿lo bueno de la Guerrilla estará por venir tras su desmovilización?

Sin la ecuación de la lucha armada tal vez las facciones políticas que no han llegado a la presidencia, y que han sido asociadas, por lo “izquierdosas”, a la guerrilla, logren tener más arraigo; de ahí la jugada del discurso “derechoso” de traducir el “coco” de la guerrilla al término más cercano en el tablero geopolítico de la región, el “castro chavismo”, y de graduar a cualquier fuerza de oposición o gobierno futuro bajo ese espectro que tanto asusta, sobre todo a un amplio sector de la clase media y la clase alta.

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Es claro que sin el sambenito de la guerrilla algo va a cambiar en la izquierda, o en el centro izquierda, o en la social democracia, o en la social bacanería, o como se quiera llamar a cualquier fuerza no contenta con el estado actual del contrato social. O tal vez todo cambie para que todo siga igual, y veamos políticos inspirados en el congreso, los concejos, las alcaldías y las gobernaciones que tomarán decisiones que ningún derechista habría de tomar para convertirse en el blanco de los grandes medios periodísticos cuando emparentan su agenda noticiosa con el interés de todos esos poderosos que temen perder los privilegios —y el poder— adquiridos en alianzas antiguas que solo los “izquierdosos”, al parecer, quieren revisar. Un avance social: a los "izquierdistas" ya no los matan como a los más de tres mil militantes de la UP, ahora se les decreta una "muerte política" en la picota pública de las cortes de justicia y los medios. Y tal vez entre estos mismos políticos veremos a disidentes tan inspirados como incompetentes para administrar, llenos de soberbia y caudillismo, incapaces de trabajar en equipo, voluntariosos, mesiánicos, tercos para aceptar ideas sensatas solo porque provienen de la facción política opuesta.

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Tal vez lo que quede sea solo un plato típico del “canibalismo de izquierda”, una comunidad de individuos negados para armar una sola fuerza capaz de dar un golpe electoral que logré una variación política radical y que le cambie el cauce al flujo atrabiliario del capital. A fin de cuentas, en todas las otras facciones todas las partidas se arreglan y componen con dinero, untando el estiércol del diablo aquí y allá, pero cuando la pelea es de ideas, de altruismos y de ver quien es más santo que quien, no hay cheque o contrato por debajo de cuerda que lime asperezas y ponga a andar la aplanadora política (la corrupción como factor de cohesión nacional).

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Lo bueno de la guerrilla de pronto solo está en su estado actual y no en la promesa del movimiento político. Pero, ¿qué de bueno tiene la guerrilla en Colombia?

La guerrilla nos recuerda que hay una realidad por fuera de la ciudad, más allá de la finca de recreo, del ecoturismo o de la carretera con los soldaditos como postes que saludan dando parte de tranquilidad. Esta misma guerrilla que jode a los campesinos y se lleva a sus hijos, por obligación o por atracción, es lo único que nos echa en cara a los urbanos cosmopolitas una incierta —y cada vez más remota— realidad rural, es un cáncer que indica un desbalance en la química del cuerpo nacional. La guerrilla es un mal que ha insistido sobre las falencias del Estado por fuera de las ciudades, en el campo que ahora estará peor, porque todo indica que esa vida de algunos cientos de miles de campesinos es un lujo que esta sociedad no se puede dar. El futuro estará en la educación, así sea en tabletas sin internet, o con un plan de datos amarrado a un facebook que datea al mejor postor, pero no en organizaciones de base como los cabildos, chagras, cooperativas, reservas o asociaciones campesinas, que hoy por hoy son un ornamento pluralista que impide el desarrollo pleno del gran capital en esas zonas y que insiste en darle garantías a unos cuantos chancletudos en una zona donde la tradición es la bota feudal. Además, estas iniciativas civilistas para este pequeño 20% de rurales le resta recursos al tipo de seguridad que de verdad nos importa al 80% de los colombianos: que no nos roben el celular en la calle de un gran municipio o ciudad.

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La vida del campo es dura, idílica para el citadino y el pintor de fin de semana que la retrata en acuarela pero sin descanso dominical para el que la vive, sin embargo, para algunos, casi 1 de cada 5 colombianos, es un escenario posible, pero lo sentimos, eso de la vida en el campo es una ilusión romántica, ultramontana, un apego al territorio tan ancestral como anticuado. De ahora en adelante la agenda del progreso indica que lo lógico será que el campo ya no exista, que los paros campesinos no existan o que cualquier Ministro de Agricultura que intente una reforma agraria incluyente y equitativa, deba salir por la puerta de atrás y resignarse a escribir sus memorias de lo que no pudo ser (como Juan Camilo Restrepo).

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Lo otro que hace la guerrilla, en su estado actual, es ayudarnos a los colombianos a elegir presidente. La verdadera subversión no consiste en volar puentes y oleoductos, en secuestrar o masacrar, sino que ocurre por una carambola, hace que los candidatos a la presidencia tengan que dejarle un espacio a su agenda para responder a la incógnita de estos ejércitos clandestinos y les toque probarse en público como matemáticos de lo social. Claro, sin entrar en contradicción flagrante con otros factores, determinantes en esa ecuación, como el de contar con el apoyo tácito del otro “presidente” del país, quien por estos días, o cientos o miles de días, es Luis Carlos Sarmiento, listado entre las 80 personas que en el mundo tienen la misma riqueza que suma todo lo que poseen 3500 millones de habitantes.

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Lo extraño es ver a los candidatos a presidentes lidiando por lo alto (Sarmiento) y por lo bajo (Guerrilla). Es bueno, saludable y hasta cómico ver a estos políticos hacer estas piruetas arribistas y barriobajeras, por ejemplo, ver cómo Pastrana fue elegido por tomarse una foto con un guerrillero y luego fue puesto en ridículo, al lado de una silla vacía, cuando el líder guerrillero lo dejó plantado ante el altar mediático de la paz; o ver a Uribe Presidente, el poderosísimo, trayendo a Chávez, su opuesto y simétrico opositor, para poder hacer juntitos la tarea de una salida negociada con la guerrilla, o ver a Santos jugando al policía bueno y al policía malo con su Ministro de Defensa o saliendo elegido, por segunda vez y con una mínima diferencia, gracias al comodín de la paz.

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La guerrilla, por efecto y defecto, con tragedia y comedia, nos recuerda que hay otro lugar más allá de estas pantallas donde yo escribo y usted lee, y a la vez, con su dominio temporal y contingente, con su pico y placa de poder, hace que en el juego de monopolio que se da en cada región, y en el país entero, haya algunas propiedades inciertas que siguen sin vender. La guerrilla, un actor más en el homogéneo panorama del país, es —quizá como lo que queda de la riqueza natural que la misma guerrilla ha expoliado y sin querer ayudado a conservar— una especie en vía de extinción en el paisaje colombiano.

Adiós a la guerrilla, bienvenidos a un nuevo y viejo país.

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Fuente: La silla Vacía