Autor:Oscar Fernando Martínez Herrera
País:Colombia
Región:Sur América
Señor
Juan Manuel Santos Calderón
Presidente de la Republica de Colombia
La apertura de los diálogos de paz con la insurgencia en Oslo hace más de un año, fue, para muchos colombianos, una noticia que en medio de la euforia no podría producir otro sentimiento más profundo que el de una esperanza incrédula. Esta incredulidad fue desvirtuándose proporcionalmente mientras se avanzaba en los puntos de la agenda, puntos que para quienes hemos estudiado algunas dinámicas del conflicto armado en Colombia, eran insuperables en un lapso tan corto; no obstante, de nuevo, la praxis política desvirtuó las cábalas teóricas y evidenciamos como se llegó a un acuerdo en dos de los puntos más álgidos del panorama político como lo son las tierras y la participación política.
No pretendo hablar por la comunidad académica, pero como docente e investigador del conflicto armado en Colombia recibo con entusiasmo y fervor la posibilidad de superar el actual estado de guerra que desangra el país, siendo una convicción inquebrantable pensar en que la racionalidad de los argumentos superará las pasiones viscerales que tanto han fragmentado nuestra institucionalidad.
Ante los vientos belicosos y guerreristas de quienes no dimensionan las implicaciones de una guerra de más 220.000 muertos y 5.000.000 millones de desplazados internos (según el informe de Grupo de memoria histórica) los argumentos deben primar como interés público. Esto a despecho de quienes han sido cómplices o perpetuadores de este desgarrador conflicto; por esta razón cuando se estudia de cerca esta realidad, es imposible no albergar esperanzas con el dialogo.
Señor Presidente: hay que confesar que existe una especie de obstinación moral de quienes creemos en la fuerza del debate racional; no es fácil confrontarse a diario con algunos medios de comunicación para los cuales este conflicto no ocupa un lugar en la agenda nacional, y cuya agenda pública prioriza el como un perro A muerde a una señora B en un Barrio C dejando lesiones personales X, que parecen son más graves y de mayor trascendencia, que las lecciones morales que ha dejado el permitir que esta guerra se prolongue por tantos años.
En una sociedad tan mediatizada y donde la guerra se naturalizó como un acto invisible del cual carecemos de sensibilidad, el creer en la salida negociada ha sido un desafío, del cual muchos a pesar de todo, sobrevivimos.
Señor presidente, en el ámbito académico algunos círculos "intelectuales" literalmente "esferas del conocimiento" han planteado, que el actual conflicto armado ha sido sobre estudiado, que es un objeto de estudio que está saturado, como si la realidad se midiera por tautologías discursivas o mediciones paginadas. Es cierto que del conflicto armado se ha debatido en muchas ocasiones y ha sido estudiado desde múltiples miradas, tanto su naturaleza como sus efectos, pero a pesar de ello, lamentablemente, esta labor ha sido insuficiente en un una realidad sui generis que va más allá de las cifras y que, en efecto, no ha agotado la discusión social, política y moral de esta dolorosa confrontación entre nacionales.
Me refiero a nacionales, partiendo de las corresponsabilidades que tenemos todos como ciudadanos de este país, de reconocer que esta es una guerra "interna", donde los muertos no pueden seguir sumándose a diario con la indolencia del anonimato, ni mucho menos con la insensibilidad de cosificar al otro negando su procedencia. Parece en ocasiones que la insurgencia fuera la causante de todos los males nacionales, y que además fueran ajenos a nuestra comunidad nacional, ¿Acaso no son colombianos? ¿Sera qué son tubérculos que brotan del campo y carecen de vinculación territorial, por los cuales no podemos mostrar indolencia? Y si a estos nacionales que integran la insurgencia, le sumamos los nacionales que los confrontan a través de la fuerza pública y mueren en combates diarios alimentando estadísticas escandalosas, estamos en una catástrofe sin fronteras morales en las cuales nos estamos exterminando con la soberbia de quien dirige y la indiferencia de quienes callamos.
A pesar de las disonantes voces de la guerra, es menester para un Estado reconocer sus naturales e incorporarlos en la vida cívica; deber institucional que está usted cumpliendo en los diálogos de La Habana, deber institucional, no favor político como lo plantean algunos. En ese aspecto creo que su gobierno tiene una oportunidad histórica de fortalecer la institucionalidad y avanzar en la construcción de un Estado-Nación acorde a una democracia legitima. No obstante ahora en medio del clima electoral, la fragmentación partidaria y la presión mediática de los promotores del odio y grandes referentes de los desafueros institucionales, se enfrenta usted ante el reto de articular el discurso general de la salida negociada y la realidad de la contextualización de esta en la Colombia real del 2014. Puesto que, si bien la opinión pública se muestra favorable ante la continuidad de la negociación en la Habana (62% de favorabilidad), paradójicamente un fragmento de esa misma opinión pública que apoya los diálogos, no está de acuerdo con la inclusión política de las Farc en el panorama político nacional, lo cual además de contradictorio, es un reflejo de la ausencia del debate cualificado sobre las implicaciones de la superación la guerra en Colombia y la ambivalencia formativa de la "opinión pública" sobre temas tan trascendentales como las actuales negociaciones.
Aunque hablar de "opinión pública" conceptualmente puede llegar a ser tan difuso como las mismas encuestas, es indiscutible que los sondeos mediáticos influyen en la perspectiva colectiva de la población sobre su disposición ante temas de coyuntura nacional, como los mismos diálogos. En este sentido avanzar en posicionar los diálogos de la Habana en la agenda nacional ha sido una labor fundamental de muchos actores sociales y políticos, empero ahora se debe dar una continuidad coherente a los mismos, lo que implica abrir el debate nacional sobre la incorporación real de los excombatientes en la vida política y social del país.
El conflicto colombiano incide en la vida económica, social y política del país, no obstante también debe incorporarse la reflexión moral de la reconciliación y reestructuración del tejido social, tanto de victimas como de victimarios, en el marco de sociedad que supere la guerra, no solo desde los atriles públicos, sino desde la cotidianidad de aceptar al otro. Aceptación que solo tendrá eco en la población si se diseñan planes pedagógicos de formación, que enseñen a repensar la sociedad colombiana, desde la inclusión, la aceptación y la sensibilización ante fenómenos como la guerra, dejando de lado la polarización patológica de algunos actores políticos que hacen un llamado indiscriminado a la guerra, sin dimensionar las implicaciones reales de la misma.
Es por esta razón que la presente misiva pretende hacer un llamado a usted como representante electo de la institucionalidad colombiana, para que redimensione el debate público desde la apertura misma de espacios de análisis, discusión y reflexión sobre la superación del conflicto y fundamentalmente sobre la construcción de una nueva sociedad, sin guerra, institucionalmente fuerte, pero con escenarios de participación democráticos que legitimen las expresiones de oposición y que estas mismas contribuyan al desarrollo del país.
Está en sus manos mediar para que el dialogo de la Habana, sea un dialogo nacional en el cual todas las voces sean escuchadas, que el debate trascienda lo electoral, que discursos tan belicosos y jactanciosos como las de su ministro de Defensa no sean las únicos que ocupen titulares, que se utilice la educación como herramienta formativa de la ciudadanía, como instrumento de debate y como escenario de reflexión e inclusión social.
Cordialmente
Oscar Fernando Martínez Herrera
Antropólogo, Mg en Territorio, Conflicto y Cultura.
Docente Investigador.
[email protected]